Cómo sobrevivir a nuestra locura: Entrevista a José Manuel Jiménez

Abrimos una entrega más de esta sección (Autor/a x Editor/a) con una entrevista a José Manuel Jiménez, autor de El afecto que nos salva, libro editado por el sello Puerta Roja Ediciones en 2024. A modo de presentación breve podemos decir que en José confluyen diversas actividades, que en algunos puntos nos parecen disímiles, pero a la vez cercanos: es carpintero, ha realizado muestras dentro de las artes visuales y ha publicado fanzines. Y su relación con el arte en general es estrecha.

Zaida Kassab: Hay similitudes en tus relatos, José, que hacen al estilo de autor y al estilo de la trama, y en la gran mayoría de ellos se percibe una tensión, como si “algo”(que no sabemos si será bueno o no) estuviera por desatarse. Avanzamos en la lectura y esa tensión flota. Pienso en los cuentos “Pijama de seda”, “Viruta”, “Villa Muñecas”, “Franco”, “Parque” o “Soledad entre las nubes”. ¿Qué nos podés decir de esa tensión que se percibe? ¿Hay una búsqueda como autor para poder llegar a ella?

José Manuel Jiménez: Por un lado, siento que es la tensión que experimento a diario. Cada acción que realizo desata una dosis de paranoia en mí. A veces en menor y a veces en mayor medida. Nunca sé si me voy a pelear con mi novia a la mañana, si voy a chocar con el auto, si me voy a cortar un dedo con la sierra de banco. Como si los días se perfilaran a una catástrofe que finalmente nunca sucede. Bueno, a veces sí. A esa tensión la uso en mis cuentos, si bien no son autobiográficos, todos tocan algo que muy cercano. Soy una persona muy miedosa, lo era mi padre, que quizás él sí haya sido un paranoico con todas las letras. Eso aparece en viruta, el miedo a las enfermedades, a que un pequeño síntoma se transforme en algo que te ponga al borde de la muerte o de perder el ojo por una infección y cómo esos sucesos se encadenan con hilos más profundos, recuerdos de la infancia, porque ahí aparecen los primeros miedos, en los primeros pasos, los primeros riesgos. En “Soledad entre las nubes” hay algo que parece ser al revés. Sucede el accidente en el primer párrafo, sin anuncio, y eso desencadena una sensación de que todo va a caer, su trabajo, la relación con la persona que lo quiere ¿Por qué razón? Porque es la mente de un paranoico. En “Villa Muñecas» la tensión está dada por la sensación de ser devorado paulatinamente por un grupo social totalmente diferente, como en la película Las Bestias de Rodrigo Sorogoyen. Sin embargo, los personajes parecen buscar esas situaciones. En “Parque», por ejemplo, el personaje principal nunca se niega a avanzar un poco más, sabiendo que después de cada línea el riesgo será mayor. Eso me remite al miedo del niño. Que toca, retrocede y vuelve a tocar. Un miedo implícito en el medio humano, en una normalidad aparente, en la vida cotidiana. ¿Toda esta estructura va a colapsar, me va a devorar, esa persona me va a lastimar?
Por otro lado, esas tensiones pueden trabajarse de una manera un poco más racional (aunque no sea la parte que más me interese). De una manera u otra quien lea un texto, tiene que sentirse atrapado por lo que está leyendo, y sostener esa tensión, además de ser una expresión vital, es una estrategia narrativa. En la edición fui eliminando las excesivas reflexiones o los elementos inconexos. Hay un pragmatismo en el momento de ver qué hago con lo que me salió espontáneamente, con el acopio de ideas. Estos puntos los trabajé mucho en una clínica que hice con Diego Puig. Sobre todo, haciendo análisis de textos. Recuerdo el cuento «Flores nuevas» de Federico Falco, donde cada personaje, acción, lugar, a pesar de ser muy diversos, suman a algo que crece. De ninguna manera digo que un cuento tenga que seguir una estructura narrativa lineal. Pero sí, tiene que haber algo que vaya creciendo, formándose, tenga la forma que tenga, y tiene que haber una expectativa por la evolución de ese proceso. En cada oración o párrafo tenemos que sentirnos más involucrados, sea en una trama, una atmósfera, un código, un personaje, etc. Y esa formación, ese crecimiento, es un proceso vital, que exige un compromiso emocional e intelectual tanto del escritor como del lector. Por esa razón yo no escribo por escribir. Escribo sólo cuando hay una idea o emoción que lo demanda y a la que le quiero que dar forma. Si no existe esa necesidad, no escribo. Es por eso que esa tensión literaria es, en definitiva, una tensión vital, emocional.

