Desalmadas y egoístas

¿Cómo es elegir no ser madre en un mundo heteropatriarcal donde la maternidad pareciera ser el gran destino definitorio de lo femenino?

En estos días, cuando pensaba en la nota de este mes, llegó la noticia de la publicación del libro Plumas del Quetzal. Notas sobre Literatura Latinoamericana contemporánea, editado por Acercándonos Ediciones que reúne producciones del equipo de investigación dirigido por Fabiana Takahashi y Daniel Fermani. El Proyecto de investigación, radicado en la UNLaR, está conformado por estudiantes, profesores y egresados de la UNLaR, la UCC, la UNCA y la UNCUYO, bajo la temática “Cuerpos, marginalidades y memoria histórica: aproximaciones a las construcciones discursivas de las dictaduras en la Literatura Latinoamericana contemporánea”.  

En un artículo que forma parte de Plumas del Quetzal reflexioné sobre los tópicos de la maternidad y no maternidad en dos autoras latinoamericanas: Guadalupe Nettel y Mariana Enriquez. A continuación, comparto algunas notas de dicho artículo. 

En los últimos años, muchas escritoras latinoamericanas han cuestionado los roles tradicionales impuestos a las mujeres y dentro de estos, por supuesto, también el rol materno.  En este sentido, “Perdiendo amigos”, de Mariana Enriquez y la novela La Hija única, de Guadalupe Nettel me resultaron particularmente atrayentes porque plantean la maternidad desde la perspectiva de aquellas mujeres que decidieron no ser madres, pero tienen un plus: la brecha que algunas veces se establece entre las amigas madres y aquellas que decidieron no serlo. 

La maternidad, según Simone De Beauvoir, es percibida culturalmente como el rol en el que las mujeres cumplen íntegramente su destino; esto es, su “vocación natural”. Simone esboza que la maternidad es un hecho cultural para ejercer presión sobre las mujeres y su obligatoriedad reproductiva. Y ante esto, cuando existe una situación voluntaria o no que imposibilite a una mujer ser madre, inmediatamente se la asocia con una carencia, una falta, con una identidad incompleta. También la escritora chilena Lina Meruane nos habla sobre el insoportable tictac del reloj biológico y la insistente alarma del dictado social y agrega: “es como si de fondo, más allá de nosotras mismas, de nuestra posible resistencia, estuviera sonando un rayado disco demográfico, exigiendo o estimulando, en cada vuelta, de manera extrañamente acompasada, el seguir haciendo hijos”. 

Decidir —en el mejor de los casos— la maternidad o no elegirla es un proceso interno y complejo para quienes lo hacen. Y si bien, a lo largo de la historia, las mujeres cada vez más tomamos mayor conciencia sobre la necesidad de poner en primer lugar el deseo antes que el “deber” ser madre, todavía la no-maternidad elegida pareciera ser motivo de debate colectivo. 

En este sentido, resulta interesante que, desde hace un tiempo, surjan con más frecuencia discursos contrahegemónicos sobre esa idea transcultural que tradicionalmente se establece sobre la identidad femenina, en la que el binomio mujer/madre se convierten en una unicidad irrevocable.

En las últimas décadas florecieron múltiples textos literarios en los que se plantean escrituras de maternidades discordantes con respecto a los discursos que sobre este tema solían esperarse. Comienza a hablarse sin tapujos y sin tabúes sobre el lado b de la maternidad; asistimos a representaciones de madres desbordadas, de madres deseantes, de madres que dejaron de pintar de rosa este rol; en fin, a representaciones de aquellas reales que antes podrían haberse considerado como “malas madres”.  En esta nueva cartografía literaria, la mayoría de los textos trazan replanteos sobre la maternidad desde la perspectiva vincular de la madre o de lxs hijxs pero, en estos dos casos, se agrega una perspectiva donde la maternidad será narrada desde el punto de vista de mujeres que decidieron no ser madres.

La hija única, de la escritora mexicana Guadalupe Nettel fue publicada en el 2020 por la editorial Anagrama y está basada en la experiencia real de Amelia Hinojosa, amiga de Nettel a quien la autora le dedica el libro y también le agradece la posibilidad de compartir esa historia, como así también novelar otras partes. A partir de la historia de Alina (Amelia Hinojosa), la mejor amiga de Laura -la narradora del libro-, a quien en el octavo mes de embarazo le avisan que su hija, Inés, tiene un problema de desarrollo que la vuelve no apta para la vida, emergen diferentes emociones, vínculos y conflictos que convergen en torno a la maternidad y a la no maternidad. 

La novela se articula sobre un triángulo de historias de vida. El primer vértice es la historia de Laura, la narradora protagonista, una mujer que disfruta su libertad y no está dispuesta a perderla a partir del “sacrificio” de la maternidad y por eso se realiza la ligadura de trompas. Después de haber estudiado en Francia, Laura regresa a Ciudad de México para escribir su tesis. Aquí se reencuentra con su amiga Alina con quien, en otro momento de sus vidas, compartían la misma idea de no ser madres. 

