In memoriam
Este pasado 26 de julio, Susana Cabuchi, poeta referente de Córdoda, nos abandonó de imprevisto, aunque solo en cuerpo, no así en poesía. Sus poemas serán siempre un volver a ella. Extrañaremos a esa mujer cálida y amiga; su abrazo sincero, su palabra tranquila. Maestra precisa. Quienes la conocieron y quienes la leyeron saben de la gran pérdida que referimos. Eduardo Robino, poeta salteño amigo de Susana, esboza aquí unas palabras en homenaje a la gran poeta que fue y será, siempre, Susana Cabuchi.


Conocí a Susana Cabuchi en el 2016. Leonor Fleming y Carlos Aldazabal nos habían invitado a una lectura de provincias en la Feria del Libro de Buenos Aires y allí concordamos Susana Cabuchi, de Córdoba; Fernando Toledo, de Mendoza; Gustavo Romero Borri, de San Luis, Jorge Spíndola. Susana recientemente había sido operada y estaba en un tratamiento, por lo cual su capacidad de caminar se veía enlentecida. Con Vale, mi esposa, hicieron migas en el acto: Susana, de andar lento, y Vale, de mirar mucho. Aún no habíamos oído nada de ella, y viceversa, pero acordamos en el mirar pausado, en el asombro ante los detalles, en el amor por Quino y Mafalda, en la concepción política de proteger a quienes menos tienen y crear oportunidades desde la educación y la posibilidad de créditos.
Los tres recorrimos San Telmo, Plaza de Mayo, la calle Corrientes, con un andar de pueblo que nos permitía mirar distinto.
Cuando la escuché leer me encantó. Tanto su forma, no ligada a la cadencia normalizada por la época, sino a la manera en que se lee una carta en voz alta o en que una mujer lee un diario de la adolescencia que encuentra muchos años después y que consideraba perdido.
Sus poemas eran tan humanos. Allí se hablaba de la cotidianidad de una familia, del vínculo amoroso entre amigos, ligados a quehaceres muchas veces menores, pero que sostenían y construían una urdimbre de cariño, complicidades, que convertían lo cotidiano en símbolo, en memoria.
Su poesía, ligada al presente, retenía aquello antiguo, genealógico, fundante que consistía en la piedra basal de la mirada sobre el ahora. Y esa mirada era la ternura y el cariño, la comprensión y cierta tristeza serena que aún poblaba la percepción de los días y de las cosas.
Recuerdo que aquella vez me regaló unas impresiones de poemas aún inéditos, que aún conservo con un afecto intacto.
Nos vimos otras veces, en Córdoba, en Tucumán. Recuerdo, como anécdota, que las dos veces que nos encontramos en Tucumán –Vale y yo viajamos para verla– la hicimos declinar de su vegetarianismo para comer asado –y ¡qué asado!– en casa de Florencia Vivas y Bernabé Pico Estrada. Ella estaba encantada, con un placer de niña desobediente.
Las veces que la vimos sentimos felicidad de verla, y sé que era mutuo.
La noticia de su fallecimiento la leí en el Facebook de Elena Anníbali, poeta de Córdoba, que supe entonces que la adoraba. La tristeza fue fuerte, pero ví que muchísimos poetas comenzaban a compartir sus escritos, su dolor, y la percepción de todos acerca de Susana coincidía: una mujer, en el mayor sentido de la palabra, buena.
Creo, dos días después, que su obra seguirá leyéndose –es realmente hermosa–, e imagino –ahora no más secretamente– que en un párrafo del poema «Los justos», de Borges, Susana nos lee un poema sobre un viajero, una amiga, mientras afuera aún no termina el día.
