Los Malditos: Todos amamos a Isidore Lautréamont

El 24 de noviembre pasado se cumplieron 150 años de la muerte del Conde de Lautréamont, quien nació en Montevideo, Uruguay, en 1846. Isidore Lucien Ducasse, el nombre que recibió en su bautismo, morirá a los 24 años en París. Un París otoñal y con aguacero. Era jueves. El día de la semana en que los poetas deben morir. Si, jueves, en París y con aguacero.

Su obra es breve e intensa como la vida de su autor, del que se conoce poco y lo poco que se conoce está rodeado por un aura de misterio y desconocimiento. Isidore quedó huérfano de madre antes de los dos años, su padre, trabajaba en el consulado francés de Uruguay. Al cumplir los 13 años Isidore Ducasse fue enviado como interno al Liceo imperial de Tarbes, en Francia. En 1867 se instala en París. Al año siguiente publicó los primeros cantos de la obra Los Cantos de Maldoror. En 1869 Isidore pagaría, en Bruselas, la primera impresión de los cantos completos, del que sólo se imprimiría un libro, su editor se negó a comercializar el libro para evitar meterse en problemas, temía ser acusado de blasfemia u obscenidad, dado el carácter de la obra. Casi como una premonición, ya en 1870, poco antes de morir, Isidore Ducasse le rogó a su editor que sacase una tirada de diez ejemplares, cosa que hizo por contentar al autor.

A partir de allí comenzaría la leyenda, un libro que glorifica al mal como esencia, un libro atípico e inaudito, una pesadilla en la cual se hace responsable a Dios de haber engendrado a la basura, a esa bestia salvaje que somos los hombres.

Aldo Pelegrini, publicó en Buenos Aires en 1964 la primera versión castellana de las obras completas, y por primera vez íntegra, de los Cantos de Maldoror, donde el Canto Primero advierte:

Quiera el cielo que el lector, animoso y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno; pues, a no ser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual equivalente por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro impre ganarán su alma, igual que el agua impregna el azúcar. No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán; solamente a algunos les será dado saborear sin riesgo este fruto amargo. Por lo tanto, alma tímida, antes de penetrar más en semejantes landas inexploradas, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante. Escucha bien lo que te digo: dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante […]

Los cantos de Maldoror, un libro casi profético del siglo XX que se convertiría en un fetiche, un punto de inflexión para la literatura y el arte de occidente.

Los Cantos de Maldoror son redescubiertos en 1887 por Leon Bloy, quien sostenía e imaginaba que Lautréamont era el autor de un libro monstruoso -en obvia referencia a los Cantos-, lava líquida, algo insensato, negro y devorador; luego agrega que este alienado, deplorable, el más desgarrante de los alienados murió en una celda para locos furiosos…. En La leyenda de Lautréamont, Gervasio y Alvaro Guillot Muñoz sostienen que Ducasse-Lautréamont murió en su domicilio del n° 7, rue du Faubourg-Montmartre, en París, y, según uno de sus editores, su locura se limitaba a leer mucho, hacer largas caminatas al borde del Sena, beber mucho café, y tocar el piano para enojo de los vecinos.

Rubén Darío, el padre del modernismo en lengua castellana, en 1896 escribe sobre el Conde de Lautreamont, texto que publicaría en su libro Los Raros en 1905. Donde afirmaba 

Su nombre verdadero se ignora. El conde de Lautréamont es pseudónimo. Él se dice montevideano; pero, ¿quién sabe nada de la verdad de esa vida sombría, pesadilla tal vez de algún triste ángel a quien martiriza en el empíreo el recuerdo del celeste Lucifer? Vivió desventurado y murió loco. Escribió un libro que sería único si no existiesen las prosas de Rimbaud; un libro diabólico y extraño, burlón y aullante, cruel y penoso; un libro en que se oyen a un tiempo mismo los gemidos del Dolor y los siniestros cascabeles de la Locura.[…]
En Francia y Bélgica, fuera de un reducidísimo grupo de iniciados, nadie conoce ese poema que se llama Cantos de Maldoror, en el cual está vaciada la pavorosa angustia del infeliz y sublime montevideano, cuya obra me tocó hacer conocer a América en Montevideo. No aconsejaré yo a la juventud que se abreve a esas negras aguas, por más que en ellas se refleje la maravilla de las constelaciones. No sería prudente a los espíritus jóvenes conversar mucho con ese hombre espectral, siquiera fuese por bizarría literaria, o gusto de un manjar nuevo.

No hay nada más atractivo que las cosas prohibidas o desaconsejadas para los jóvenes.

