UN ASTRO APAGADO ES LA CONCIENCIA DE LA NOCHE
Amor, quiero contarte una vieja historia, hallada en las tablillas de las ruinas de Nippur. Inanna era la reina del cielo, la señal resplandeciente, el planeta Venus. Su elemento, la altura. La diosa fue atraída por el Gran Bajo. El averno, el sitio del no retorno. El descenso de Inanna fue el primer salto en la mitología. La pregunta que nos convoca es ¿por qué salta Inanna desde el fulgor celeste, desde las montañas del País Alto? Para establecer una relación con ese shock o erizamiento con lo desconocido. El salto es un acto de fe. Encender la caída es exponerse al misterio. ¿Qué hay después del salto? ¿Un regalo, un corderito empapado de rocío, un cuchillo en la puerta del día? Caer es entregarse. La belleza o el horror. Qué importa. La inclinación a lo sagrado es todo. * El salto reclama una ofrenda. Inanna, inicialmente, fue apartada de los caminos de regreso al cielo. El retorno de la diosa fue posible cuando, en su lugar, su esposo, Damuzi, quedó en el averno. El reemplazo. El nombre que sustituye al nombre. Damuzi, el dios-pastor, implora para que lo salven. El poema termina ahí: con la plegaria. Con el dios de rodillas. Es todo lo que nos dice la tablilla. Inanna que entra en la ciudad de Kullab, que entrega a su antiguo amor al descenso del poema. * Es así como se encienden los antiguos cantos: envolviéndonos en la religiosidad de la pérdida. Tras el salto está la llamada. Y la llamada es como la sed (Kocijančič). Como la fiebre que ocupa cada fibra del cuerpo. Descascara la realidad. Y a vos, amor, ¿quién te convocó a la caída? ¿Estaba oculto, acaso, en las pisadas de un gato, en el aliento de un pez, en la saliva de un pájaro? Caer. Caer es entregarse.
EL ARRODILLAMIENTO
Marco Aurelio estaba en batalla contra los germanos y los sármatas. La sed llevaba al límite a su ejército. Entonces, los soldados pusieron sus rodillas en el suelo y comenzaron a orar, confiados en el lenguaje. Los enemigos retrocedieron, arrasados por un huracán, mientras que los que se habían entregado a la palabra, los postrados frente al excedente de sentido, recibieron la dulzura de la lluvia que se encendía apagando la sed. Para Eusebio de Cesarea, el arrodillamiento es hacer presente a Dios sin la necesidad de nombrarlo. Sólo el cuerpo que cede ante su misterio. Que arde en su inmovilidad. Pero Dios sólo es el nombre más conocido para expresar el misterio. Hay algo que subyace a los nombres: un sentimiento que nos excede, que nos lleva a caminar sobre la materia quebradiza de la petición o a postrarnos en el telar del silencio, como hizo este poeta esquimal frente al impacto del mundo: "¡Ah, el calor del verano sobre la tierra! Ni un soplo de viento. ni una nube, y en los montes pacen los renos. ¡Ah, los queridos renos en la lejanía azul! ¡Ah, el arrobamiento! ¡Ah, qué alegría! Me tiendo sobre la tierra, sollozando." * Volvamos a la figura de Damuzi. Inanna entra en la ciudad de Kullab. Dijimos que su ascenso es posible a través del reemplazo. Necesita un nombre, un cuerpo. Señala a Damuzi, lo marca con el terror del Gran Bajo. En la siguiente escena el dios está de rodillas. Oímos el gemido, el ruego que eleva a Utu, el dios del sol, para que intervenga en su descenso al Kur, el averno. La tablilla se detiene en esa acción: en el arrodillamiento y la petición de Damuzi. Por otros textos sabemos que la súplica no es oída. Pero eso no nos importa. La belleza palpita en la interrupción de la tablilla, en la oscuridad pulmonar que se dilata entre el silencio o la escucha de los dioses. Solo hay un paso entre Damuzi y los soldados de Marco Aurelio. Entre la mano que traza y la mano que incendia lo escrito. * Me he inclinado en tu ceguera de pájaros, caído en la noche azul, en las ramas ennegrecidas de tu reino. El arrodillamiento: he saltado en la inmovilidad.
Alan La Veglia Nació el 25 de marzo de 2001 en San Miguel del Monte, provincia de Buenos Aires, localidad donde reside. Estudia Profesorado en Historia y, además, poesía con Javier Galarza. En octubre de 2021 publicó el poemario El pasto muerto cría luciérnagas (ed. En danza). Integra la antología Jardín, 100 poemas sobre flores, 100 poetas argentinxs (Camalote).