Desierto Es de noche y nos acostamos en la cama con la televisión prendida. La luz blanca amarillenta te ilumina la cara, tu mirada está perdida en eso. Los ojos fijos en la pantalla con tus pupilas redondas y negras parecen dos uvas pasadas como las del vino que solíamos tomar en nuestros paseos durante el verano por la ciudad de Mendoza. Sé que después de que termine el noticiero vas a apagar la televisión y el cuarto va a quedar en penumbras, la oscuridad nos atravesará, como la noche que avanza encima de la arena en zonas desérticas. Vas a darte la vuelta sobre vos mismo y voy a escucharte roncar desde este lado de la cama. Conozco cada movimiento de tus vísceras, la manera en que el diafragma se alza, se contrae y se achica, como una válvula defectuosa. Sé en qué momento va a costarte respirar, voy a imaginar que podrías morirte ahí mismo y que yo tomaría tu cuerpo tieso entre mis brazos. Puedo construir tu rostro de memoria sin necesidad de verlo, hacerlo aparecer con mis manos como un artesano que moldea muñecos de arcilla: saber dónde estás, incluso con los ojos cerrados es un desierto del que no se puede salir aunque se quiera modificar el rumbo de lo que nos une, como un médico que con un fórceps arranca la cabeza del bebé para redirigirlo hacia canal de parto. Más allá de los intentos que hagamos nos rodea un terreno seco y árido y sin embargo aquí estamos en el medio de la noche, todavía respirando. En Antología Lecciónes de la Metaformósis (2021). Ed. Dovlevé ediciones y Antología Entrcruzadxs (2021). Ed. El Brote Editora. Conservación Ayer compré flores blancas y rosadas. Las vi en el aparador de la florería esperándome, ostentosas. Aunque no sepa nada de jardinería, busqué un lugar estratégico para controlar que las condiciones de luz, temperatura y agua estuviesen en su justa medida como un científico que conoce bien los elementos de un compuesto. De ser necesario, corto las hojas que no sirven, les hablo, las bendigo y las cubro durante las noches de helada. Pienso, que ese resulta un ejercicio noble como todo lo que puede hacerse con las manos. Sostener algo en brazos para que crezca o mejore es algo que no aprendí de chica, Que manos de manteca tenés nena, decía mi abuela, cada vez qué se me caían las cosas. Yo miraba sus ojos ámbar, encendidos y dejaba resbalar aquello que pasaba por mí: una medalla, un cuenco, un vaso. Objetos irrelevantes e inclusive los más amados se desprendían de mi mientras los veía estallar en pedazos o rodar por el suelo sin posibilidad de retenerlos de cuidarlos o tener un gesto de ternura u hospitalidad, como si mi cuerpo rechazara todo intento de soportar cualquier cosa más allá de sí mismo, en un acto reflejo. Ahora veo mis plantas, sus tallos erguidos, y finos pétalos impulsándose vigorosos hacia el sol del invierno. Observo su belleza pero no me acerco demasiado, guardo distancia en la espera de que algo se quede conmigo, como si alejarme de otra vida funcionara como una especie de instinto de conservación. En Antología Lecciónes de la Metaformósis (2021). Ed. Dovlevé ediciones y Antología Entrcruzadxs (2021). Ed. El Brote Editora. Poema sin terminar Soñaba con ir a ver la lluvia o contemplar la nieve. Sentir el sol por la mañana, tocándonos la piel de manera tenue, la cosquilla provocada por los suspiros de un aire cálido entrando por los pulmones. ¿Realmente podíamos? Sin embargo, está la soledad a la que quedo expuesta como un pastizal luego del paso del incendio. ¿No sería acaso el fuego del deseo el que debería dejarnos llenos de pájaros y flores? En cambio, quedo desprovista, con la piel escamada y me pregunto: ¿De qué está hecha la voluptuosidad que nos intoxica? ¿Cuál es la obstinación del cuerpo que se resiste a la fuerza del olvido? Como el latido de un grito que se expande abierto hacía la nada o una flor que crece debajo de la nieve. ¿Soy una mujer loca y es este poema sin terminar otro acto de abandono? O es más bien el silencio sórdido y consistente de lo que podría haber sido el germen de una canción, que sin embargo muere rotundo. En Antología Lecciónes de la Metaformósis (2021). Ed. Dovlevé ediciones. Acerca del amor La primera vez que me metí en una pileta terminé en el fondo por no decir que no sabía nadar. Durante la caída sentí que mis pulmones se reducían como una piñata que se desinfla cuando el aire se sale por una fisura imperceptible en medio del plástico. El cuerpo sumergido, mi padre del otro lado del vidrio del natatorio haciendo gestos con la boca como un pez arrancado del agua que se encorva a través de movimientos espasmódicos y repetidos, dando tumbos por el suelo. Hay veces que las ideas también flotan suspendidas en la superficie