Andre Breton líder de los surrealistas amaba a Lautréamont (la poesía de Ducasse es irracional y extrema), Los surrealistas lo transforman en su mesías al nivel de Jesús para los Cristianos. Es conocida la anécdota cuando en París dieron el nombre de Maldoror a un bar/cabaret, por puro acto esnobista, entonces el grupo de los surrealistas enojados por ello planificaron un atentado y saqueo al bar, en la trifulca terminó apuñalado René Char del grupo de los surrealistas (si, el humanista René Char!). En su Diccionario abreviado del surrealismo (1938), André Breton y Paul Éluard citan a André Gide, que habría dicho «Creo que el principal mérito del grupo surrealista es haber reconocido y proclamado la importancia ultraliteraria del admirable Lautréamont».

En 1934, Dalí ilustró una edición de Los Cantos de Maldoror. No sólo Dalí, sino que también Man Ray y Max Ernst, entre otros, reivindicaron los versos de Lautréamont como fuente inspiradora de su arte.

Por estas tierras, de este lado del Río de la plata ya en la década del 30 retumbaban los ecos del Conde. En Estrella de la mañana, Jacobo Fijman escribió dos poemas a Lautreamont, de los que se transcribe uno a continuación:

ACERCA DE LAUTRÉAMONT II
Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo vi, estaba como despejándose del sueño. Estaba con aguas, con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Estaba acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: Lautréamont, Lautréamont, le dije, soy Fijman.

Y él me contestó que me quería. Que seríamos amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido en la tierra. Pero no lloramos. Nos abrazamos. Después quedamos en silencio

En una entrevista a Fijman hecha por Vicente Zito Lema y publicada en la mítica revista Crisis de los años 70, retoma la idea del poema.

-¿Qué piensa de la obra de Artaud, de Lautréamont, de Nerval?
-En Artaud la enfermedad influyó en contra de su obra. Pero él no podía alejarse de la locura, era la locura de Satán. Si Artaud hubiera estado sano habría estudiado la escolástica, ¡hay que estudiar! El Conde de Lautréamont era un loco perverso. Yo leí su obra y supe de su vida viviendo en el Uruguay. ¡Que hombre pésimo! Se habla entregado a los vicios y hacía con ellos poesía. Era un monstruo. Sólo en él había locura, la del lobo que roe la frente.
Nerval en cambio era bueno. Pero se ahorcó de un farol. Le gustaban las manzanas. Lautréamont y Artaud me angustian. Su psicología es la de los vagos Yo estaba atraído a ser como ellos, pero me salvé con la misa y los libros santos. Lautréamont y Artaud también sufrieron. Pareciera que en sus vidas no hubo mucho más que dolor. Y ese dolor lo convirtieron con extraña belleza, quemándose en su propia conciencia, en poesía. No debemos confundirnos. El sufrimiento de los viciosos no es noble, está muy alejado del de los mártires de Dios.
-Tiene pasión por Lautréamont, ¿no es así?
-Los Cantos de Maldoror marcaron desde muy temprano mi espíritu. Diría más: mi creencia de que la poesía es la posibilidad del hombre para vencer el miedo a la locura y a la muerte surgieron tras la lectura de ese libro. Voy a decirle algo que lo hará pensar. Es un secreto que he mantenido hasta hoy. Yo, a pesar de todo, quiero al conde de Lautréamont y lo voy a ayudar. Y él me conoce. Como juez he tenido que verlo. Me pidió que no lo olvidara, que intercediera por él ante Dios, que es mi amigo. Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo ví estaba como despojándose del sueño, con agua y con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Se mantenía muy quieto, acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: "Lautréamont, Lautréamont -le dije-, soy Fijman". El se acercó y dijo que me quería, que seríamos muy amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido sobre la tierra. Pero no lloramos, nos abrazamos y permanecimos una eternidad en silencio.

Recordemos que el adorado Jacobo Fijman pasó desde 1942 hasta su muerte en 1970 internado en el Hospital Borda.

Otra poeta maldita, Alejandra Pizarnik está signada por la obra de Lautréamont, ella reconocía su fuerte influencia a tal punto que antes de ingerir una sobredosis letal de seconal sódico y fallecer, sobre un pizarrón en el departamento del edificio de Montevideo 980 tomó una tiza y escribió sus últimos versos:

criatura en plegaria
rabia contra la niebla
escrito contra
en la
el opacidad
crepúsculo
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo
oh vida
oh lenguaje
oh Isidoro

El listado de las influencias o amores que los poetas profesan a Lautréamont haría este artículo aún más tedioso y prácticamente interminable. Gelman, Cortázar, Aleixandre, Neruda, Paz, Huidobro, Galeano y muchos más. Para cerrar elijo las palabras de Roberto Bolaño, por exactas y precisas, extraídas de la entrevista de 1999 en el ciclo de conversaciones La Belleza de Pensar en la Feria Internacional del Libro de Santiago de Chile, cuando le consultaron qué otro ejemplo podría dar de poeta adolescente, después de Rimbaud. Bolaños respondería:

-Yo creo que Rimbaud y Lautréamont son los dos poetas adolescentes absolutos, en donde la pureza es tal que quien se atreva a tocar, pero a tocar de verdad a Rimbaud y al Lautréamont, se quema.

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