Entre la amistad y la libertad: «Los quemacoches» de Juanjo Conti

Una ola de autos incendiados dio origen a esta novela y al esbozo de una respuesta posible desde esta ficción del autor santafesino

Santa Fe tiene un hecho en su acontecer histórico reciente, la ola de autos quemados que se propagó por la ciudad. Diversos rodados que se presumían abandonados o que eran usados y viejos, pero con propietario, fueron incendiados sin que a nadie pueda ser atribuido esto, siendo el rótulo de Los quemacoches una entidad vacía, un signo de interrogación.

Juanjo Conti –nacido en Carlos Pellegrini pero residente en la capital santafesina desde hace ya varios años– es el autor de Los Quemacoches, novela de reciente aparición del sello UOIEA! Y que hace poco se presentó en la Feria Provincial del Libro de Santa FE. 

Abrimos el libro, como dedicatoria un acertado epígrafe de Saer: “ya se sabe cómo es el fuego: parece que le da forma y vida a las cosas”, nos abre la cancha al juego narrativo. Hay un dejo poético en esto, el fuego y su simbología, perecer para renacer y devastar para purificar. A continuación, una nota nos pone sobreaviso que entre marzo de 2015 y diciembre de 2019 aparecieron 380 autos incendiados en Santa Fe, pero que los primeros antecedentes datan del 2000.

En Los quemacoches dos amigos, Bruno y Mariano, son quienes van a corporizar y dar rostro a la incógnita, al signo de interrogación, o más bien van a dar una punta de todo lo que detrás de eso se esconde. Una noche ambos amigos, ante la abulia, prenden fuego un Torino modelo 69. Así se marca el inicio de una trama que se mueve rápido, o al menos su lectura. Este hecho primero dejará abierto el postigo por el cual podremos ver lo que hay detrás: un entramado de corrupción desde donde diversos personajes asociados al poder irán apareciendo. En el medio la amistad como bandera de estos dos personajes, adolescentes, que cruzan la ciudad en ciclomotor y toman cerveza en kioskos, uno es un genio de los números, el otro del dibujo, ambos posicionados en un lugar desde donde es difícil vislumbrar un futuro. Hay una marcada distinción de clases que se percibe sobre todo en dos momentos, una con la irrupción del amor y la distancia de mundos disímiles, y la otra entre quienes pueden salir ilesos de esto y quiénes no. La traición nunca puede estar ausente en casos así, así que no lo está.

El fuego que recorre la ciudad en una motito pequeña va devastando las calles y encendiendo a los personajes y sus relaciones. Es el elemento purificador que consume hasta las huellas, se propaga y en ese extenderse sin frenos el lector se siente inmerso y no suelta más el ruedo de estas páginas que oscilan entre la ilusión y la desesperanza, el amor y el desencanto.

Los quemacoches se lee de un solo tirón, y eso no es decir poco, es una novela rabiosa, crítica en un punto y con condimentos que hacen que estos dos jóvenes se vuelvan entrañables a pesar de los incendios; tiene el atributo de persistir en la memoria y en la pregunta. 

Como dijimos antes, eso no es decir poco.  

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