Mercedes Chenaut o andar a turucuto

Mercedes Chenaut, escritora, hacedora de la cultura y de la literatura tucumana, murió en nuestra ciudad el pasado día 20 de diciembre de 2020. Una mujer de su tiempo que se animó a treparse a las alturas para comprender la existencia, vivirla y expresarla con autenticidad, no exenta de aciertos y desaciertos que trazaron su historia y su escritura con actitud de auténtica libertad de espíritu. He aquí el pequeño homenaje de un amigo.


Fue una siesta del invierno tucumano de 2009 cuando conocí a Mercedes Chenaut (1957-2020). Unos días antes Elvira Juárez Aráoz (1949-2015) había leído mi poemario Libro de las horas que pretendía comunicar mi experiencia monástica italiana de unos años anteriores. Al terminar de leerlo me dijo: “Esto debe leerlo Mercedes”. ¿Quién? “Mercedes, ¡Mercedes Chenaut!”, me respondió. Ahí nomás Elvira la llamó por teléfono y concertó una visita para que yo fuera a su casa. Unos días después fui a lo de Mercedes en la calle Muñecas al 700.

Hasta ese momento, sólo la conocía de nombre, socialmente, sin haber intercambiado nunca nada con ella. Sabía su trayectoria en el mundo relacionado con la literatura, pues leía sus colaboraciones en el Suplemento Literario de La Gaceta con cuentos, memorias y crónicas de viajes; también recordaba su presencia en Tafí del Valle como dueña de la centenaria Estancia Los Cuartos donde cultivaba la memoria familiar. No sospeché en aquel primer encuentro que con el tiempo Mercedes Chenaut se convertiría en una de las mujeres más importantes de mi vida. La conversación pasó de comentarios superficiales a cuestiones más íntimas, donde ella no me dejó indiferente. No fue sólo una cita literaria sino un encuentro significativo para mí. Luego de varias correcciones mi libro finalmente se editó y lo presentó Mercedes junto a Amira Juri en el Centro Cultural Rougès en octubre de 2010. En aquella oportunidad ella me hizo un guiño presentando mi segundo libro, yo totalmente un desconocido para ella y para todos, y recuerdo que fue justamente esa situación la que ella mencionó al momento de hablar de mi poemario. Desde casi el total desconocimiento de quién era, ella dijo todo sobre mí aquella noche tomando algunos poemas. Comprendí entonces quién era ella. Además de una mujer dedicada a la literatura, reconocida y valorada por sí misma, descubrí que había algo más, que otra Mercedes también habitaba allí en ese cuerpo frágil. Yo aún no sabía de su fragilidad. Continuamos la amistad recién estrenada y ella como buena maestra me posibilitó mi entrada en la escritura poética y para ello me dijo “es necesario el descubrimiento del poeta” que llevaba escondido. Debía dejarlo salir, mostrarlo. Y ella me ayudó con generosidad en esa doble tarea. Más tarde, me sumé a algunos de los  encuentros de su taller literario “Animarse a Gritar” (creado en 1992), donde compartí e inicié una hermandad que continúa hasta hoy, con otros escritores y buscones; también asistí a talleres personales de corrección y escritura creativa. En esos espacios Mercedes nos exigía escribir y compartir sin vergüenza nuestros textos, someterlos a la “amable crítica” propia y ajena. Además de lograr un texto impecable también logramos cultivar un clima de tolerancia y respeto por lo diverso, en formas y estilos. 

Al develamiento de una mujer curiosa, lúcida, honesta, preparada, estudiosa, pude conocer un ser humano que había librado muchas batallas: personales, familiares, sociales, de salud, de incertidumbre, de arrojo y de esperanza. Mercedes se atrevió como mujer de su tiempo no sólo a la dedicación de su familia, de su vocación profesional, sino, y sobre todo, a la construcción de una mujer nueva. La mujer liberada de mandatos familiares y sociales, la mujer emancipada del pensamiento y de la opinión de otros, la mujer intelectualmente comprometida con muchas problemáticas de su tiempo que exigieron de ella una revisión de creencias, posturas políticas, ideológicas que la alejaron de los círculos tradicionales de los que provenía y la acercaron a otros diversos en sus conformaciones y prácticas. Una mujer que se atrevió ser otras en una misma vida. Contemporáneamente a este cambio existencial, este salto cualitativo de la “soledad” a la “solidaridad”, Mercedes no dejó de lado su quehacer literario que implicaba su gusto por la lectura, el trabajo de su escritura pulida, exquisita, erudita, que cultivaba como buena borgeana en textos donde lo cosmopolita se entrecruzaba con  el color local. Llevó adelante un “apostolado” cultural que implicaba tanto la difusión, como la producción y el incentivo a muchos otros, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, para la escritura y una renovación de nuestras letras tucumanas, más allá de academias y grupos literarios. Dio a conocer autores “imprescindibles” como Borges, especialmente, y también a autores nuevos y tucumanos. Su pasión por Borges, la llevó a distintas partes de nuestra provincia dando charlas sobre el Maestro, como le decía, y hasta le dedicó un programa de radio, por la que obtuvo un premio a nivel nacional. En Mercedes, el lenguaje y la escritura eran dos modos de estar en el mundo, de investigarlo y recrearlo. El lenguaje en ella era algo más que una pose estética, sobre todo, una posición ética. Cuántas veces en público o en privado corregía una mala expresión o develaba una mentira, una verdad a medias, exigía en este punto, la autenticidad absoluta, si cabe este adjetivo para algo humano. Ella bien sabía que sólo la verdad nos hace libres. Lo supo en carne propia, en su cuerpo, donde experimentó que el único camino posible hacia la felicidad (efímera, propia de nuestra condición humana) es el camino de la veracidad sostiene en cualquier acción  y con honestidad, a toda hora y en cualquier lugar, un corazón libre, que se conoce y se acepta sin temor, ni vanidad. 