ZK: En paralelo a esa tensión de la que estamos hablando, existe en los personajes una búsqueda o la esperanza de encontrar el afecto, como si en un mundo hostil lo que nos quedará fueran pequeños tropiezos de ternura*. 
Pienso entonces en el cuento “Chet Baker”, donde José, el personaje principal, un hijo de panadero que ha heredado una cadena de panaderías, se encuentra con una travesti, ambos recorren parte de la ciudad en auto, pasan por escenarios particulares de Tucumán: el conocido Super Nor, la Avenida Roca, etc. Y a ese recorrido lo sostiene el diálogo en un mayor porcentaje, permitiéndonos conocer mejor a Claudia y a José, los personajes y a las necesidades de estos. ¿Pensás que en alguno de tus personajes existe una necesidad de afecto?

JMJ: Sí. Es algo que percibí cuando la editorial eligió el nombre. Que es una frase que estaba perdida en medio de los textos. Me encantó el título del libro. Y cuando me encuentro con alguien que leyó el libro me repite la frase “El afecto que nos salva” Hace mucho tiempo leí un libro de Kenzaburo Oé que se llama Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura”. Me acuerdo que lo leí sentado en el patio de la casa de un amigo donde alquilaba una habitación. Quedaba atrás del parque 9 de Julio. Era un patio grande, pero no tenía absolutamente nada de vegetación, estaba completamente cubierto de baldosas con arabescos. Me apoyaba contra una pared y lo leía bajo un foco incandescente repleto de bichitos. ¿Cómo sobreviviría a esto? Pensaba. Estamos acostumbrados a pensar las ideas abstractas en términos duales. Amor–odio, bien–mal, luz–oscuridad. En la cultura oriental siento que esa dualidad es mucho más orgánica, y hay un punto donde el espanto y el amor, donde la razón y la locura se enlazan y son parte de lo mismo. Recuerdo un cuento de otro escritor japonés, donde un personaje, un supuesto loco, ocasionalmente entraba en un trance y conversaba mirando al cielo con la imagen de un gato gigante. Al final del cuento por fin cuenta su historia, en su infancia una persona muy querida había fallecido, y explicaba que, para él, los seres más queridos al fallecer, suben al cielo y se convierten en gatos gigantes. La locura, la pobreza, la soledad, la marginalidad, la falta, están unidos al amor, en un punto muy intenso, donde no hay dualidad. Cuanto más frágiles somos, más necesidad de amor sentimos. De alguna manera, el título de mi libro, no encontrado por mí, responde a esa pregunta de Kenzaburo Oé. ¿Cómo sobrevivir a nuestra locura?

ZK: Hay también en tus relatos flashbacks, remembranzas, reminiscencias al pasado, como si los personajes quisieran desenrollar, desenvolver, extender un hilo del que aún no se tiró, y así van a momentos específicos que hacen al comportamiento de su presente. Los tiempos se intercalan, el personaje va y viene entre el pasado y el presente, un ejemplo es el cuento “Viruta”. Un trabajador al que le ha entrado una viruta de madera en el ojo, y a través del dolor que le causa ese objeto tan simple conoceremos a su familia, fragmentos de la infancia, excompañeros de trabajo, como recortes, como fotografías necesarias para comprenderlo. ¿Cómo trabajaste la temporalidad de ese relato? ¿Y la construcción del personaje en este caso?

JMJ: Inspirado en El nervio óptico de María Gainza. Sentía que lo que quería escribir no podía ser condensado en una estructura simple. La viruta en el ojo, como un acto fallido, lleva al personaje a la búsqueda de un reconocimiento en su pasado y esa búsqueda no podía ser lineal, es una búsqueda a ciegas, del devenir libre de su pensamiento, de sus emociones. Cuando uno tiene una afección se ve incapacitado a usar la razón, pierde el sentido de la integridad, entonces se abren puertas. La viruta fue la llave del personaje para tratar de entender algo de su pasado. Esa libre asociación de recuerdos me llevó a pensar en una idea de collage, de fragmentos. Estar muy atado a una estructura lineal es un arma de doble filo. Puede ayudarnos a desarrollar la tensión narrativa, pero a la vez a esterilizarla. Para descubrir qué había detrás de la idea que quería desarrollar tuve la necesidad de no forzar la escritura, de improvisar, entonces, cada párrafo fue llevándome sin que me dé cuenta al lugar que quería ir. Y eso dio como resultado un cuento compuesto por fragmentos. Al coexistir juntos dos párrafos que no tienen una conexión aparente, tal conexión, en el lector funciona también por libre asociación. El riesgo es que las cosas se disgreguen, se separen demasiado, pero si uno lo hace desde la intuición, no hay que tener miedo, hacia algún lugar nos conduce. A lo que hay que temer es al intelecto. El surrealismo es amor, estamos quebrados, la existencia es absurda. El arquitecto mexicano Ricardo Legorreta le comentaba a sus alumnos, no intelectualicen, si quieren pintar ese muro de rojo, píntenlo, no piensen. Y la arquitectura es nuestro envoltorio inevitable.

