«La escena invencible» (Gerania Editora). Un nuevo poemario de Sylvina Bach

Pessoa interrogó, de manera magistral, al referirse a la condición vital del ser humano, lo siguiente: ¿Puede el poder imperecedero de una escena construir una vida y su significado, alimentar la esencia de una raíz que se entrelaza al pasado, pero desgarra los velos del peligro y la posibilidad de la nada para emerger en el presente, que guía la acción de la vida, la voluntad? Toda pregunta –por más simple o complicada que sea– siempre implica un desafío; es la puerta ilusoria ante la que nos enfrentamos e intentaremos abrir –aun sin que ella sea la indicada–, o la que nos corresponde por la extraña conjunción de las causalidades.

La escena invencible (Gerania Editora/2020), el nuevo poemario de Sylvina Bach propone ese escenario como una invitación a transitar una angustia desde la primera página, o a aceptar una condición natural, pero consciente de las limitaciones temporales ante las que asumimos instantes, trémulos latidos del tiempo, porque “…todo cuanto miramos/es una escena invencible.”

Sylvina Bach, poeta tucumana de destacada trayectoria en el panorama de las letras argentinas, ordena en este nuevo libro un universo primordial y fértil (esta idea aparece unida al concepto de familia como una tierra en la que crece el amor, la imaginación y el encuentro con la tradición, con la poesía como legado) en donde un prístino y sutil lirismo destella y sobrevuela los poemas, ordenados en una secuencia íntimamente perfecta, pieza a pieza, piedra a piedra, como una sublime aunque frágil catedral, para luego deshilvanarse hasta regresar a un estado de gracia cordial y cobijador de la infancia, como una manera de preservar una magia excelsa, feliz y entrañable.

Mucho antes de tener el libro de Sylvina en mis manos y al leer ciertos poemas, que forman parte del mismo, escribí un breve comentario acerca de ellos que, palabras más, palabras menos, se resume en lo que sigue.

Si la infancia necesita nombrar dirá madre, casa, piedra y río, flores, pero también padre y universo, como un rito para exorcizar el pasado, para abrir un camino que desvíe la intención de un abismo que, al dejar de cantar, podría engañar la dirección de la melancolía, como una nébula engañosa y siniestra. Estos poemas se abisman en ese camino, pero para ponerse a resguardo, sobrevivir, y ser el “perfecto equilibrio”. 

Ahora que he recorrido página a página la totalidad de este libro asombroso, no me quedan dudas sobre el abismo que lo circunda, desde el cual se elevan luces que, como relámpagos perfectos, surcan el cielo de una oscuridad circunstancial y efímera para ofrecernos una atmósfera que nos contiene desde la lectura, siempre intensa y circular, en la que, junto con la poeta, podamos desear que “Tal vez en el espacio vacío/una brújula señale/un punto cardinal desconocido/y entonces por fin mi sombra/salga de este espejo.”

Por más que obstinadamente nos vivamos preguntando por la muerte, siempre la vida nos responderá con vida. Este silogismo no es mío, es una sabia manifestación del poder del poema, urdido con fina tentación de eternidad por Sylvina, entroncada en una fértil tradición lírica, pero con renovados afanes de continuidad. Cómo seguir escribiendo, intentando captar los sentidos, los significados y los misteriosos universos que construyeron este libro, si todo está dicho en esa exacta y potente afirmación. La poeta utiliza una serie constante de recursos con una inabarcable multiplicidad de variantes que van acercándonos a límites aún no auscultados, pero que concluyen en una sola imagen, que es como un sortilegio para resguardo del alma, la simple naturaleza del misterio, la comprensión de belleza que podríamos extraer de la existencia y sus complejas elucubraciones.

Llegados a este punto podríamos revelar que la infancia es la escena invencible en la vida de la autora. Pero eso sería decir casi nada, o sólo el comienzo de transitar la esperanza, que devela motivaciones vitales a cada momento en que la intensidad del yo lírico supera desafíos, tropiezos, como en la certidumbre de una cotidianidad incompleta que intenta perfeccionar ciertas costumbres de la vida real, moderna y versátil, sin perder la elegancia. “Dónde están mis zapatos./ Los necesito para volver a la vida real […] para vestirme de algo parecido a una señora/ y poder decir buen día…”

En tanto, los superhéroes de la niñez se comparten en los juegos infantiles (la siesta es un microuniverso donde intervienen otras leyes impensadas), pero un día –siempre llega– el mundo cambia y los niños serán adultos que sólo pueden (lo necesitan) recordar lo felices que fueron en un pasado simultáneo. Siempre es necesario afirmar que “la sangre no se olvida”. 

Asombra –y es necesario destacar–el hecho de que el agua es un elemento central en el libro; así leemos, por cierto, agua, mar, río, arroyo, lluvia, césped mojado, nieve, acantilado, huracán, olas; con lo que podríamos repetir con Sylvina: “En mi destino/siempre ha estado el mar.”

En un exacto momento de la lectura descubrimos que la poeta construye una escena invencible como desafío a la muerte, siempre amenazante, “me paro espada en mano, ante la muerte,/y le repito cada noche/no cruzarás aún/este umbral sereno/que custodia mi linaje”. Asimismo es absolutamente imprescindible afirmar que la columna vertebral de este libro extraordinario es el amor. El encuentro vibra (y estremece) en su centro vital, como así también los lugares visitados –y ya lejanos pero entrañables– la pasión, el deseo, las mentiras, la memoria, el olvido que lo amedrenta, las promesas que alimentan el fuego en donde crepita el leño de la pasión, el llanto, el desamparo que es su dolor inconmensurable, las formas incomprensibles de vivir los sentimientos.

La tierna presencia de un ángel nos transmite una serenidad que es como una pausa en el camino, una bocanada de aire en medio del naufragio. En este punto los poemas cobran una cadencia armoniosa, hay un ritmo sosegado y preciso acompañado de una inteligente artificiosidad que conmueve con una intimidad cercana a lo místico.

Hacia el final del recorrido, emerge la presencia mágica del hijo, con sus ritos para ahuyentar el sufrimiento y otorgarle el verdadero sentido a la vida, como una forma de repetición del afecto paternal. En este sentido ofrece a León las palabras, creadoras de mundos, dadoras de significados que suplantan toda ausencia. Y como corolario, las grandes mujeres, admiradas y plenas de emoción por sus existencias marcadas por escenas irrepetibles, pero invaluables en sus vidas, marcan una presencia rutilante y gloriosa.

Una escena final que podríamos imaginar, auxiliados por la voz profunda de Sylvina Bach, tiene como figura divina a un jinete del Apocalipsis, que cuando en algún momento se presente ante ella, le advertirá: 

“No te acerques tanto a este abismo./ Yo soy el precipicio.”

Foto: Karen Delgado
Sylvina y La escena invencible – Foto: Karen Delgado

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

2 ideas sobre “«La escena invencible» (Gerania Editora). Un nuevo poemario de Sylvina Bach”