Los lenguajes de las letras de Daniel Moyano

Hace poco más de diez años llegó a mis manos el libro Un Silencio de Corchea, de un tal Daniel Moyano, con una dedicatoria que decía: “para disfrutar y repensar lo que miramos”. 

Comencé a leerlo pero, por diversas actividades, lo hice de manera esporádica, sorbiendo de a poco cada uno de los cuentos. Me sentí atraído por esas historias reales, pero la sorpresa en mí pasaba por el hecho de que nunca había escuchado que alguien de mi entorno lector lo hubiese nombrado.

Tiempo después me invitan a una obra de teatro que se presentaba en una librería de La Rioja: “Unos duraznos blancos y muy dulces”, dirigida por Pano Navaso, con actuación de Paulina Carreño, narradora oral; la obra se basaba en cuentos de Daniel Moyano. Sin dudarlo fui. Asistí a una función a sala llena. El espectáculo narra la niñez del escritor en Alta Gracia, Córdoba, mediante cuentos como “La tía Lila”, “Un silencio de corchea” y otros. Mi fascinación fue completa. La obra de Daniel empezaba a resonar en mí y con ansias terminé de leer el libro y lo releí inmediatamente.

Me desempeño como realizador escenográfico, esto hizo que Paulina me convocara para sumarme a un nuevo proyecto suyo: Para dos Pianos, cuentos de Daniel Moyano. En la gestación de la nueva obra nos propusimos una investigación y un enfoque muy comprometidos que nos embarcó de lleno y juntos en esta gran aventura moyanesca. Cabe aclarar que la perspectiva de esta obra, tanto en la narrativa como en la puesta en escena, fue pensada desde la mirada de Irma Capellino, mujer que lo acompañó en su vida, influenciando, por qué no, la mirada de Daniel. Así fue que, en octubre del 2018 estrenábamos esta nueva obra. 

El estilo narrativo de Moyano es para analizar detenidamente. Había que poner la atención en los micromundos de ese universo. Rápidamente comprendí que la puesta en escena debía develar de manera simple la cantidad de símbolos que completan la historia entre líneas, e incluso fuera del texto. Al contar sus historias, Daniel se propone transmitir algo muy profundo pero de un modo simple y cercano a todos.  Muchas veces son las situaciones u objetos secundarios los que terminan de dar contundencia a sus escritos. Sus descripciones claras, duras, secas, me producían sensaciones contradictorias y angustias que tardaban en abandonarme. Pero desde el primer momento tuve claro que, a partir de esas lecturas, mi mirada iba a los puntos sencillos y diminutos de la crueldad que implica vivir. Su literatura caló dentro de mí y ahora la contemplación era del color del viento zonda, como las superficies y habitáculos de sus personajes. No eran ficción, me dije, son historias reales.

Desde este nuevo rol mío dentro de la obra, y luego de cada función realizada, me llamó siempre la atención cómo el público quedaba conmovido con las historias, cosa lógica en el planteamiento del desarrollo de la misma, ya que buscábamos el impacto y la llegada hacia los espectadores de manera armónica y con la mayor fidelidad a la obra.

Muchos del público que asistían, o los alumnos de las escuelas en donde itinerábamos con nuestra función, eran espectadores primerizos del teatro, pero nos sorprendía que luego de finalizada nuestra labor, se acercaban a indagar sobre su obra, mostrando un claro interés de lector iniciado. —quiero leerlo, ¿dónde consigo sus libros? Esa pregunta siempre se coronó pasada la tertulia teatral con una necesidad genuina de, para muchos, iniciarse como lectores a una edad avanzada.

Por algún bolsillo de mis ropas, guardo el prejuicio de que no siempre lo cultural es algo popular sino más bien elitista y sectorial, incluso en los lenguajes que se utilizan, mientras que Daniel Moyano dice las cosas de manera sencilla y clara, y eso atrapa a un lector que se inicia. 

