“Los ladrones” de Martín Felipe Castagnet

“El perro no muerde”, me dice Abuela desde la puerta de la casa, “pero ojalá lo hiciera”. Como el perro no se mueve, yo tampoco lo hago. Abuela toma al perro del collar y cruza el patio hasta donde estoy parado. El perro levanta las orejas y me lame las manos. “Este perro necesita amor”, dice ella, “no me sirve”. 
Noto los moretones verdes y violetas en su cara. Entramos a la casa; el perro queda afuera de una patada. La alfombra de la salita está cubierta de diarios, pulóveres, teteras, libros, cajas de remedio; todos los objetos están rotos, desarmados o sucios.
 “Estoy en guerra, eso es lo que pasa”, me dice, mientras golpea unas botas contra el suelo para sacarles el barro de la suela. “Mientras rezaba se prendió una luz. ¿Dios? Un ladrón. Me pusieron una bolsa en la cabeza y me apretaron el cuello. Vimos que cambiaste el auto, me dijo uno. ¿Dónde están los pesos? Les dije dónde estaban. ¿Dónde están los dólares? Les dije dónde estaban. ¿Dónde están los euros? Les dije que no tenía ni uno solo. Me pegaron hasta con la linterna. Podés desatarte cuando nos vayamos, me dijo el más negro. Ahora acompañame al fondo, que los ladrones entraron por la puerta de atrás”.
No sé por dónde avanzar, así que piso sólo donde ella pisa. A veces algo cruje. Llegamos hasta la puerta de la cocina. Está cerrada y no tiene picaporte. “La dejo así a propósito”, dice Abuela, “apurate por favor”. En un armario hay tres picaportes de bronce. Prueba uno y no encaja bien; el segundo sí. Lo primero que veo dentro de la cocina es un plato de uvas verdes cubierto por una campana de cristal; después veo las moscas que chocan contra el vidrio. Abuela cierra la puerta que acabamos de cruzar, con el picaporte del lado de afuera.
Pegado a la cocina está el comedor. “Vamos, no te quedes quieto”. Está oscuro y me llevo por delante una bolsa de comida para perro. Aprieto varias veces el interruptor de la luz del comedor. “Hace unas semanas que no funciona la red eléctrica en esta parte de la casa”, dice Abuela. Enciende una vela adentro de una compotera. La puerta que da a la parte de atrás del patio tiene la madera reventada en torno al cerrojo. “Tomá este martillo”, me dice, “necesito que me ayudes a clavar una tabla contra la puerta”. Me limpio las manos transpiradas contra el mantel, pero se me quedan pegadas migas invisibles.
El martillo está pesado. La tabla también.
“Pero si tapiamos esta puerta, ¿cómo vamos a salir?”
“Por la otra puerta”.
“¿Cuál?”
“La del lavadero”.
Esa puerta está trabada y herrumbrada, pienso. El perro ladra desde el patio. “Tenemos que apurarnos, los ladrones están por volver”, dice ella. Me pasa los clavos. La llamita de la compotera los hace resplandecer. “Por favor, por favor, no me dejes sola con los ladrones”, llora Abuela, como un globo que se infla y desinfla al calor de la vela.

Martín Felipe Castagnet es Doctor en Letras (UNLP), editor de la revista Orsai y traductor. Publicó las novelas Los cuerpos del verano (2012) y Los mantras modernos (2017). Participó en diversas residencias de escritura y de traducción (Art Omi, MEET, Looren) y fue seleccionado por el Bogotá39 y la revista Granta como uno de los autores más destacados de su generación. 

(Foto Andi Parejas)

*Foto portada Zaida Kassab

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