La matera a Alejandrina Acosta La Aleja espanta las moscas con un trapo que luego cuelga de su hombro. “¡Moscas puercas!” dicen las palabras que recuerdo precisas. Camina y ceba mates. Camina y ceba mates. Espanta las moscas del verano. “¿Un verde?” dicen las palabras que recuerdo precisas. La memoria es letrada, prefiere el sintagma al color de una voz. La memoria miente y yo hago trampa. Quiebro la dirección de mi oreja como un gato que está presente pero también está en otra parte. Busco concentrarme en la hormiga que trepa por mi pierna mientras atenta a la caza rescato el aliento a yuyo caliente la antesala de un sonido verde de yerba dulce “Para amarga está la vida” se cuelan de nuevo las palabras de la Aleja, con mi pata las espanto tuerzo aún más la oreja los pelos se erizan escucho con mi nariz rosada sé que está cerca la voz a tierra seca de Santiago del Estero.
Enero del 2013: Santiago de Cuba El verano que tuve el pecho blando fue enero y fue 2013. Y hacía días nomás un ciclón había arrasado media isla. La brea formaba arterias calientes y pegajosas por las calles de Oriente mientras intentaba unir a su paso –torpe- las partes rotas de esa ciudad. Adosaba una vereda a la cúpula de una iglesia, una ochava a una fuente de la suerte, el sentido a la historia. En esos azares andaba cuando fundó la mía. Empapé mis sandalias en su espesura y adherida a una esquina, fui el centro de una postal, el clic de una foto, las risas de los vecinos en plena siesta. Dejé mis pies clavados en Santiago para siempre. Hubo un verano en que tuve el pecho blando, suave y elástico. En esa época hasta respiraba. Tuve dos pulmones livianos de grietas y futuro. Ese enero tuve el pecho blando los pies negros y el océano en los ojos.
Romper con lo viejo para anunciar lo nuevo dice LA TORRE Aceptar que ninguna defensa resulta completamente segura. Una onda eléctrica, un rayo rojo, amarillo y celeste. Fuiste la caída de la construcción en peligro de derrumbe apenas sostenida por estos brazos andamios. Donde cayeron los personajes, ahora hay dos pozos: en uno, agua en el otro, tierra fresca. Me embarro las manos y por primera vez lo disfruto. Juego a armar pequeños tesoros. Ideas que cuando están por tomar una forma cambian a otra. Me limpio el barro entre los dedos con la lengua y río. Mi cara es una máscara oscura una mueca infantil y dulce.
El potencial silenciado dice LA SUMA SACERDOTISA Gestar la intuición en aparente letargo. Te miro con calma: la luna bajo mis pies y un centenar de granadas a punto de estallar tras mis espaldas. Soy el libro en mi regazo y quien lo lee, la invitación al silencio que antecede a la palabra. Mi respuesta a tu necesidad de apalabrar hasta la masmédula. Tu rayo sigue ardiendo acá.
EL JUICIO Trascender sin culpa. Me desvisto suavemente de esta piel de sucesivas eras. De tonos grises, el vestido cae en pliegues aterciopelados. No cubre mis otros cuerpos, los enormes y los pequeños. Hoy son ellos los que danzan desnudos brazos en alto, pelambres de cavernas cálidas debajo. Acepto el llamado. Veo cómo se aliviana mi carga. Dejo el último peso al borde de la barca y me zambullo en lo acuoso. A una brazada de El mundo, de la Gran Cosecha, floto.
Clara Del Valle (1986, nació y creció en el barrio de La Paternal, CABA; hace unos años vive en Maipú, Mendoza) es docente, escritora, correctora y tallerista.
Publicó Un corazón atravesado por una flecha flacucha y sangrienta (Promesa Editorial, 2022) y forma parte de la antología Esto es un relincho (2023) compilada por Luciana Tani Mellado en el marco de la beca FNA.
Trabaja como docente en distintos contextos del territorio mendocino y coordina talleres de lectura y escritura en <<Bajo la Araucaria>>, espacio desde el cual con su compañera Gabriela Clara Pignataro, llevan adelante una investigación becada por el FNA sobre el mapa federal de talleres de lectura y escritura, sus didácticas y pedagogías.