—De chico la amaba —dice ella—, solía pasar horas y horas en el río nadando o haciendo diquecitos con piedras.
El hombre aprendió las propiedades del agua de acuerdo con la composición mineral de los ríos. Solía decir que el San Antonio tenía propiedades curativas para la piel por la gran cantidad de yodo que traía. Sospechaba también que, si uno pasaba el suficiente tiempo metido en esa agua, el fenómeno que conocemos como ósmosis, hacía penetrar el yodo en el cuerpo y éste se sanaba también más profundo. Esta profundidad incluía mente y alma, de acuerdo con las enseñanzas que le habían sido heredadas de su familia de origen. No creían en la dualidad alma-cuerpo cristiana y occidental, sino en el holismo.
De esa concepción y su amor por el río San Antonio fue que un día, tras larga vida de meditación y horas sumergido en el agua, se instaló en él la idea de que esa conexión de sanación que venía desde el agua (y por estar todas las cosas conectadas), no podía ser unilateral. Aunque fuera de manera inconsciente, algo le entregaba él también a ese universo particular que era el río.
Esa tarde Fernando Amado cerró los ojos y abrió los dedos bajo el agua para profundizar el sentido de su capilaridad. Sintió que recibía, pero también que daba al universo. Ahí permaneció, apenas con la nariz, los ojos y la frente fuera del agua, hasta que la epifanía que cambió su vida para siempre sucedió: comenzó a llover.
—Empezó a creer —dice su madre—, que podía saber cuándo llovía, que de alguna manera el río se lo comunicaba.
No es que escuchara la voz del río como un fantasma que lo abordaba por la noche. El río le hablaba por medio de vibración. Microvibración.
—Decía él que sumergiendo la mano en el agua durante un buen rato —sigue su madre—, podía empezar a sentir, mediante la meditación profunda, un tipo de vibración microsensorial que le indicaba que había una aceleración en la vaporización del agua. Esto le daba indicio de que más tarde se iban a empezar a formar nubes. Cuando esa vibración alcanzaba cierto grado de agitación, significaba que el agua estaba con un nivel de vaporización alto y de ahí que sabía que iba a llover.
Aparentemente —continua—, mediante esta conexión con la vibración del río San Antonio, Fernando Amado, podía también saber si estaba lloviendo río arriba, más allá de la simple vista. Predecía con una exactitud sorprendente, las crecientes. Aún en días de sol en los que parecía impensable una crecida.
Era como un pluviómetro holístico —explica la madre al juez que delibera sobre la necesidad de mantener internado a su hijo o continuar el tratamiento de normalización de manera ambulatoria—. Pasó muy pocas veces que advirtiera que venía la creciente y no fuera así y la gente se hubiera retirado innecesariamente del río. Él advertía —la madre abre los brazos—, pero cada persona tiene libertad de hacer lo que quiera. Igualmente fueron muy pocas veces las que se equivocó en esa época. Los que se enojaban con él por las equivocaciones eran los vendedores ambulantes de la playa, pero nunca nadie puso a consideración las vidas que se salvaron gracias a las advertencias. Ni los bomberos podían predecir con la exactitud que lo hacía Fernando Amado. Eso nadie lo puso en la balanza cuando se presentó la exposición policial.
Los vendedores ambulantes, tal parece que fue la situación, se enojaron con algunas malas predicciones.
—Pero no es culpa de Fernando Amado que la gente le creyera —se excusa la madre.
Sin embargo, el argumento de quienes llevaron el caso a mediación judicial es que la vehemencia con la que manifestaba la inminente llegada de la creciente o de la lluvia, hacía que hasta el más sano cristiano dudara y temiera por su vida, dejándolos automáticamente sin clientes.
La segunda epifanía fue una noche en la que, continuando con aquella reflexión del dar y recibir del y al universo, empezó a sospechar que así como sentía la microvibración, podía también aprender el arte de provocarla.
Sin saber si se trataba de pequeños movimientos con las manos o simplemente tomando consciencia y trabajando sobre el golpe del corazón. El tema era unir la vibración de los latidos con el río en una continuidad energética que, tras largo aprendizaje, podría coincidir con la microvibración necesaria para provocar la agitación de las partículas de agua.