de la mente aunque después vayan a parar a las profundidades de un abismo donde las huellas del amor, del odio, del miedo se mezclan y las imágenes se vuelven borrosas. Acerca del amor guardo solo una definición del diccionario que no puedo completar ni siquiera con recuerdos de adolescente: Estar ahí inmóvil, contrayendo las extremidades contra el otro cuerpo, aferrándome a él como si fuera una tabla o un flotador que se desliza a través del agua para evitar golpear contra el cemento. Transportada, de un lado a otro de la pileta como si en cada movimiento, perdiera un sedimento de mi misma y aun así, siguiera allí golpeándome la cabeza en una búsqueda infinita sin saber cómo mover los pies y las manos para no ir a parar al fondo. A la deriva, ser apenas una metáfora del amor mal lograda pasmada ante eso, como mi padre atrás del vidrio o el pez que aletea una y otra vez cuando está fuera del agua. De El Movimiento no es lo mío (2019). El Brote editora. El movimiento no es lo mío Prendo la hornalla para calentar agua y sobre el mismo fuego quemo la conversación de ayer para que dejen de latirme en la cabeza las esquirlas incendiarias del lenguaje que no se entiende. A tientas salgo a la calle poblada de gente que mira para otro lado o hacia adentro cómo lo que debería protegernos darnos cobijo, de un día para el otro, nos mata. No lo entiendo y acelero el paso, el movimiento no es lo mío me tambaleo y me caigo. A veces quisiera que las cosas sean más simples en asunto de distancia y recorrido ser capaz de hacer un esquema de yo a vos y de vos a mí como los croquis de casas que dibujábamos en la primaria usando líneas y cuadraditos. Una línea es por definición un conjunto de puntos que se encuentran en alguna parte, pienso mientras me levanto torcida por el peso de eso que me dobla para un costado. El movimiento no es lo mío, sangro me sangra la rodilla, las manos, hasta la cara si pienso en el espacio que hay entre tus cosas y mis palabras o en la distancia que nos separa tan ínfima y larga a la vez si no somos capaces de inventar un punto que nos encuentre a lo largo de todo el recorrido. De El Movimiento no es lo mío (2019). El Brote editora. Como ropa recién lavada Es domingo, la luz amarilla del otoño está por todas partes. Las flores muertas en las macetas del balcón completan el cuadro, siento el sol quemándome las pestañas mientras tomo el jabón entre las manos lo vuelco en la pileta para que haga espuma blanca, abundante y suficiente, como la que trae una ola cuando golpea en un acantilado a mar abierto capaz de arrastrar una familia, una casa, la población entera, inclusive a aquél que haya hecho el daño aunque sea por añadidura. Sumerjo la ropa con determinación, este es un gesto de supervivencia para hundir el agobio que tiene el peso de un yunque. Por más que empuje, siempre sale a flote. Meter la tela adentro del agua apretando la punta de los dedos parece un ejercicio quirúrgico de quien sutura a través de la puntada cuidadosa, la herida para que deje de sangrar. Después, cuelgo las prendas estirando los brazos hacia el cielo como alguien que gana una carrera y expresa la victoria. Me obnubila la liviandad de la tela moviéndose en la soga, inclino la cabeza hacia arriba el sol me parte la cara y pienso: cómo serían las cosas si fuéramos capaces de curar nuestra herida profunda y movernos libres sin más peso que el de nuestros cuerpos impulsados por el viento. De El Movimiento no es lo mío (2019). El Brote editora. Dos mujeres en un bar de Pocitos A mis amigas. Dos mujeres en un bar de Pocitos que pasan los setenta, están frente a la rambla Son la cinco de la tarde. Una usa aros y collares, fuma después se ríe. A cada pitada absorbe la miseria que le ofrece el mundo. La otra frunce el ceño, le dice que pidan lo más dulce que haya en el menú para comer. La otra le responde asintiendo con la cabeza. “La que se queda tiene que cuidar del cuerpo de la otra, al momento de ir a parar al fondo de la tierra”, dice una antes de que traigan el pedido. Están unidas por los cimentos de la ternura, en su mente son como niñas que después de caminar un largo rato bajo el sol de la siesta encuentran una sombra para sentarse a descansar. De El Movimiento no es lo mío (2019). El Brote editora.

Carla Isabel. Nació en 1986 en la Ciudad de Córdoba. Es Licenciada en Psicología (UNC). Ha participado de fanzines y lecturas locales. Actualmente escribe y también ejerce su profesión. En 2019 se editó su primer libro de poemas “El movimiento no es lo mío” (El Brote Editora) y en 2021 formó parte de la antología “Lecciones de la metamorfosis II”. Ed. Dovlevé ediciones y la antología “Entrecruzadxs”. Ed. El Brote Editora.