Hace exactamente diez años se gestó en mí el deseo de generar, dar a luz, un grupo de taller. Para hacerlo, recuerdo haber balanceado dos definiciones: impartir y coordinar. Siempre fui la del grupo cooperativo, de las responsabilidades y goces compartidos, de la horizontalidad…
Al inicio y por algunos años tuvo más de club literario que de taller, por lo que el concepto ‘impartir’ quedó rápidamente fuera de lugar. La coordinación se centró en elegir lecturas y armar juegos, sí, juegos: naipes con fragmentos de cuentos, poemas, tableros de “Quién será el asesino” para armar ‘el policial’; el preferido es el juego del cuerpo de la escritura. Nos dibujamos en un papel y nos escribimos en el cuerpo los mensajes. Juegos que derivaron en largas sobremesas de reflexiones literarias regadas con vino barato, pero inolvidable.
Estaba y estuvo, siempre, (aun cuando los tiempos no dieron para tanta tertulia, y la actividad se centró en los textos, empezaron las publicaciones, otros grupos derivaron de aquel), el abrazo, el ‘venite antes, tomamos unos mates y me contás’, eso de la contención, de estar con el otre, con o sin literatura en el medio.
No esperábamos esto que nos distanció.
He podido elucubrar en mi cabeza cómo seguir si por algún impedimento físico inesperado no pudiera abrazar, tomar un lápiz y marcar una cacofonía en ese texto. Si no pudiera estar con el otre.
No esperábamos esta distancia.
Hubo que inventar un nuevo espacio y el abrazo hubo de mutar de este cuerpo a la palabra, y la palabra fue todo: el abrazo, el mate, los ojos que miran, los ojos que ‘te’ miran.
No esperábamos un distanciamiento social.
Lo demás salió solo. Desistí de todo lo sofisticado, porque si teníamos que aprender de tecnología enfriábamos la escritura que latía, insistente, ajena, ahora, a estos cuerpos que se acostumbraban a lo nuevo. No quería que se perdiera la escritura de la desesperación y de la esperanza y todo lo que corría en ese segmento. La escritura que llevamos con el cuerpo debió desprenderse, porque el cuerpo está quieto, paralizado, aislado; la escritura debe soltarse y salir a andar. La palabra, sin el cuerpo, tiene una misión.
Seguimos. Por whatsApp, por mail si es necesario, como complemento, hacemos videos, nos grabamos para vernos, audios para escucharnos la voz.
El abrazo es el juego escogido para seguir haciendo taller, sentirnos.
Entonces, ya no se necesitó ‘coordinar’, se necesitó –se necesita- estar. Recibir. Esto que estamos haciendo no es solo literatura, estamos ayudándonos a estar bien, a sentirnos amades; buscamos ese hilo para la trama: el amor.
Así nació el ‘Recetario de la felicidad’, desde el taller de las miercoleras, que está compuesto por las autoras de este fanzine virtual.
Link de acceso a «Recetario de la felicidad»: