Me acerco a las palabras de Leticia, a la geografía de su lenguaje en Cuarenta días de viento, segundo título publicado por Piedra Madre. Su escritura es líquida, marítima, transparente, pero bucea en las profundidades de un océano oscuro que traga lo que elige no recordar, los nombres que prefiere no pronunciar. «Lo que no se puede decir, se llorará», decía Safo.
¿Cuánto de real peligro hay en esas fauces de animal marino que custodia el gran charco que separa un continente de otro? ¿Cuántos puentes colgantes harán falta? Su libro nos regala imágenes y cicatrices que son la recuperación de un registro oral, de una voz de AbuelaMadre, piedra angular de un clan de mujeres y de hombres con ojos de nuevo mundo.
Si bien la autora, desde un principio, dice ser incapaz de traducir el destierro familiar, su voz poética evoca una memoria ancestral que lleva en la sangre. El libro no se trata de ella, pero irremediablemente se trata de ella. Reconstruye una historia de inmigración que no vivió pero lo hace a través de su propia historia y quizás es la lengua híbrida de su AbuelaMadre la que se traduce sola. Adelia Prado una vez dijo en un poema: «Las lenguas son imperfectas/ para que los poemas existan».
El agua resulta un contraste para el árido suelo santiagueño. La escena es una cámara que se va alejando del monte local, de la casa de tradición siria. Ahora es un viaje de cuarenta días en un arca de madera que el viento arrastra. El agua también aparece como posibilidad de ruta y como un misterio abisal. Allí transcurre la biología marina que no tiene un sitio. Leticia lo tiene, pero en ella existe una resonancia, un acúfeno que no se callará hasta que la palabra sea liberada.
Me arriesgo a decir que en el libro de Leticia Auat pueden encontrarse versos de una arquitectura exacta. De repente, aunque no se defina, la poesía podría ser como, «Dos niñas que juegan/ juegan y se atrapan/ con los ojos vendados”. Cuando bien dice, en uno de sus capítulos, que «El aire es un lugar», retengo de inmediato esa frase. El aire, entonces, es un lugar que el viento conduce, que siempre vuelve. No existe ahí una temporalidad, todo se mantiene en suspenso. Y hay momentos que suenan a realidad descarnada como una máscara que se quita y sirven de anclaje: «Has vivido de vigilia/ en custodia de tus muertos/ ¿Quiénes quedan ahora que ya no estás?».
Leticia comienza y concluye su poemario con una misma pregunta, porque entiende que es la razón de ser de la poesía. Una pregunta universal, un susurro entre mujeres, que sabe retórica pero la hace de todos modos porque de las preguntas, en la poesía, siempre nacen preguntas más grandes: «Abuela ¿Se puede dejar de amar?»
LETICIA AUAT (Santiago del Estero, 1977). Licenciada en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, coordinadora de Universidad Fasta para Santiago del Estero, consejo directivo en diferentes ONGs. Ha publicado poemarios, cuentos, reseñas y ensayos en revistas y espacios culturales. Ha cooperado como gestora, editora y expositora en diferentes proyectos de interés académico y literario. Ha participado en diferentes antologías y tiene publicados Cornisas, libro iniciático autogestionado, Sigo aqui, Piedra Madre Editora y Cuarenta días de Viento, Piedra Madre Editora.