Comentarios acerca del libro de cuentos Número 7 de la escritora santiagueña Iana Verónica Paroli Krasteff
El agua de mi aldea natal
Taneda Santoka
Beberla…
Lavarme con ella
Iana nació en Santiago del Estero en 1974. Es Licenciada en Letras, docente y coordina su taller de escritura creativa “Lila” en la UNSE. Lila en sánscrito significa juego, diversión, y además la posibilidad de describir la realidad, incluso, el cosmos. Escribe obras de teatro, poesía, cuentos, y novelas. Publicó su primer poemario Cuarenta de trescientos y a través de autoediciones la obra de teatro El caso del corazón de Kwin y su libro de cuentos Número 7 -el primero de una trilogía que se proyecta para su publicación próxima-. El libro se consigue en e-book a través de la editorial TED- Tercero en Discordia-.
El día que conocí personalmente a Iana me vestí y me preparé para un día de campo. Abrí la puerta de su auto y la vi: de piernas largas, anteojos negros, una calza deportiva, zapatillas para correr, y como era invierno, tenía un tapado de piel negro que la cubría desde el cuello hasta las rodillas: “amo mi tapado para estos días fríos”,me dijo sonriente. Envidié el glamour, la comodidad, y la calidez que ese saco daba con sólo mirarlo. No sé por qué pero yo llevaba una torta en la mano, quizá fueron las ilusiones de una salida que luego duraría poco en plena pandemia. Nos encontramos para hablar de la escritura, y la escritura nos llevó a la vida. Había leído hace unos años su poemario Cuarenta de trescientos. En esos tiempos, yo vivía en la ciudad de La Plata. Recuerdo que me motivó leer sus poemas de la mano de cada pintura que los acompañaba en esa edición y además su nombre. Iana fue mi primera perra ovejera de la infancia, y aprendí ahí de mi padre que Iana[1] en quichua es negro. Esa misma tarde de campo me comentó que había publicado un libro de cuentos que ella misma editó. Su voz es grave, fuerte, como su temperamento, entonces recuerdo algunas de sus palabras: “a veces me pregunto si puedo dejar de escribir, pero cuando lo intento, ya estoy escribiendo con la mente, todo está en mí”.La imagen de Iana se va configurando adentro mío como ese tapado de piel negro, yo o ella, nos volvemos una perra ovejera que además de defender lo que se ama, los ojos están a la caza de cada objeto y sujeto imaginado o contemplado. De eso se trata este libro de siete cuentos.
Los personajes que atraviesan estas historias son de lo más diversos en edad, género, en sus modos de vidas, gustos, etc. Por lo que la plasticidad de la escritura de Iana es una ventana que se abre para cada casa en la que nos encontramos los lectores. Sus historias no hablan del amor, hablan acerca de lo que aún no descubrimos en él, de los primeros y últimos miedos, de la sexualidad y el abandono. ¿Cómo es que de un día para el otro no reconocemos más a la persona con quién vivimos a lo largo de años, no reconocemos la propia casa, ni los propios hijxs, ni la plaza de la ciudad en la que estuvimos inmersos toda la vida? “Mi historia es la que cuentan, no lo que sucede”así comienza el primer relato de este libro.
Cada historia teje el paisaje en el que un hombre, mujer, adolescente o niñx, se rearma o se desintegra “como un jacarandá en el charco de una plaza”, pero para ello hay que saber tirar las piedras sobre el agua, sobre la imagen, las sombras, o sobre las verdades. Así son las palabras de Iana, piedras pulidas, lanzadas al corazón de cada personaje. Sabe extraer de ellxs el pulso que posibilita la existencia intensa, como “si el amor fuera jugar, sentir olores, ver cosas” en el medio de una lucha libre.
De escritura fragmentaria, de finales circulares, y de humor femenino e inteligente. Son ficciones sin mentiras; palabras sensuales y perfumadas, no a rosas, sino al olor de las vidas que cuestionan, de aquellas que eligen, corren, y desentierran la mente, el espíritu y la piel, contra el paso del tiempo.
Los títulos de sus libros son simples, llevan números que no refieren al contenido, quizá porque las palabras están adentro. Iana nos invita a abrirnos, animarnos; a considerar que los deseos son una construcción que no sucede sin esfuerzo, sin dedicación, búsqueda, o trabajo; y que lo importante se lee, se imagina y se traduce con el propio cuerpo.
En las palabras de su cuento“Depósito de bordadoras” la autora nos dice: “y aunque aquí no me alcanza la tela, está el mar ¿puedes oírlo? Y sopló en mi oído a través de sus manos encerradas como una caracola”.
[1] Yana en quechua: Negro, negra, color negro o los tonos oscuros. La fonética es Iana.