Desenredar todo lo que esta voz callaba

    —Pedro, ¿usted cuándo es feliz?— interrumpió mi analista mientras yo intentaba construir un discurso acerca de la felicidad.

     —Cuando canto— respondí sin red y luego negué lo que había afirmado.

      Todos los que hacemos análisis sabemos que, cuando negamos de manera contundente, es por allí que debemos trabajar (bueno, eso lo sé ahora). Al confirmar que en esa evasiva se escondía algo sumamente doloroso me preguntó por qué no cantaba.

     Lacan afirma que el instrumento del psicoanalista es la palabra y es por eso que mucho del trabajo que realizamos en sesión se orienta a develar lo oculto o lo reprimido. Y, cuando ello sucede, es liberador.

   Volviendo al canto, le respondí a la psicóloga que no podía hacerlo porque tenía voz finita, aguda. Instigado a definirla confesé que no cantaba porque tenía voz de puto.

     Y al fin, el secreto patogénico, causa de la parálisis, comenzaba a manifestarse. 

     Muchos de mis afectos conocen esta historia: en la que comencé a desenredar todo lo que esta voz callaba. A partir de ese momento, ese ya no fue un camino solitario y en pocas semanas se me pudo encontrar cantando por los bares del pueblo, con esta mi hermosa voz de puto.

     Un tiempo después y luego de años de ataques de pánico y agorafobia, otro jueves y en otra sesión, mi analista me dijo: “La música lo liberó de su casa, la poesía lo liberará de Mercedes”. Y aquí la libertad estaba asociada a las cárceles que yo mismo me había construido y que me obligaban a encerrarme en lugares seguros, porque allí, en la querencia, la vida debía transcurrir sin riesgos.

     Y hoy estoy aquí, lejos de casa, por tercera vez en Tucumán*, dando vueltas por cada lugar en el que esta voz y este cuerpo puedan ser.

    Y fruto de ese aprendizaje aparecieron mis primeros libros de poesía, Simón tras la piedra y Sed de ojal, que fueron escritos casi al mismo tiempo y que dan cuenta de la misma realidad: cuando un cuerpo sana es que pude crear, contar y compartirse.

    Simón, el que se ocultaba en y detrás del título del libro, comienza con una afirmación poderosa. “Quiero recuperar el nombre que me negaste” y en ese deseo se jugaba la capacidad de ponerle nombre a las cosas, porque nuestro mundo solo es posible cuando lo transformamos en realidad verbal palpable.

    Ese mismo libro cierra con un brevísimo poema llamado Resurrección:

Que la palabra

no niegue

lo que afirma tu cuerpo

Instalando un futuro que da por terminada la etapa de la negación del cuerpo, de la palabra y, sobre todo, del deseo.


*Lectura realizada en el VI FIDEO, El Intergaláctico, Festival realizado en octubre de 2024, en San Miguel de Tucumán.

Obra de portada: Leigh con falda de tafetán de Lucian Freud.


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