ZK: José vos te dedicás a la carpintería y a la herrería, en paralelo escribís, publicaste cuentos en formato fanzine y también sos artista visual. ¿Cómo convive particularmente la carpintería y la herrería con tu escritura? ¿Hay algo de todo eso en tu narrativa? Pienso, especialmente en tres cuentos: en “Viruta”, del que hace un momento hablamos, pero también en “Parque” y en “Jorge”.

JMJ: Bueno, yo siempre dibujé y escribí. La construcción es un recurso económico. Lo hago para sobrevivir, pero a la vez es a lo que le dedico más tiempo. Luego, la escritura, y finalmente, cuando me queda algo de tiempo, el dibujo. Esos dibujos me llevaron a realizar algunas muestras, pero de ninguna manera tengo una continuidad, ni una proyección con eso. Para nada. Estar en el ambiente me llevó a exponer. A las otras dos tareas, podría decirse que me las tomo más en serio. Por eso, a la vez, las disfruto un poco menos. La contratapa de Diego Puig dice algo que puede ser clave para entender la relación entre el mundo de la construcción y de la escritura. La idea de lo laborioso y lo melancólico. La carpintería y la escritura son oficios que requieren paciencia y continuidad. Lo había mencionado también Daniel Ocaranza comparando la tarea de la edición de un texto con el pulido de una pieza de madera. Puede ser desesperante. Hay que pasar una y otra vez una lija cada vez más fina hasta que no se perciban rugosidades en la superficie. El trabajo con los textos es muy complejo. Nuestra mente tiende a la distracción y a la búsqueda de satisfacción inmediata, de exposición. Sobre todo, con el auge de las redes sociales. La escritura y la carpintería son acciones que requieren perseverancia. Idea de la que no soy fanático, pero es la única manera que encontré para salir de la depresión cotidiana. Necesito poner mi cuerpo y mi mente a trabajar, para sobrevivir material y emocionalmente. No puedo quedarme quieto, ni dejarme llevar, porque me hundo. Día a día necesito horadar la piedra. Hacer el esfuerzo para que eso suceda. Casualmente conocí, trabajando en una serie el mes pasado, a una escritora de Buenos Aires, que, en medio del quilombo del rodaje, dijo “Será que me gusta sufrir que me dedico a la dirección de arte y a la escritura”. Me sentí muy identificado. Trabajar en el departamento de arte en una producción pobre es un trabajo pesadísimo. Hay algo de padecimiento en ambos polos, en el trabajo puramente físico y en el puramente intelectual. Por otro lado, como dije en la presentación del libro, yo vengo de una familia de clase media, aspirante a clase alta. Fui educado para ser un profesional. Y no lo soy. De esa ruptura nacen cosas muy interesantes para la ficción. Porque de alguna manera tengo que inventar un personaje para moverme en el mundo donde normalmente me muevo, que es el mundo de los trabajadores informales, de las personas que no tuvieron las posibilidades de ser un profesional. Esa lejanía me ubica en el lugar de observador. Es una fisura a través de la cual puedo ver cosas que no podría haber visto, por ejemplo, dedicándome a la arquitectura.

ZK: En varios de los cuentos nos encontramos con escenarios familiares para lxs tucumanxs, anteriormente mencionamos Super Nor, la Avenida Roca, pero también está el Parque 9 de Julio y Villa Muñecas, por nombrar algunos. ¿Cómo introducís lo geográfico en tu narrativa, es buscado o es algo que sucede en el transcurrir del proceso creativo? ¿Sentís que, en cuanto al resultado, esto le suma al universo del relato?