Literariamente mucho le debo a Mercedes pero más aún desde su costado humano de mujer buscadora. Ella vio, ella me miró, ella desató nudos que yo nunca había advertido o que estaban tan naturalizados en mí que no los reconocía como obstáculos. Esto es lo que más le agradezco. Ella me puso en camino. Y en un punto, como buena maestra, me dejó solo para hacer mi experiencia. Nos distanciamos, nos reencontramos, nos reímos, lloramos. Hablamos, hicimos silencio. Ella siempre estuvo presente en los momentos que la necesité.

Sus datos biográficos son claros y cada uno de los que la conocieron tendrán sus versiones de esta mujer única que nació en el otoño de 1957 en San Miguel de Tucumán, hija de Eugenio Chenaut y de Eugenia López Peña, hermana de María. Alumna de la Escuela Normal y del Colegio El Huerto de Tucumán. Licenciada en Letras por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino. Esposa de Camilo Soaje con la que tuvo cinco hijos que le dieron la dicha de verse multiplicada en varios nietos y nietas. Esposa también de Luis Avellaneda que la amó a su modo y que sus ojos de agua le devolvieron la calma y el oleaje del océano lejano. Fundadora del Taller Animarse a Gritar que se inició en la década del 90 en algunos salones de la Casa Histórica. Cofundadora y Directora de la Revista “A Turucuto”. Autora de varios artículos, cuentos, publicados en diarios, revistas y antologías. Sus libros: Elegí un tumor (Tucumán, Ediciones del Parque, 2012), Testimonio de un elegido. Juan Carlos Yapura y los tesoros de Tafí. (Tucumán, Ediciones del Parque, 2012), Tremendas (Bs. As., Ultimo Reino, 2015), Madres terribles y otros relatos huérfanos (Tucumán, Ediciones del Parque, 2017), Respuestas a Facebook y otros textos impúdicos (Tucumán, Ediciones del Parque, Libros del Bicentenario, 2019) plasman un mundo literario cuyos principios constructivos son diversos: la memoria personal y social, la ironía, el humor, la reescritura de mitos, lo intertextual y el mundo virtual. También participó en emisiones radiales junto a Carlos Duguech en Radio Universidad (UNT) como fueron: Literatura y Paz y Borges por Radio programa por el que recibieron el premio Martín Fierro Federal 2017. 

Mercedes Chenaut nos deja una obra literaria, narrativa próxima a la escritura autobiográfica o de autoficción, que revela mundos paralelos, cruzados, híbridos, mestizos, confusos laberintos, espejos que evitamos o aceptamos, y sobre todo, una obra que configura a una mujer tucumana que se animó a subirse “a turucuto” para sin ningún temor, ni vértigo, ver el horizonte, respirar profundo y lanzar al cosmos el grito vital que la atravesaba, más allá de los aplausos y los títulos. Una mujer no sólo de armas llevar, sino generosa que tendió la mano a muchos otros para también animarse a mirar al mundo desde las alturas poniendo ella sus hombros y trazando sin querer o queriendo el camino que deseamos continuar. Así te despido querida Mercedes:

En el cenit 
Cuando seas viento 
Alpapuyo 
Roció del verano 
Flor del Valle 
palabra con la Palabra 
Canto en el silencio 
Vuelo de un Ave único 
Cuando seas la otra y la misma 
Cuando nadie me vea 
Nadie más que vos y El 
Te saludaré como los antiguos monjes de las islas: 
 
“Que el camino nos lleve a reencontrarnos,
que el viento sople siempre a tu favor,
que el sol brille cálidamente sobre tu rostro,
que la lluvia moje suavemente tus tierras
y hasta que volvamos a encontrarnos,
que Dios te guarde en la palma de Su mano”

Gracias Mercedes Chenaut, hasta el próximo amanecer que podamos contemplar juntos. 


*A turutuco: expresión usada en la provincia de Tucumán, queriendo implicar cargar a alguien en los hombros, a horcajadas, con una pierna a cada lado del cuello o sobre la espalda con una pierna a cada lado de los flancos. Esta expresión es símil de: a caballito, cococho, entre otras que varían dependiendo la región del pías.

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