En la pampa gringa el agua puede ser el cielo o el infierno. O las dos cosas. La lluvia marca el ritmo de los pueblos y el humor de sus habitantes, y se vuelve una referencia temporal indubitable. Muchos almanaques después la gente sigue hablando de “el año de la peor seca” o “el de la gran inundación” y nadie necesita aclarar a qué año se está refiriendo. Por eso el tema elegido es el primer acierto del autor: el agua como protagonista en la vida de los gringos.
Ya en la primera página hay algo perturbador, una tensión que incomoda y abre un escenario insondable donde la geografía sin accidentes es territorio hostil, casi siempre adverso, un enemigo empeñado en llevarle la contraria al hombre que deposita en la naturaleza la propia impotencia. Martín Cometto sabe que no puede con el fenómeno que se adueñó del campo y de su vida, pero se niega a darse por vencido por una cuestión de orgullo. Es la imagen brutal del gringo abandonado a su suerte que se busca en el campo anegado y ya no se encuentra. Lo peor es que ya no se encuentra en ningún lado. El barro es la confusión, el suelo resbaladizo donde chapotean su frustración y su tragedia. No hay para dónde escapar: el agua está en todos lados.
El ritmo de la novela funciona como una bomba de tiempo que mantiene al lector en vilo, ansioso por el desenlace. Hasta que eso llega, en un zig-zag vertiginoso el autor matiza con anécdotas que fortalecen la trama: la rivalidad con el pueblo vecino, la ciudad como una trampa pero también como oscuro deseo, la tradición familiar cargada de mandatos que pesan más que las bolsas en la alcantarilla. Tener a quien odiar funciona como un motor ante la falta de entusiasmo y de perspectiva de esos hombres y mujeres que sobreviven en un vacío tan lineal y gris como el horizonte. Otro acierto del autor: demostrar cuán intensa y asfixiante puede ser la nada.
Por eso la noche en que el protagonista decide hacer justicia es también su propia noche, la noche bisagra en que vuelven las viejas ofensas de los verdugos de siempre para ser vengadas. La desolación del paisaje es la propia, y su manera de rebelarse es seguir el impulso, a cara o cruz, a todo o nada. Porque como bien dice Gentinetti en el pago chico también se cumplía la gran tragedia de la humanidad.
(El agua en todos lados, Falta Envido Ediciones, 2022)