Chernobyl Ediciones publicó Salto a la luna (2021) de Andrés Navarro, poemario que nos interpela para dejarnos con la cabeza mirando al espacio.
Salto a la luna, primera parte del libro homónimo de Andrés Navarro.
Avanzamos por un pasillo con los ojos entrecerrados para distinguir mejor. Vemos, leemos.
Un niño mira y movido por la curiosidad, entre otras cosas, desmenuza el mundo entre la mirada escéptica de los adultos.
Un ser, sujeto imaginario, que siente el peso de las cosas: el mundo, la hoja en blanco, el tiempo. Escapar del sueño es una manera de no morir. Por la vida huir de la vida en suspensión.
En medio de todo, el mundo adulto se impone con un chirlo sonoro:
“Ella deja de lavar una olla, se seca un poco las manos con el repasador y me pega un chirlo en la cabeza”
Pero la imaginación y la fantasía es una manera de resistencia:
“¿Cómo puede llegar el hombre a la luna (…) Si uno se pone al borde del mundo, en ese horizonte, solo hace falta pegar un salto para subirse al sol. Pero el sol es infinitamente caliente, me corrijo, nadie puede hacerlo. Aunque a la luna si se podría saltar.”
El niño mira, es un adulto que construye desde el recuerdo:
“Mi madre joven me despide en la puerta. «Él quedaba paradito del lado de adentro llorando, y yo detrás de un árbol, también lloraba». «Pero él tiene que aprender», cuenta que se repetía a sí misma y me dejaba.”
El poema es territorio de incertidumbre y de existencia:
Alma prisionera del poema en infinito reducto de la vida.
La segunda parte: Crónicas lunares. Aquí quien nos habla, ese sujeto imaginario, es casi una elección del lector. Decidimos cómo atravesar este diario, esta bitácora espacial, real o no. La certeza que tenemos es que en estas líneas nos vamos a seguir interrogando en silencio.
En Salto al vacío, tercera parte, el salto es inesperado y puede ser salirse o desconocer. Saltar es interpelar. Aquí se profundiza lo que en otros momentos anteriores del libro ya estaba esbozado. La problemática del lenguaje y los bordes, el límite, el territorio, lo inhóspito y el vacío. Dónde se concibe el poema.
El cuerpo del poeta entra en juego, el cuerpo del lector también. Hay una sexualidad latente surcada por la palabra y el verso y viceversa. Debemos dudar, cogito bendito, y ahí existir:
“Los días están hechos de incertidumbre. Angustia. Deriva. Felicidad y plenitud. Habrá duda y certeza. El sentido estará hecho de espera y espacio. Y será siempre revocable.”
Camila y Agustín andan por la luna. Parte final (para leer sentade en el suelo y sin apuro).
El cierre es de contraste. El final es un libro álbum –podríamos decir–. Parece simple, pero el libro álbum tiene justamente este juego de profundidades que debemos considerar. Una laguna que no conocemos y que esconde en su calma transitable, una profundidad latente. El lector deberá , llegado el caso, con el libro en la mano, adentrarse y ver hasta donde le llega el agua ya con ambos pies adentro de la laguna.
Dejo un último párrafo para destacar este libro como objeto. Las texturas. Para quienes leemos estos ejemplares con algo más que los ojos, palpar esta edición es un disfrute. Sabrán entender esto al llevarlo con ustedes.