La práctica, que es el arte del dominio de la técnica, lo llevó a conocer la frecuencia necesaria.
—Y así —dice su madre— aprendió cómo hacer llover. No es un proceso automático. Lleva tiempo conectarse con el río San Antonio. Captar la vibración. Armonizarla con la del propio corazón y provocar pequeñas alteraciones de la actividad para acelerar el proceso de vaporización y que así se forme la nube y llueva.
—Se trata de un proceso que sería más fácil si se hiciera de forma colectiva —sigue—, porque es mucha la vibración que se necesita como para crearla con un solo corazón. Individualmente, me dice Fernando Amado —continúa contando su madre—, sólo se puede ayudar al proceso de hacer llover, no provocarlo, por eso son falsas las acusaciones contra mi hijo.
Cansados los vendedores ambulantes de los avisos de lluvia y de lo que acabaron considerando como provocaciones del Señor Fernando Amado Maldonado, decidieron presentarse en la unidad judicial de la localidad para dar exposición de los hechos.
Frente a la negativa de las autoridades, justificada en la falta de mérito para constituirse en delito que se intentó caratular como “hacer llover”, decidieron iniciar la vía probatoria sobre las condiciones de salud mental del mencionado Sr. Maldonado.
Cabe aclarar que no ha tenido mayor profundidad la discusión sobre la condición psíquica del acusado desde que éste intentó explicar al perito los fundamentos y el procedimiento de conexión con el río San Antonio y la capacidad de provocar lluvia.
Lo único que ha quedado en el eje de disputa es la ubicación que debe darse al Señor de la lluvia, como se han dado a llamarlo algunos vecinos de la localidad. Dos son las opciones: internado o en casa con su familia.
En favor de la familia Maldonado, actúa el abogado Doctor Bonavella, quien argumenta que, con apenas unos medicamentos, la actividad neuronal del señor Fernando Amado Maldonado puede normalizarse con facilidad y permitir que lleve éste una vida como la de cualquier cristiano.
Los vendedores ambulantes, intolerantes ya por el cansancio que produce no poder trabajar en paz, argumentan que una lluvia más y tendrán que abandonar la actividad con la que sostienen a sus familias.
Enfrentado a los argumentos, el juez decidió citar personalmente para conversar a solas, al señor Maldonado. Cuando la madre, llevada por su abogado en el auto de éste, llegó a la casa de Fernando Amado, se encontró con que se había dado a la fuga.
—¿Para dónde salió? —preguntó la madre a una vecina.
Ésta le indicó que para el lado de la ruta. A toda velocidad, porque el plazo del juez había sido muy estricto, salieron en su búsqueda. Y he aquí que apenas pisado el asfalto por las cubiertas del importado del Dr. Bonavella, el cielo nublado empezó a tronar.
—Ay Dios mío —suspiró la madre y vio caer sobre el vidrio del parabrisas, las primeras gotas de lo que hasta la fecha se recuerda como la mayor tormenta que haya habido en la localidad de San Antonio.
Martín Fogliacco
Nació en Córdoba y su vida fue errante hasta que cumplió veinticinco años. Le tocó, por distintas razones a lo largo de su vida, estar en México, en Brasil y en Buenos Aires.
Cuando volvió participó en Radio Comunitaria La Ranchada con el segmento “Laburantes” y en Radio Cooperativa Gen como columnista en el programa “Devuelvan la Pelota”.
Publicó A vos quién te espera en 2019. Publicaron, en la Siembra anual de libros de la Universidad Nacional de Córdoba, el cuento Vientos, y en el Festival Intergaláctico de Escritores Oficial (FIDEO) del colectivo cultural EsCuchara su cuento Elefantes.
Una idea sobre “«Lluvia» de Martín Fogliacco”
Me gusto mucho. Por momentos las explicaciones científicas en boca de la madre me hacían dejar de creer en la historia, no sé si por el vocabulario o por algún chiche de madre de pueblo que tengo impregnado. El final le quedá como anillo al dedo al cuento