Sin embargo, con el paso del tiempo, Alina cambió de opinión y decidió ser madre; esto ocasionó diversas sensaciones en Laura con respecto a su amistad. Además, se vincula con su madre con quien empieza a transformar la relación distante que tenían, luego de que ésta se incorpora a un movimiento feminista. La madre de Laura pasa de atacarla por no elegir la maternidad a, en el capítulo 31, darle la razón sobre el mandato social que hay en el tema. Incluso confiesa que ella misma debió abandonar la universidad luego de parir a Laura y a su hermano y que ahora estaba recuperando esa parte olvidada. 

El segundo vértice es la historia de Alina y su compañero Aurelio, quienes después de muchos intentos por concebir, cuando lo logran se enteran del complejo problema de desarrollo de su hija, Inés. Ambos deben enfrentar la decisión de continuar con el embarazo, como así también, con todos los cuidados especiales que la niña requeriría si es que lograba sobrevivir al parto. Alrededor de esta familia aparecen otros personajes que van agregando otras visiones sobre la maternidad: la niñera que ama a los niños pequeños porque no puede tener hijos y un grupo de contención de padres con niños con el mismo problema que Inés, donde pueden expresarse libremente sin miedo a ser juzgados por la sociedad. 

El tercer punto del triángulo es el que enlaza la historia de Doris y su hijo Nicolás con Laura. Doris y Nicolás son vecinos de la narradora y de a poco, ésta interviene en sus vidas para ayudarlos y contenerlos. Doris es una madre agobiada que no puede domar el carácter del niño que la insulta y rompe cosas constantemente. Ambos están en crisis luego de la violencia ejercida por el padre del niño. Laura comienza a involucrarse con esta familia monoparental, primero, acompañando a Nicolás y cuidándolo mientras su madre sufre una terrible depresión. Luego, sin juzgar, ayuda a Doris a enviar al niño con una tía hasta que ésta logre recuperarse. La narradora empatiza con esta madre sobrepasada por la situación de violencia y surge entre ellas un vínculo sexoafectivo y de cuidado.  

Por su parte, el relato de Mariana Enriquez publicado en la revista El Guardián plantea, similar a lo que hace Nettel en las primeras páginas de La hija única, lo engorroso que puede volverse la amistad para quien decide no ser madre, cuando el círculo de amigos comienza a tener hijos. El cuento comienza así: “Estoy perdiendo amigos. No es por falta de cariño ni por hartazgo: es porque muchos de ellos están teniendo hijos. Y me dejan de lado”. En el relato, la narradora, a modo de confesión, en el colectivo va lanzando distintas situaciones por las que deben pasar quienes deciden no reproducirse, es especial, las mujeres. La han llamado “desalmada” e incapaz de entender muchas circunstancias sólo por el hecho de no ser madre.

Si bien la narradora se define como “yerma”, adjetivo con el cual suele caracterizarse a la mujer estéril, siempre deja claro que su deseo es no ser madre. En este sentido, es notable cómo quienes toman la decisión de no maternar o, por lo menos de no hacerlo de una manera convencional, deben estar aclarando todo el tiempo a una sociedad que no puede terminar de comprender que la maternidad debe ser una cuestión de deseo genuino.

Tanto el texto de Nettel como el de Enriquez plantean cómo es no ser madre en un mundo heteropatriarcal donde la maternidad pareciera ser el gran destino definitorio de lo femenino. En ambas narraciones hay dos cuestiones que me parecen importante de destacar. La primera es la defensa de la libertad individual, esa que permite viajar, ir al cine o hacer cualquier actividad recreativa o de estudio, como uno de los argumentos más fuertes para elegir la no maternidad.

La segunda cuestión, es cómo estas narradoras marcan lo controversial que resulta continuar con un vínculo de amistad con aquellas mujeres que sí son madres y que no comprenden cabalmente su decisión de no serlo.  En las narraciones se percibe esa sensación de aquellas que deciden no ser madres y cómo eso las posiciona en una relación de otredad, incluso contra las mismas mujeres y, lo que parecer ser más doloroso, con las amigas.  Si bien en la novela de Nettel, la protagonista termina entendiendo y hasta empatizando con la maternidad de su amiga Alina y con la de Doris, de igual manera, los dos relatos de análisis encarnan de una manera contrahegemónica la complejidad que implican los vínculos materno-filiales junto con los amistosos.  

En una sociedad heteropatriarcal, donde la maternidad es representada como la finalidad y realización de toda identidad femenina, el hecho de decidir no ser madre presume una deconstrucción de patrones y estereotipos. Que las mujeres todavía seamos definidas en madres y no madres, nos sigue encasillando en identidades binarias que dependen exclusivamente de la identidad que puede otorgar o no ser madre. Estos textos literarios visibilizan cómo el hecho de no entrar en la norma de pensar/sentir la maternidad como aquello que genera plenitud en las mujeres, conlleva la idea de tener que dar explicaciones al resto de la sociedad, muchas veces soportando prejuicios y, también, cómo afecta los vínculos de amistad.

De este modo, narraciones como estas constituyen discursos totalmente necesarios para poder visibilizar las tensiones, contradicciones, ambivalencias, culpabilidades y deseos que giran tanto sobre el tópico de la maternidad, como el de la no maternidad. Quizás, a través de ellos podamos seguir abogando por maternidades deseadas y menos romantizadas, como así también, por el respeto genuino frente a aquellas mujeres que deciden, por los motivos que sean, no ser madres. 

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