JMJ: No pienso en regionalismos, para nada. Escribo acerca de los lugares que me son familiares. Cuando estuve en Buenos Aires, escribí de Buenos Aires. En Uruguay, de Uruguay. Pero fueron lapsus breves. Soy muy tucumano. Me gusta Tucumán, no tengo rechazo de ningún tipo. Lo he vivido en muchas dimensiones, me he vinculado con muchos sectores sociales y culturales. No tengo prejuicios al respecto. Soy como un niño virgen que se sumerge en los mundos que aparecen, sin demasiado cuestionamiento. Y esa apertura creo que es la necesaria para describir un lugar, para pensar los personajes desde ese lugar. No pienso en fronteras, de ninguna manera, es decir todo el tiempo atravesamos fronteras. Me he sentido mucho más extranjero en clases de boxeo en el palacio de los deportes que cuando estuve en Buenos Aires, o en Uruguay, por ejemplo. Vivo situaciones fuera de mi zona de confort sin moverme de la provincia. De hecho, volqué con mi camioneta en la Libertad y Bolívar. Trato de no atarme a regionalismos. Aparece, sí, porque es lo que conozco. Pero no pienso en eso. Es esa virginidad el punto para mí. Esa sensibilidad para observar sin demasiados juicios es lo que puede gestar una idea. Las veces que viajé lo hice por razones laborales y de allí surgieron ideas enlazadas a esos lugares. Pero no fue algo buscado, para nada. Después, pensando en el texto en sí, sea el contexto que sea, me parece importantísimo generar un entorno físico y humano para los personajes. Es una forma de sumergir a la persona en lo que está leyendo. Ubicarlo en el espacio, sea un ataúd, una habitación, una casa, un bar, un barrio o una región. Porque, aunque no se lo nombre, las acciones de los personajes nacen de una antropología que subyace, de la base invisible de un iceberg.

ZK: Algunos de tus personajes orbitan en los márgenes de la sociedad, se la rebuscan con lo que pueden y en ese submundo tucumano, por ejemplo, hay drogas, intemperie, vulnerabilidad, etc. Un ejemplo es uno de los personajes de “Pijama de seda”, el linyera. Pienso en el encuentro entre él y el personaje principal, la contracara: quien sí puede alquilar una casa, tiene una carpintería y a tres semanas de mudarse entabla una amistad con Raúl, ese linyera que le ofreció una bolsa de naranjas frente a su casa un día cualquiera. ¿De qué recursos te valés o cómo lográs armar un personaje como Raúl?

JMJ: Siempre me resultó curiosa la interacción de clase o de dos culturas muy diferentes y cómo, en un contexto particular, abandonan algo de sí para lograr comunicarse. Sobre todo, en un sentido de amistad. Siempre sentí que, en el caso de la interacción de clases, esa unión se corta de un momento a otro, siempre, porque termina prevaleciendo el miedo o la voluntad de poder de uno sobre el otro. Se viene a mi cabeza una novela corta también de Kenzaburo Oé, que se llama La presa, donde un prisionero de guerra afroamericano es encerrado en el sótano de la casa de un general japonés y comienza a entablar una relación muy profunda con el hijo del general. La vulnerabilidad, de un lado por ser un prisionero de guerra de otra etnia, y del otro, por ser simplemente un niño permeable a las emociones, posibilitan que se desarrolle una relación de amor entre ellos. Pero en el momento en que bajan los militares japoneses a buscarlo porque había llegado la orden de fusilar al prisionero, este atrapa al niño en un movimiento muy violento y lo toma como rehén por la fuerza. Quizás en ese momento, el niño dejó de ser niño. En “Pijama de seda» sucede algo parecido. Finalmente, un desconocimiento del otro. En el cuento “Jorge”. Un personaje burgués que observa atentamente desde la ventana de su departamento las peripecias de la vida de los obreros, mientras él pasa los días dilapidando su herencia, y aún sabiendo que está por acabársele, opta por no salir a trabajar, por seguir inerte, en su sofá, con sus rompecabezas y sus escritos a los que nunca le da una forma conclusiva. En este caso me interesó plantear una separación mucho más tajante, donde lo único que une a uno con el otro es una ventana, una más, dentro de un edificio con cien ventanas. Mientras voy encontrando la dinámica de los relatos, voy definiendo el carácter de los personajes en relación a esa dinámica. Veo qué aspectos acentuar, cuáles eliminar, quién sería el narrador, pero sin duda lo hago de manera bastante intuitiva, orgánica, entrelazando con el contexto, alguna idea filosófica, imágenes que me interesa que aparezcan, acciones que quiero que sucedan. Dejo que la enredadera crezca sola, indefinidamente, que llegue a donde tiene que llegar, que sea una selva dentro de mi imaginario…

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