Lucas Tejerina ilustra lo cotidiano y lo lastimoso en Cuarteto Bolche (UMAS, 2016).
Sin ambages: Cuarteto Bolche angustia. Hay en la escritura de Lucas una muestra muy clara, muy humana —demasiado humana quizás— de la manera en la que la fuerza de las palabras se las arregla para iluminar lo indiscutible, lo inextricable pero a su vez sentido, lo inseparable: hay cosas que no se pueden evitar. Lucas lo sabe. Y se puede leer; incluso como un susurro doliente pero plagado de imágenes muy cercanas, y aun plenas de vitalidad. Lidiar con lo cotidiano pero también con lo estructural. Hay una apuesta inserta ahí.
La de Lucas es una escritura que tiende al centro pero no sino a sabiendas de que se habita la periferia. Esa misma periferia que parece demarcar su trazo. Donde lo compartido puede ser también íntimo. Imágenes austeras: el lugar de origen, la cercanía alojada en la memoria, vínculos que sedimentan y no cesan de ser digeridos. Su escritura está nutrida de eso. Y de amor, y de desamor. Y de muerte y de vitalidad. ¡Porque claro! No hay lo uno sin lo otro. Lucas lo sabe.
Y claro, Córdoba, esa patria singular, es un enclave en su poesía. Aparece distinguida, pues, voces inconfundibles la manifiestan: los bailes del Sargento, el fernet con Coca y Chébere y el Rey Pelusa. Lo popular es clave recurrente también: Perón, Cristina, Chávez. Esta localía permite signar en Cuarteto Bolche una rúbrica en su lenguaje, teñido de cordobés, de su clima, sus texturas y sus formas.
Sus poemas son desahogados, eufóricos, impúdicos; por momentos también nostálgicos, imprudentes e impotentes. Hay crisis, hay impasse, agonía, y la literatura parece encontrarse hasta en las cimas de la desesperación. Justamente Lucas es consciente y sabe comunicar cierta belleza en ello. Porque claro, hay un agujero: se tropieza y se sigue, y se vuelve a tropezar. Se vuelve tal boomerang.
Hay incluso la vergüenza, el fallo insoportable, el paso del tiempo que no perdona ni hace por aprender a perdonar; hay calidez en ese giro que, tal como sabe hacer la poesía con el infortunio, lo hace también el amor suturando el frío. Hay ahí un confort, una potencia constante, que es, a la vez, indescriptiblemente frágil. Con todo eso cuenta la escritura de Lucas. Y también con nada. «Yo, solo yo y tanto todo y tanta nada».
Y con qué destacada habilidad quita Lucas al lector de su sopor. A su antojo y sin salirse de la línea combate los nudos que aprisionan el ser, en destacado registro literario y con exquisito uso de recursos de estilo escapa a un tráfico siempre inminente y enmarañado de pasividad y desgano. Son versos que activan una otra percepción, se sienten en la piel; son versos que lastiman, pero con heridas que precisan seguir ahí. Su texto lima las imperfecciones del lenguaje mismo y logra comunicar un sentimiento de un modo peculiarmente familiar.
Breve bio
Ignacio Corbalán (Santiago del Estero, 1995). Le cuesta mucho definirse. Por lo pronto se puede decir que lo cautivan mucho el cine, la filosofía y la literatura. Investiga y busca practicar el psicoanálisis. Entre creer o reventar prefiere siempre lo segundo.
Links para dar con la lectura de Lucas:
Del ciclo “Alto poesía” de Niño raro audiovisuales