I – El arte, como condición constitutiva, tiene el atributo de crear un saber; el problema que ha desvelado y desvela a quienes se asoman a la cuestión, es comprender cómo lo crea.
Aristóteles, en ese monumento cultural de Occidente, la Poética (siglo IV a. C.), partía al medio, literalmente hablando, los alcances de la ciencia histórica y el estatuto de las artes. En el capítulo 9, señalaba que la Historia cuenta las cosas tal como sucedieron, mientras que la poesía (y por ella entendamos las diversas artes) cuenta las cosas tal como podrían haber sucedido. De allí sigue que la poesía es de carácter más elevada, ya que cuenta lo general, mientras que la Historia, lo particular.
La pregunta podría plantearse así: ¿cómo se formula ese saber que provee el arte? Revelaría un conocimiento que proviene no sabemos de dónde, pero al que se llega por caminos distintos a los que ofrece la ciencia o el desarrollo sistemático de una teoría. Me detendré en algunos ejemplos para arriesgar una respuesta: un corto del gran cineasta Alfred Hitchcock, un cuento de G.K. Chesterton y un breve ensayo del crítico rosarino Alberto Giordano sobre la narrativa de Bioy Casares.
II
Hitchcock dirigió entre 1955 y 1965, una serie de breves episodios, titulada “Alfred Hitchcock presenta”, verdadera obra maestra (se encuentra casi en su totalidad en Youtube). En uno de ellos, llamado “La reunión”, un grupo de soldados de diverso rango que estuvo en Vietnam, se reúne anualmente para homenajear a los caídos. Para que el recuerdo sea verdaderamente lo que es, en determinado momento se visten de soldados nuevamente, cada uno en su rol, y recrean, simulan, el momento más álgido del combate, donde han perdido a sus compañeros. Forma extraña de recordar, pero honesta y liberadora.
Hitchock, que dirigía textos de vaya autores (es conocido el mojón que fue su trabajo con Roahl Dahl; también filmó guiones de Bradbury), no era ningún caído del catre. Desde el inicio del film, cuando empiezan a llegar los invitados a la reunión, en casa de uno de los soldados, se muestran chistosos pero violentos al mismo tiempo; como si no hubiesen podido volver de la guerra. Resumo: la recreación de las escenas de guerra en realidad es hecha por pocos, ya que los demás invitados que vemos en la película están muertos. La indefinición, que queda indeterminada en la verdad sobre cuántos están vivos y cuántos no en esa reunión, es un acierto, pese a que golpea al espectador advenedizo.
Pero qué mensaje hace correr Hitchcock con esa escenificación casi grotesca de estos hombres con el peso de la culpa. Al recrear, escenificar cada vez, en cada reunión, los momentos previos a la muerte de algunos de ellos, surge algo que no se había visto en el momento de la contienda: la connivencia con uno de los jefes, miedos que se pudieron haber evitado, disparos que fueron dados para otro lado, entre otros, revelan una verdad que estaba ausente en los protagonistas; es la recreación, la puesta en escena del hecho, la que otorga una verdad oculta. Si bien podemos decir que la escenificación por parte de los soldados no es precisamente una obra de arte, el método les provee un conocimiento que de otro modo no habrían alcanzado, les genera una verdad triste, cobarde, sincera.
III
El escritor y ensayista G. K. Chesterton, en un cuento famoso, La muestra de la espada rota, perteneciente a la serie policial del Padre Brown, trabaja con un tema similar. Sin extenderme en el argumento y la recreación, es aquí el analítico proceder del padre Brown el que descubre algo que fue silenciado por mucho tiempo, y que da vuelta la historia escrita sobre el general Arthur St Clare. El cura, a partir de la espada rota, en el contexto de una guerra, utiliza su sagacidad -y por qué no, el arte de ver cómo podrían haber sido los hechos- para hacer emerger otra faceta, verdadera, de la batalla de Río Negro, con los enemigos brasileños. La escenificación como fulgor de lo neutro, el remedo artístico, establecen una verdad inconclusa, oscura. ¿Dónde escondería alguien un libro? Saben la respuesta, pero ¿y si no tienen biblioteca? Lean el cuento.
IV
Un último ejemplo, más académico. Lo tomo del libro de Alberto Giordano titulado Modos del ensayo, publicado en 1991. El investigador rosarino se detiene en un libro de Bioy Casares, titulado La otra aventura. Indaga en el modo de constitución ensayístico-literario de Bioy y llega a la conclusión, de que en el propio decir ensayístico, en el compartir apreciaciones de lecturas, hay un conocimiento, un “misterioso agrado”. Lo explica así: “…el poder de esas ficciones se ejerce en una experiencia inédita de la realidad, una experiencia heterogénea en relación a los saberes convencionales, en la que se hace sensible lo misterioso de la realidad…” (El arte de lo indirecto).
Es sobre todo en un ensayo que Bioy escribe sobre la Celestina, donde -en una reversión interesante, y aquí recordemos el film de Hitchcock y el cuento de Chesterton- la opinión o el ejercicio del ensayismo, que busca compartir ese “agradable misterio”, funda verdad, genera algo nuevo, que está por fuera de la “impasible teoría”. “El ensayista, nos dice Bioy al comenzar su libro, propone argumentos que parten de eso que le resulta agradable pero no bajo el peso de una explicación definitiva sino para transmitirle a otro lector el goce de lo incierto, ese goce que es la prueba literaria de que algo, en las obras y en quienes las leen, está vivo” (La otra aventura de Bioy Casares). Una experiencia de lectura que, como decía Aristóteles, muestra las cosas tal como podrían ser y no como son. La pregunta, otra vez, y aquí concluyo: ¿no será eso que llamamos el conocimiento (medianamente estable), un fulgor que nace en el temblor de una presentización ausente (a decir de Walter Benjamin), como sucede con las experiencias de lectura de ficción, que por rodeos, lógicas internas, debe ser asumido y asimilado para convertirse en lo que denominamos, saber?