La corriente del simbolismo en Inglaterra fue muy fuerte a finales del siglo XIX, y paulatinamente fue mezclándose con las corrientes de pensamiento de moda, que partían de la religión hasta las teorías científicas e inclusive las combinaban. Y justamente en esta última George Watts trabajaría hasta el final de sus días.
George Frederic Watts fue un pintor y escultor Inglés (1817-1902), cuya obra se podría encasillar dentro de la corriente estética del simbolismo. Tal vez este acercamiento se deba a una niñez de gran influencia literaria y una crianza cristiana conservadora por parte de su padre, alimentado por una exitosa trayectoria artística influenciada de la escuela romántica inglesa, la escuela veneciana, la pintura mural italiana, artistas de la talla de Dante Gabriel Rossetti y la corriente esteticista inglesa.
El simbolismo fue una corriente estética que se expandió por toda Europa a finales del siglo XIX, hallándose como movimiento de influjo concreto a partir del manifiesto simbolista francés publicado en 1886 por el poeta Jean Aurier. Aunque sus orígenes en Inglaterra son paralelos y se remontan a artistas como Fuseli, William Blake y los nazarenos con Rossetti a la cabeza, quienes buscaban en las obras de Rafael, la Pintura Medieval y el primitivismo el ideal del arte, siendo todo esto inmerso en estilo impregnado de espiritualidad, misterio y sensualidad, será la tendencia que paradójicamente se desarrollará durante este periodo conservador victoriano.

Watts estudia artes desde los diez años de manera particular, hasta los dieciocho cuando ingresar a la Real Academia de Arte. El joven artista gana un concurso para la decoración mural del Palacio de Westmister, que le ayudó a financiar su estadía en Italia a mediados de la década de 1840 y se empapa del arte del renacimiento Italiano, sobre todo de la pintura mural de los frescos de la capilla Sixtina de Miguel Ángel y de la Capilla Scrovegni de Giotto. Al regresar diseña un mural para el Gran Salón del Mesón de La Honorable Society of Lincoln’s Inn en Londres. Quedando trunco su deseo de emprender un ciclo mural por falta de un lugar adecuado. Sin embargó, en esos años crea una serie de obras en caballete que se unifican bajo el nombre “la Casa de la Vida”.

En la década de 1860, influenciado por la obra de Rossetti y las ideas del fundador de la religión comparativa, Max Müller intenta elaborar una síntesis de lo espiritual y de las ciencias evolutivas. Para ello Watts crea y reinterpreta las pinturas hechas para “La casa de la vida” en los años siguientes.
Pero ¿qué aporte toma el artista de la teoría de Müller? La escuela de mitología comparada propugnaba la idea de que todas las mitologías son una forma de discurso que se insertan en los procesos de conformación del habla, los cuales tiene su origen en las primigenias experiencia de asombro del hombre ante los grandes fenómenos cósmicos. En definitiva un proceso que rastrea el origen del laberinto, del mito, donde se gesta la unión entre el hombre y la naturaleza.

Como vemos, esta teoría de las religiones comparadas de Müller más el esteticismo de su época conjugaba el clima perfecto para el simbolismo dentro de la pintura de Watts y retornar y recrear el origen mítico de la humanidad, basado en el uso de un primitivismo a través del color y una pincelada más vaporosa, más suelta que podemos emparentar con los pintores venecianos, Turner o su contemporáneo Reden en su segundo momento pictórico.

Solo es necesario echar un vistazo grande a la obra de Watts para darse cuenta de ese halo místico que tienen sus personajes, además de los personajes alegóricos, fantásticos, paisajes etéreos, las figuras en sus contornos se desvanecen remitiéndonos a un mundo mucho más antiguo, mucho más profundo y donde la belleza se encuentra desnuda.