Roxana Artal, El desencanto Ediciones En Danza, septiembre de 2021, 68 pág.
Para poder desencantarse, primero hay que vivir el encanto. ¿Cuál fue el de este libro? La voz lo oculta, pero nos sugiere algo en dos versos: «caricia sostenida / justo antes del contacto». ¿Se tratará entonces de ese instante en que la imaginación es la promesa del mundo? Nunca lo sabremos. Lo seguro es que este reverso desencantado (el después del contacto del que nos habla la voz) busca en su intensidad reflejar lo atravesado como «una pieza de rompecabezas / rota».
Una percepción disgregada del entorno, un universo en harapos: así funciona el caleidoscopio de estos poemas. Ni el yo ni el vos ni el ellos logran articularse. Tampoco las palabras ni las cosas. El verso no persigue su unidad. Como un cristal quebrado, se desgarra a sí mismo y a lo que enuncia: «ni sangre ni apetito ni espejismo / ni carne que asar al fuego / ni animal al que matar». El poema es una colección que reúne el azar antes que el sentido. El efecto del pasado consiste en irradiarse «de una vez y para siempre» sobre aquello que fue.
«Un cuerpo se abre sobre la mesa. // Dentro hay un cangrejo / que se abre / y deja ver un pichón / que se abre. / Dentro hay un escarabajo / que se abre / pero no / es pura piel / entumecida no esconde / ningún corazón roto». La persecución no posee un objetivo, su ansia insiste en desenmascarar toda posible esperanza que alberguen las figuras, y el desencanto precisa de los brotes de ilusión para soltar sus lobos: «Encontré acá / algo / de lo que quería / de lo que creí querer / de lo que quise / de lo que perdí queriendo decir. // Si pudiera decir canto / ¿renacería? // ¿Si pudiera decir sol?».
Melancolía es un término que no basta. Ninguna chance tiene de arrimarse a lo que el poema infringe en el lector. Al arremeter contra el presente, el desencanto no provoca pasividad. La incisión del ojo, el recorte por el lado oscuro pueden causar el hundimiento, pero a la vez desatan el contraste que señala la luz. Aún en el extremo de la sordidez, nos impulsan a decir «soy la cabeza que cuelga / del mismo cuello / la misma rama / el mismo riel / la misma herida / constante / flor sedienta / del imposible fin», y a través de la música, permitir el ojal que muestre la flor, la sed y la voluntad persistente, todo a la vez (éxtasis de la existencia, por contradicción).
Lo monstruoso —ese «gallo sin cabeza que baila al borde de la carne»— se nos señala para romper el hechizo de la discontinuidad. Eso que antes era no cesó de ser ni fue lo que ahora vemos. La diferencia es un ritmo, y el desencanto la rastrea para dejar expuesta la fantasía, para tocar y sentir lo que realmente está ahí —y siempre lo estuvo—, en nuestras palmas, nuestros oídos. El velo alienante que ofertaba el brillo se descorre y la luz negra nos da en la cara: «Llueve de frente / como si el cielo se hubiera acostado / sobre el horizonte y / la lluvia me traspasa // anida fugaz en mi pecho». Por más que su corrimiento nos deje empapados en el umbral batiendo alas «que no sirven para volar», ahora nos quema el fuego innegable, verdadero.
Roxana Artal nació en Buenos Aires. Es Licenciada y Profesora en Letras. Escribe poesía, literatura infantil, y se dedica también al teatro. Da clases de literatura, talleres de escritura y de juegos teatrales. Cofundadora del portal Evaristo cultural, es también cofundadora y editora del sello Evaristo Editorial. En 2007 ganó el concurso de dramaturgia de Teatro x la identidad. Como poeta y periodista cultural, colaboró en diversas publicaciones nacionales e internacionales (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla —México—; Agulha Revista de Cultura —Brasil—; Hablar de Poesía —Argentina—; Touroum Bouroum —Francia—, entre otras). En 2019 recibió la Beca a la Creación del Fondo Nacional de las Artes por el proyecto Poéticas de la percepción. Forma parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, donde coordina el Coliseo de Poesía.