 Con el correr de las funciones hemos confirmado que el teatro es un vehículo que conecta lo que amamos hacer con un público atento y dispuesto a conmoverse. Por eso, de manera sencilla pero consciente, elegimos seguir haciendo esta tarea de formación, de curiosidad e interés por la lectura, hasta que ese nuevo lector logre descubrir qué lo identifica en un libro. La lectura tiene que ser por elección, por la necesidad de dejarse sumergir dentro de una historia. Conozco muchas personas que sienten ganas de leer algo, pero no saben por dónde comenzar, y nunca inician. La lectura es un ejercicio que le aporta al lector la capacidad de identificar, como en la obra de Moyano, la inmensa cantidad y calidad simbólica que se encuentra detrás de cada historia planteada. Releer a Moyano mil veces, es encontrar nuevas historias dentro del mismo cuento. En mí, Moyano provoca un gran impacto. Esa simbología y significancia con las que este magnífico músico y escritor logra transmitir las realidades contadas es un canto para los sin voz que aún hoy siguen estancados en la línea del tiempo. El compromiso socioespacial y político del autor es fácilmente identificable en sus textos llenos de musicalidad, de perpetuidad en el tiempo de lugares inhóspitos y olvidados, que parecen condenas duraderas incrustadas en la piel, generación tras generación.

Girar esta obra nos dio la posibilidad de ir a pequeños pueblitos, incluso a los propios escenarios de su inspiración, como el del cuento “Cantata para los hijos de Gracimiano” en Illisca y Ñoqueves, donde nos sorprendió ver que hasta los perros se acomodaban en la primera fila, como Arpeggione, que deambula todavía en nuestras tierras esperando el regreso de aquella orquesta de música clásica. O, como en “El Oyente Impasible”, cuando sólo teníamos a no más de cinco o seis espectadores, y algunas veces, tres de ellos, eran institucionales. —La función se hace igual!!! Y nos parece mentira que Daniel Moyano haya andado con su orquesta vistiendo de música esos lugares tan duros de roer.

Varias funciones se completan con la fascinación de un público sencillo, atento, compenetrado en una trama que les hace de espejo tantas veces. Lo vemos en el brillo de su ojos, en la inquietud de la curiosidad que rompe la cuarta pared y solamente disfrutamos. 

Es hermoso escuchar después de las funciones la sorpresiva confesión de que es la primera vez que miran teatro, y lo rico de ese momento es que algunos nos detallan escenas puntuales de la obra. La curiosidad los invita a la lectura, a querer conocer un poco más sobre la obra de Daniel. 

La obra de Moyano es para vivenciarla a través de su narración, es crucial esa mirada que todavía reposa en nuestros suelos agrestes, en su gente intacta, en el cuadro del adobe, de lo seco y sepia, como color de la vida.

A veces me parece que Moyano escribe sobre la falsa libertad de personajes eternamente condenados a ser privados de la misma.

Las descripciones microdifusas de las nimiedades humanas no tienen sorpresa, más bien, evocan recuerdos propios de los lectores que, de seguro, fueron testigos alguna vez en la vida de esas observaciones al pasar, y que hoy, en forma de cuento, se hacen protagonistas.

Moyano presenta el misterio de cada cuento y de cada historia desde el comienzo, desde el título elegido, y provoca en el lector el desconcierto y la curiosidad por querer saber un poco más sobre la misma. En ocasiones, el título parece esconder otra historia paralela al cuento descripto, algo así como una invitación tácita que sólo comprenden y aceptan las personas que viven marginadas en un mundo que ya los ha excluido de sus propias historias de vida. Moyano no sólo las visibiliza, las hace centrales y protagonistas, interpelándonos acerca de lo que alguna vez, al pasar, observamos de nuestro entorno. 

Con la obra teatral Para Dos Pianos tuvimos la oportunidad de viajar a Madrid, conocer su casa, a su viuda Irma Capellino, a sus Hijos, María Inés y Ricardo, y a algunos de sus amigos. El espacio donde daba talleres de escritura, sus cosas… pudimos mirar a través de la ventana que él mismo veía, el bar a donde asistía, muchas veces a digerir lo amargo de una historia que, de seguro, se le originaba en las tripas, añorando su tierra y sumergiéndose en el encanto de la nostalgia que se ata hasta asfixiarte el corazón. 

Y aquí, en La Rioja, alguna vez nos sorprendió parte del público quedándose después de la función para decirnos yo era amiga de la infancia de María Inés, jugaba en su vereda, mientras se escuchaba a Daniel practicar música en su violín; o, en otra función en un profesorado, un muchacho se nos acercó al finalizar nuestra puesta para contarnos que su tío Cesar, amigo de Daniel, fue el que lo inspiró para dar origen a Triclinio, personaje de “El trino del Diablo”, y cosas así. 

Y tanto andar desparramando a Moyano me pregunto muchas cosas sobre su obra al trabajarla, desmenuzarla y transformarla en montaje teatral, porque me interpela sobre libertades, sobre nostalgias y realidades minúsculas que tengo adheridas, y solo se me ocurre transmutarlas para una próxima función.

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