"Soy la soberana de esta vida Mi vida Un proyecto antiquísimo de la edad de las estrellas pero del tamaño de un corazón latiendo"
expresa el sujeto lírico de este poemario mientras oscila entre hundirse en un mar de desasosiego, por ratos; y emerger a la superficie por bocanadas de aire, por otros.
Flores de desasosiego, se trata de un libro compuesto por tres partes que nos introducen al universo sensible de su autora, nacida en la provincia de Catamarca, Camila Ortega Arévalo. Cobra vida aquí una voz que se proyecta en una superficie acuática, cuales ecos que nos hablan de una reconstrucción entre panes y lapiceras, del sueño de su liberación, de la visión de una vida desprendida de imperativos y mandatos sociales que no hacen más que enajenar, enredándonos en un silencio mortífero. No obstante, esa voz gruñe con rabia y lucha contra esa vida en cautiverio detrás de rejas construidas en torno a la mirada desdeñosa y atestada de prejuicios del otro. Que provoca que su piel duela. Que provoca que su piel arda; atentando contra su memoria. Pues esa mismidad que busca siempre dominar, llega para devorarle las entrañas de la inocencia.
“Agua”, el primer poema de la primera parte de esta obra, nos hace viajar hasta una escena paradigmática del libro Alicia en el país de las maravillas, debido a que toma cuerpo la lógica de una caída. Cae, cae, cae… y vuelve a nacer, al comprender que el autoflagelo, el perderse hasta arrastrarse sin encontrarse y el abandono de uno mismo, “no tiene nada de poético”. Haciéndose, de este modo, su propio lugar en un mundo hecho de mierda y barro. Apropiándose de una nueva vida, en la que se siente tan esencial como el agua y el pan. En la que es manos y aliento, pero también gotitas de llanto que permiten regar su herbario mientras el engaño sigue relampagueando en la ventana. Nos traslada a reflexionar sobre encontrar el sosiego y la satisfacción de “viv-ir” volviendo la mirada al interior del sufrimiento, cuestionándolo, buscando inagotablemente ponerlo en palabras para darle muerte. Así, redimirse de su culpa, de su gran culpa mediante el amor propio que ilumina su identidad y acaricia “a todo el que se sienta bienvenido”.
La tercera parte de este libro, abre su camino por medio de la materialización de una “Carta abierta para todas aquellas personas con las que no funcionó”, la cual nos sumerge en un dolor como daga en la garganta, como río caprichoso donde los recuerdos se erosionan por los chubascos de ausencia y perviven siempre a partir de otros recuerdos. Invitándonos a pensar sobre seguir el impulso, conquistar historias y tener presente que no estamos solos al momento de combatir el pánico que nos sube por las rodillas al rumiar lo opuesto. Llevándonos a quemarnos en la hoguera de “Los 49° y el filo”, donde el deseo y la urgencia se manifiestan en dedos que se lastiman de tanto agarrar y envuelven en fiebre a la voz que habita en estos versos. Que regala a su amante un cuchillo como metáfora de un amor que se configura como peligroso, sabiendo de antemano que con un lado se acaricia y con el otro se corta. Creas o no, algunas caricias cortan. Cara o cruz.
“A estos poemas los parí con sangre y amor”, nos dice Camila Ortega Arévalo. Cada una de las palabras de este libro, que son renacer, se han constituido en su refugio, en su campo seguro, en su zona de paz en la incomprensión de existir solamente. Para la autora el escribir tiene, sin dudas, un propósito político. Es su forma no sólo de afrontar y abrazar la vida, sino también de ser leída como forma de militancia hacia las personas que se han sentido, o sienten, como flores que resisten a hundirse en el desconcierto y la turbulencia del fuera de lugar. Pese a todo, siempre terminan emergiendo como un mundo de herbario.
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