Correr el velo: «Jerusalén, el Tigre de Dios» de Leopoldo Castilla

Lo que no nos pertenece… 

Fue escrito, la palabra preexiste a las cosas porque Dios nombra y crea, como un poeta, y a su vez al decirlas las esconde de sí mismas en otro sentido de su ser. Así lo denominado se anida en lo incógnito porque se enuncian las cosas sin decirnos en ello todas sus pronunciaciones, sus formas o dimensiones. Y esa palabra que llega desde el pasado para fundar este presente, en boca de Dios alcanza al futuro cuando él mediante ella nos establece su promesa. Digo, la ‘promesa’ en sí es otra palabra que, de arcana, no enuncia en lo evidente su dimensión completa: ese habitar lo que no nos pertenece, sea esta tierra, sea el misterio de la palabra, sea la vida… 

En Leopoldo “Teuco” Castilla reside el don de vislumbrar diversos rostros en una misma cara, como si pudiera transgredir el plano sobre el que vemos y definimos la realidad. Es cuestión de correr el velo del templo y entender que casi todos estamos de frente observando una imagen construida por una superposición de radiografías, y solo nos es revelado la resultante de la intersección.

Jerusalén, el Tigre de Dios (Editorial Nudista. 2022) es en sí el punto de intersección que se figura en un libro hecho de una serie de poemas que Castilla crea nombrando los mundos que vio en un viaje al medio oriente. En él se recorre la geografía, la cultura, la humanidad física y metafísica de una tierra compleja de altísimo valor histórico, sobre todo para las religiones monoteístas como la judía, el cristianismo y la fe musulmana. El Teuco trasvasa el plano vulgar del mero describir lo evidente, y se adentra hacia paralelos como quien escarba capa por capa geológica de nuestro mundo, pues en definitiva este libro forma parte de una saga donde el poeta emite un canto al planeta.

Castilla no teme adentrarse en las dimensiones complejísimas del conflicto territorial, ni a los planteamientos del mundo subjetivo de cada moral. Lo tangible y lo intangible lo movilizan a nombrar, como en el poema “El Muro de los Lamentos” donde nos dice: “…Buscaron al Salvador en las palabras / y lo perdieron en la guerra. / Por eso tiene una sola cara el muro, / un solo oído. / De este lado / se escuchan sus lamentos, /  nadie oye / del otro lado / el lamento de los palestinos”

Entrando en el segundo capítulo del libro (denominado Travesía), el Teuco desanda espacios del mundo árabe que lo alucinan y lo llevan a volcarse a la palabra que resiste a la lógica simplista de quien acepta un único destino preestablecido, así en su poema “Sarcófago” en los altos de Byblos nos dice: “…No me tendrá la muerte / ni la vida. / Ni mi sombra entra aquí. / Ni mi nombre sabe quién soy…”.

En este viaje donde Castilla nos lleva subvirtiendo los sentidos, alcanzamos el último capítulo (La Nueva Jerusalén), donde el poeta recrea, mediante la palabra, las iglesias que Lalibela Rey de Etiopía construyera como templos levantados desde la arquitectura de los sueños, así en el poema “La Casa del Punto (Biete Meskel)” edifica la intersección entre el tiempo y la sacralidad de la palabra escrita: “El punto / tumba del instante / inmoviliza / el fin en el principio…”.

Es así como en Jerusalén, el Tigre de Dios el Teuco Castilla no solo sondea los arcanos de la ciudad levantada en las colinas de Judea, sino también al espacio sociocultural y espiritual de aquellos que buscaron calmar la sed de sus almas donde a veces pareciera faltar el agua de la vida, y es que ¿en qué otra tierra podía habitar Dios que no sea un desierto?. El poema, ese territorio que no nos pertenece y que usurpamos por un supuesto designio. La palabra, como constructora de un nuevo tiempo, nos redimensiona esa inmortalidad del más allá, pues aquí la única eterna es ‘la promesa’. Y aquí, en esta Latinoamérica donde muchas veces es tan difícil sobrevivir, este libro nos promete un viaje hacia el perdurar de ella, la Poesía, nuestra única tierra Santa.

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