Eduardo Robino

Poemas de Susana*
CARTA A MIS ABUELOS Vuelvan. Cúbranme de su idioma volador como las arenas de Maalula. Denme la luz los rostros y los nombres queridos que dejaron allá, donde tú abuelo usabas botas negras y los ojos alegres y tú, abuela bordabas el viento en los manteles y estabas con tu madre y sonreías. Cuéntenme de la tarde cuando se conocieron y del paisaje donde nació mi padre. Cuéntenme la tristeza que tenían, cuéntenme los recuerdos que trajeron, cómo cantaban mientras lavaban ropa. Hoy viajan en mi sangre las calles de su tierra, la piel oscura de sus hombres, el calor de sus casas como piedras calientes. Y me suben a la boca dátiles como hostias y aquella fe en El Libro que nunca dejaban de leer. Y me crecen higos dulces con nueces y viajes con mucha pobreza y niños vendiendo telas en canastas y pueblos enteros caminando y arroz envuelto en hojas húmedas de parra y leche agria con menta seca y cruces y más cruces como el dolor de toda la familia. Yo bendigo la tierra que le han dado a mi alma y esta música ardiente como el sol de Damasco. Ahora que duermen con todos los parrales en la tumba y que en la casa no están ustedes y han muerto los canarios, les prometo un racimo de uvas este verano. (De El corazón de las manzanas, 1978)
EL DULCE PAÍS Entonces, tus ojos eran caramelos de miel y hablabas de las bicicletas que regalaba el Niño Dios a los que no podíamos comprarlas. El río se callaba para que tú contaras figuritas. Yo era alegre, y eran alegres los nísperos del patio. Y tú eras otro, no el hombre de hoy lejano como todos. Cada domingo era una sorpresa de ciruelas, de plaza con hamacas. Tu padre cantaba en el taller mientras tu madre lavaba mamelucos de amor y aceite. El mío no había partido todavía y llegaba al hogar con dulces y regalos. Yo oía con asombro tus mentiras y creía en gigantes voladores y en ángeles guardianes que cuidaban tu ropa y mis zapatos. Por cada diente el ratón nos compraba mandarinas. La abuela, abría el gran ropero y sacaba turrones envueltos en papeles crocantes. Si vuelves, como entonces, con sombrero de piel y las manos con barro verás, que guardo aún el corazón de las manzanas. (De El corazón de las manzanas, 1978)
EL VIAJE Decías que mis ojos eran dos marineros huérfanos que estaban siempre partiendo sin despedir a nadie. Que un aire de silencios o un llamado de invisibles palomas me rodeaba. Y me invitabas a festejar la lluvia y los sembrados. Pero no me detuve. Era viajera como las mariposas. (De El corazón de las manzanas, 1978)
HOJAS Una hoja desprendida de otoño. En qué silencio en qué callada muerte presagio de cenizas? Cae. Un vuelo último en este dieciséis de abril ante mis ojos. Y hay otras hojas, murmurando. (de Patio solo,1986)
MEMORIA En el mar recuerdo los suaves campos de mi pueblo natal, sus colinas verdes, las azules y lejanas montañas; si te beso pienso en el beso de aquel que no veré más. (de Patio solo,1986)
CERTEZA Llevo una ventaja a los que habitan en las grandes ciudades. Conozco los rostros que asombrará mi muerte. (de Álbum familiar, 2000)
PASOS He bebido las aguas del Shu–Am como si no estuvieran contaminadas. A orillas del río silencioso crecen flores amargas sobre las que he descansado, leyendo. Y no he pecado sino lo necesario. (de Álbum familiar, 2000)
MIÉRCOLES DE CENIZAS II Pasan los trenes hacia el norte. Desde las ventanillas encendidas otras máscaras miran. Nosotros esperamos que se aquiete el humo, que enmudezcan las cenizas para preservarlas en pequeñas bolsas de cretona que hicimos en diciembre. Hay que guardarlas en cajas de costuras, en roperos, entre frutas o sábanas. Para que Momo no se vaya -no del todo- con sus dones: reprobar la ignorancia, enfrentar a los hipócritas y burlar a los necios. El verano terminará pronto. Debajo de la rueda que lo mantuvo atado frente a la Estación el niño ofrenda una corona de hojas verdes. El rey o el dios o el hombre nada promete. Pero creemos que alguna vez traerá la lluvia. (de Detrás de las máscaras, 2008)
VIII Por las mañanas la casa era aquella madre de ágiles movimientos, el ruido de las tazas y el olor del café. El viajero prefería beberlo sentado sobre un grueso leño detrás del aljibe. Pero los días de lluvia aceptaba entrar en la cocina y compartir la mesa. No hablaba. Nosotros no hacíamos otra cosa que escuchar su silencio. (de El viajero, 2018)
XXIII Una tarde le mostré al viajero mi cuaderno de versos. Algunas líneas, imágenes sencillas sobre la primavera, mi perro, los muertos, el río, y poemas copiados de diarios del domingo. Sonrió y me acarició la cabeza. Niña —dijo— has nacido herida. A cada golpe de la vida, a cada palabra que escribo, a cada dolor que resisto, lo recuerdo. (de El viajero, 2018)
XXV El viajero se ha ido. Sabíamos que se iría, hasta esperábamos que lo hiciera porque para nosotros más que un hombre era un viaje. Ha dejado flores sobre la mesa de todos y la cadena con su amuleto de madera oscura, colgada en el respaldo de mi cama. (de El viajero, 2018)
ENCIERROS Ahora sé porqué Merini dictaba sus poemas por teléfono, de aquella Tierra Santa no podía salirse de otro modo. Ella lo hacía. En noches apagadas, en veranos violentos lo hacía. Esperaba la hora más esquiva para entregar su miedo, traducir lo callado, cantar. Ahora esta poeta de provincia que soy, también como ella encerrada e insomne, dicta poemas a distancia, por correo electrónico, por zoom, al amigo, a los desconocidos, a quien acepte. Escribía en el exilio como yo escribo, confinadas las dos, cercadas por un mal invisible. Qué es esto desconocido, preguntamos, que nos retiene en nuestra Tierra Santa tan cerca de la muerte? Ella lo hacía. No es difícil. Solamente hacen falta un teléfono, un cuerpo que dé contra las piedras sin romperse, temer la enfermedad, acostumbrarse a morder tinieblas y naufragios, poseer una voz luminosa, llamarse Alda. (de Confines. Antología en tiempos de riesgo, 2020)
IV Qué sé, qué desconozco para que ella repita varios meses después, Susana, no lo olvide -suena firme su voz en el teléfono- escriba sobre Siria. Qué espera, qué me pide? Hablaré de Quneitra, del pasto crecido sobre los escombros, de los testimonios del Golán? Ibrahim me muestra unos montículos de nada y dice: esta era mi casa. Por esta calle iba a la escuela cada mañana. Y señala la escuela, lo que debo creer que fue una escuela, cemento y hierros arrasados por las topadoras. De quiénes eran las tumbas? Cuántos lloraban entre los olivos? Alguien preguntó sobre la poesía después de Auschwitz, también yo lo pregunto desde las ruinas de Quneitra, sus hospitales muertos, sus calles incendiadas, las infinitas filas de cruces blancas sobre la vergüenza del mundo. De quiénes son las tumbas? Cuántos están llorando ahora entre los olivos? (de Siria, 2022)
ULEILA Porque no hay que viajar grandes distancias, además es apacible, es bello, encantador, decían. Y cada año autorizaba el ocio una población serrana cuyo nombre proponía un juego sin salida, un interminable y misterioso acertijo: Salsipuedes. La calle principal era de oscuro y empinado asfalto y ondulaba, perfecta para el patinaje y sus consecuentes advertencias. Juntábamos piedras, mariposas, plantas medicinales. Buscábamos víboras, avispas, miel. Pero lo inolvidable fue el nombre de la casa alquilada: Uleila del Campo. Uleila sonaba a oleaje campesino, a ciclos lunares en una lengua antigua, a ulular marítimo, a lagunas nocturnas, a luz. ¿Uleila era una flor silvestre, un extraño y distante país, un pájaro prodigioso y desconocido, una mujer? Desde entonces, en secreto, llamamos así a nuestra madre: —¿Llegó Uleila del Campo? —Uleila dice que ordenemos el cuarto. —¿Ha visto usted a la señora Uleila? Nos había prometido estarse viva, tostar zapallos porque —dijo— serían muy dulces ese verano, hacerme un vestido de seda verde para los bailes de carnaval. A veces la nombramos. En las calientes noches, desde cualquier lugar, le preguntamos: Señora Uleila, Uleila del Campo, ¿dónde está, por qué no vuelve, por qué demora? ¿O está en el Mirador reconociendo amaneceres, colinas, lejanías, y no puede salir?** **Mucho después de escribir este poema supe que en Galicia, España, existe un lugar llamado Uleila del Campo y que Uleila es una palabra árabe que significa Mirador. (de Siria, 2022)
*La presente selección de poemas se realizó en base al libro inédito: Hojas, antología poética. Falta Envido Ediciones.


Susana Cabuchi (Jesús María, Córdoba, Argentina, 1948 – 26 julio 2022). Publicó: El corazón de las manzanas (E. y G. López, 1978), Patio solo (Alción Editora, 1986), Álbum familiar (Alción Editora, 2000), El dulce País y otros poemas (Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, 2004), Detrás de las máscaras (El copista, 2008), Poética 1965-2010 (El taller del Escritor, 2010), Album de famille – Livre CD (París, 2015), El viajero (Viento de Fondo, 2018) y Siria (Barnacle, 2022). Textos de su autoría fueron incluídos en numerosas antologías argentinas, americanas y europeas. Con distinciones nacionales e internacionales. Figura en estudios críticos de poesía hispanoamericana y de literatura escrita por mujeres. Fue traducida al francés, al italiano, al portugués y al árabe. Como gestora cultural organizó ferias de libros, talleres de animación a la lectura y a la escritura, seminarios sobre creación, publicación, crítica y traducción de poesía y concursos literarios. Colaboró en revistas especializadas y en sitios virtuales. Coordinó talleres de escritura. Su último poemario Hojas, una antología poética, aún se encuentra inédito.
Nuestro inmenso agradecimiento a Susana Cabuchi, por su amor, su calidez, su sinceridad y su poesía.

Eduardo Robino. Salta (1974). Psicólogo, escritor, y docente. Escribió: Certezas Cotidianas. (1999. Primer Premio Concurso Literario Provincial 1998. Poesía. Ed. Fundación de Canal Once Salta), Puebla (2004. Premio Accésit en el Concurso Literario Provincial. Poesía. Ed. Artes Gráficas Crivelli), Los Tesoros Ingratos (2006. Poesía. Ed. La Chuña), Hasta que irremediablemente llegue el día (2010. Primer Premio Concurso Literario Provincial. Poesía. Ed. Ministerio de Turismo y Cultura de la prov. De Salta. – Talleres Gráficos Altuna Impresiones), Dificultades de la Poesía (2010. Varios autores. Ensayo, Bitácora del Abordaje. ED. Del Dock. Bs. As. 2010), Tartagal 1940 (2015. Poesía) y Hubo un alud nuevamente en el valle (2021. Primer Premio Concurso Literario Provincial 2021, publicado recientemente).
Nuestro agradecimiento a Eduardo Robino por su tiempo y por sus palabras.
Una idea sobre “Susana Cabuchi”
Bellos poemas!!!