Es difícil encontrar un principio y un final en este libro, hay algo que se cuenta pero que no depende del tiempo real, al contrario, el tiempo se vuelve un elemento necesario para mover lo que en el libro se dice estancado, el tiempo se vuelve el mar que recoge su propia falda, como si alguien se subiera el vestido para andar con las piernas desnudas, para hacer liviano el paso o para mostrar lo que el caminar tiene para decir, para cruzar el agua, la tormenta con las piedras clavadas en los talones. El cuerpo que escribe está en el paraíso de la transición, de una relación que se multiplica. Una relación que parece mostrarse en el abandono, pero se expande hacia lo que se contempla a través de ese miedo que nace.
Existe una idea del futuro que no termina de llegar, y en ese mientras tanto el amor no deja de suceder porque lo que el cuerpo recupera son esos gestos de ternura, a pesar de reconocerse ya sin nombre.
Un libro que no nace con una idea previa de hacer algo experimental, sino que en su propio proceso se va auto-descubriendo. Podríamos decir que su género literario no está del todo determinado, pero la poesía es parte del movimiento de su escritura, de esa agua que lo envuelve en su todo: me refiero al ritmo, el cauce, la vitalidad, la forma en que se sostienen las palabras entre sí. No hay aislamiento, hay una atmósfera en la cual el lector tiene cierta libertad de detenerse y de salir a respirar según su propia necesidad. Lo poético también es lo sensorial, la angustia, la delicadeza, los pasajes que van desde la incomodidad y la asfixia, hasta la llanura de sentirnos descansar en la arena, solxs o acompañadxs, como esos momentos de pausa, donde el cielo se interrumpe y sucede la imaginación. Por eso, Perdiendo aceite en el paraíso tiene fotos (yo las vi), fotos que podrían determinar la existencia de un viaje en la realidad del autor, pero que no es el mismo viaje que nosotrxs leemos, o que nosotrxs abrimos a partir de la lectura.
Ese es el juego de la literatura, ese es el desafío al cual Alejandro se lanza con la primera palabra sin saberlo aún, ese es el recorrido que hicimos juntxs y separadxs, para intentar descifrar lo que el cuerpo que escribe tiene para decir. Pienso en frases en las que subrayé de su lectura, en el cuerpo como un mapa de traiciones, el cuerpo como una lucha con esa consciencia, el cuerpo que recupera la imagen de la profesora de literatura, un salto al agua, la observación de los cangrejos, el deseo, esas islas que se conquistan, además del paraíso, las islas que muestran la fascinación y sopesan con esa idea de traición.
El cuerpo de la escritura se pregunta entonces ¿por qué se ama un abandono? Y se corre sus propios límites, y exige lo mismo, palméense, no lo anoten, dice, busquen el suyo, porque el mío también está roto.
¿Qué pasa entonces con el lenguaje? ¿se aprende? ¿se destruye? ¿nos abandona? ¿se recupera? ¿se escribe un libro? ¿se lo ofrece? ¿se muestra la herida? o ¿se la desconoce? ¿se viaja con ella hacia atrás y hacia adelante, como un cangrejo que disputa la fuerza y el tiempo? ¿se rinden cuerpo y lenguaje, juntxs? Descansan unx a través del otrx.
Como lectora, revivo el libro de Alejandro, más allá del proceso que hicimos. Una vez impreso y en las manos, retomo esas hojas como si no las hubiera leído antes, las hago carne en la reescritura, los subrayados, mis propios descansos, y ritmos, mi propia pérdida en el paraíso.
¿Quién no ha tenido entre sus manos la certeza de perderse, la angustia de no saber esperar los días, la necesidad de palabras que nos digan cómo y siempre son trilladas, la posibilidad de encontrarse con las cosas como son? Pero el desafío de volver a empezar algo. Y quizá, lanzar un libro hacia afuera es eso, reclamar los comienzos.
Alejandro Arriaga nació en 1987, en Mina Clavero, Córdoba. Es Licenciado en Letras Modernas por la UNC. Trabaja de docente y librero. Publicó los poemarios (Ninguno) (Llanto de Mudo, 2006), Elefantes de Piedra (Llanto de Mudo, 2007), Una palabra (Editorial La Cleta, 2015) y Te amé para ver (La Bruma Ediciones, 2017). Investigó y escribió sobre la obra de Jorge Leónidas Escudero. Actualmente gestiona y produce desde el Nodo Multicultural Poesía Ambiente.