¿Qué es lo que asusta en Les Yeux Sans Visage?

Olvidado hoy en el vértigo de novedades en el que vivimos inmersos -y relegada a los cineclubs la que fue, quizá, su mejor película- me siento en la necesidad de reivindicar a Georges Franju.

Como fanático del cine de terror creo al mismo tiempo que es uno de los géneros más difíciles de hacer, o de hacer bien por lo menos. Es muy fácil caer en lugares comunes (screamers, jump scares, etc) que condescienden con la zona de la audiencia donde menos vida inteligente se registra. Aunque el terror es un género que practicamente nunca ha bajado su producción desde que apareció en la gran pantalla, buscar y encontrar un buena película de terror puede ser una experiencia similar a la de ir a comprar ropa a una feria (La Rinconada aquí en Tucumán, La Salada en Baires, elija el lector la que mas se acomode a su imaginación). Un enorme mar se extiende ante nuestros ojos, pero muchas veces uno descubre para su desgracia que hay que revolver demasiadas pilas para hacerse con algo que valga la pena. La repleción maltusiana de películas y la velocidad del click parecen aliarse más para la desorientación que para la ayuda al entusiasta del séptimo arte. Por estas razones queremos hablar, y hablarle a todo el mundo, de esta excepcional cinta.

Les Yeux Sans Visage (Los Ojos sin Rostro) cuenta la historia de Christiane, una joven que después de un accidente automovilístico queda desfigurada y debe usar en todo momento una máscara. Su padre, responsable por el accidente, es un reconocido cirujano que vive obsesionado con restaurar las facciones de su hija. Sucintamente contado este es el argumento de la película que bien podría ser un drama (y tiene bastante de eso) pero por suerte no lo es. Lo aterrador es el método que el Doctor Genessier implementa para lograr su objetivo. Él y su asistente Louise se dedican a secuestrar a otras jóvenes con el fin de extirparles el rostro para trasplantárselo a Christiane. En pocas palabras esto es lo que los primeros veinte minutos de la película nos muestran, pero este breve resumen no transmite todo el terror que esta película tiene para dar. Lo que nos aterra nunca aparece al descubierto, en la superficie. Descendamos un par de peldaños más entonces y veamos qué más esconde este film.

Consideremos que incluso las mejores películas envejecen, lo que es terrorífico hoy será ridículo al día siguiente y los trucos que toman a una audiencia por sorpresa se vuelven rápidamente rutinarios y repetitivos. Pensemos en Nigth of the living dead de 1968 de George Romero por ejemplo. Hasta el día de hoy es una película de referencia del cine de terror pero sería difícil encontrar hoy quien no se ría del maquillaje obsoleto y el amateurismo de las actuaciones. Todo lo cual aporta un alivio cómico que hace más digerible las imágenes de pilas de cadáveres quemándose y de niños caníbales. No hay nada en cambio en Les Yeux que haga reír. No hay nada que nos haga olvidar ni por un momento el infierno que vive Christiane, la presencia siempre ominosa de su padre y por supuesto, los secuestros. Ni giros bobos, ni risas de científico loco. La claustrofobia y la tensión van siempre creciendo hasta llegar al final, como en la tragedia. 

Los largos pasajes sin diálogo (en el inicio de la película, en los secuestros y especialmente en el final) van llevando la acción de lo mundano a lo pesadillesco. Pero Franju no está solo. El claroscuro de la fotografía de Eugene Schüfftan que toma tanto del expresionismo alemán como del Cine Negro, la música de Maurice Jarre y los efectos de sonido de Antoine Archimbaud crean una atmósfera opresiva de la que uno como espectador se ve tentado a escapar. Si le sumamos que en la otra mitad de las escenas vemos a Louise por las calles de París cazar metódicamente a las víctimas para después deshacerse de sus cuerpos va quedando claro que esta película no es un caramelo fácil de tragar.

Falta no obstante que hablemos del personaje más importante, nuestra heroína. Christiane, vestida en vaporosos deshabillé y con su máscara de muñeca de porcelana parece (y es) un fantasma. La impasividad de la máscara contrasta con la de sus enormes ojos siempre aterrados. La película toma su nombre de estos, su signo más fuerte y con buena razón. Como nos muestra la primera escena en la que aparece, el Doctor hizo creer a la policía que Christiane está muerta. Por lo cual que no puede contactar a nadie. El milagro que él quiere llevar a cabo es menos un acto de amor (enfermizo) que una forma de mantenerla bajo su control. Ella vaga morosamente por la mansión de su captor, esperando más que un nuevo rostro el alivio de la muerte. A veces baja al sótano para acariciar a los perros que su padre tortura o para ver a que nueva victima han traído para mutilar en su favor. Su imagen es a la vez impactante y evocadora. Franju la convierte en una muñeca, un maniquí y un pájaro enjaulado como sugiere también la primera escena en la que la vemos. El pánico animal de los ojos de Christiane se nos clava como dardos dejándonos un vacío que hace perfectamente clara aquella célebre frase de Poe: “el terror viene del alma”. El terrible final (que no contaremos) en el que Christiane libera a los animales con los que su padre experimenta, y se libera ella misma, le devuelve la identidad. La película cierra con ella caminando hacia el bosque con una paloma blanca en la mano. 


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