Anna Ajmátova, una de las mayores poetas rusas, escribió el poemario Réquiem como testimonio de su doloroso tránsito del terror. Sin quererlo se transformó en una bandera de resistencia.
Una mujer delgada, alta y elegante sobresale en la larga fila de mujeres modestas que esperan visitar a sus padres, maridos, hijos y hermanos en la cárcel de Las Cruces, en Leningrado.
La mujer delgada, alta y elegante es poeta. Al nacer le dieron por nombre Anna Andréievna Gorenko. Ella decidió cambiar su apellido por el de sus antepasados maternos. Su padre opinaba que ser escritora era una profesión poco digna de una mujer y que deshonraba el apellido Gorenko. La poeta decidió adoptar el apellido de su bisabuela, que fue una princesa rusa, se bautizó a sí misma como Anna Ajmátova.
Un día, de los diecisiete meses que duró el encarcelamiento de su hijo Lev, Anna hacía la larga fila de mujeres que llevaban abrigo y comida a sus presos en Las Cruces y una mujer de labios amoratados le susurró al oído:
– Y esto, ¿puede describirlo?
Y ella le dijo:
– Puedo.
Así, Anna Ajmátova, luego de muchos años de no poder escribir, iniciaría los testimonios que, como poemas, conformarían el cuerpo de Réquiem para describir el horror de las víctimas de la tiranía de Stalin.
Anna nació con los privilegios de clase alta en la Rusia zarista. Tempranamente en San Petersburgo se escapaba de la mirada de sus padres para asistir y participar en reuniones del ambiente literario que florecía en sus ansias de experimentación, bohemia y vanguardia. Se rodeó de simbolistas, futuristas, acmeístas, imaginistas y constructivistas. En esas veladas conoce a quien será su marido, Nikolái Gumiliov: poeta, joven y rico. Se casaron en 1910, la luna de miel fue en París, capital cultural europea de entonces. París: la ciudad luz. En Montparnasse conocerán a diversos artistas, Anna tendrá un apasionado romance con Amedeo Mondigliani, el pintor italiano la retratará muchas veces y no podrá olvidarla. Ella regresará a Rusia y le escribirá muchos poemas a ese amor, en 1912 nacerán: su único hijo Lev y su primer libro El atardecer, poemario con una voz única, fresca, femenina y personal que aún no se había visto en la literatura rusa.
El atardecer se convertirá rápidamente en un éxito entre los enamorados y en los círculos literarios. Posteriormente publicará: El Rosario (1914), La Bandada blanca (1917), El llantén (1921) y Anno Domini MLMXXI (1922).
En 1914 comenzaría la Primera Guerra Mundial y en 1917 acontecería la Revolución Rusa. Al pertenecer a la clase privilegiada y zarista cae toda la desgracia posible sobre ella y su familia, su primer marido es encarcelado y luego fusilado (1922). Su segundo marido murió de extenuación en un campo de trabajo del Gulag. Su hijo Lev fue detenido varias veces (aún siendo niño) y pasó más de diez años preso por el hecho de ser hijo de sus padres, este fue el castigo que el régimen había encontrado para Anna.
Muchos artistas e intelectuales partieron al exilio. Luego de la muerte de Lenin en 1924, la crueldad política se agudiza con el ascenso al poder de Stalin.
El nombre de Anna se escribe en la lista de autores cuyos libros debían retirarse de bibliotecas y librerías. Y desde 1924 hasta 1940 no pudo volver a publicar.
Los amigos intelectuales y artistas que quedaron en Rusia fueron apresados y algunos condenados a muerte (Osip Mandelshtam moriría en el Gulag), otros prefirieron, como Maiakovski, suicidarse.
Entre 1935 y 1940 Anna escribe clandestinamente los poemas de su obra Réquiem. Decide destruir y quemar sus poemas para no ahondar el riesgo a su hijo encarcelado.
Un día Stalin se acordó de Anna y preguntó a sus colaboradores:
-¿Qué hace la monja?- calificativo que solía usar el dictador para referirse a ella despectivamente. A pesar del encarcelamiento de Lev, se le permitió publicar, ella decidió preparar una antología de sus cinco libros más los poquísimos poemas que escribió de 1923 a 1934. Esta antología no incluía ni Réquiem ni Poema sin héroe.
Stalin leía poesía. Stalin tenía pocos poetas preferidos, entre ellos a Anna y a Walt Whitman.
La antología se convierte en un éxito de ventas, con largas colas para su compra. Borís Pasternak (Premio Novel de Literatura en 1958, galardón que rechazaría presionado por la KGB para no tener que partir al exilio, autor de Doctor Zhivago) postula a la antología de Anna, De Seis libros, al Premio Stalin; de repente la obra nuevamente fue retirada de librerías y bibliotecas por una orden del poder.
En el marco de la Segunda Guerra Mundial, en junio de 1941, Alemania invadió la URSS. Las tropas alemanas avanzaron por el interior del país y llegaron a las puertas de Leningrado, a Moscú y a Ucrania. En septiembre Leningrado fue bombardeado y sitiado, Anna empezó a colaborar en la radio y desde allí pudo alzar su silenciada voz con un discurso petersburgués y patriótico que colmó el alma de los oyentes.
Anna se negaba a abandonar Leningrado, pero, al sufrir una distrofia pulmonar (con muchos años de padecer tuberculosis crónica), sus amigos decidieron evacuarla y llevarla a Moscú. Ella pudo volver a escribir, este periodo fue muy productivo para su creación poética donde siguió reelaborando Poema sin héroe.
Al ser recuperado Leningrado, Anna decidió volver a su ciudad. En 1945 conocerá a Isaiah Berlin. Mario Vargas Llosa en el ensayo El hombre que sabía demasiado, relata este encuentro:
“[…] lo marcó con tanta fuerza aquella noche entera que pasó, en noviembre de 1945, en Leningrado, en un piso desangelado, junto al más grande poeta vivo ruso, la desdichada Anna Ajmátova. Isaías Berlin, enviado por unos meses a la embajada británica de Moscú, fue a Leningrado, en una visita nostálgica, en busca de libros y de recuerdos de su infancia, y, de manera casual, en una librería, alguien, al oírlo preguntar por la poetisa, se ofreció a llevarlo a su casa, que estaba cerca. Anna Ajmátova tenía 56 años, veinte más que Berlin. Había sido una gran belleza y muy famosa como poeta desde antes de la Revolución. Estaba en desgracia y desde 1925 Stalin no le permitía publicar una línea ni dar recitales. […] Como los padecimientos de la poetisa se agravaron considerablemente después de aquella noche, Isaías Berlín nunca se liberó del remordimiento de haber sido involuntario responsable de este hecho. (En los archivos del KGB, figura un informe sobre aquella conversación, que Stalin comentó a Zhdanov, el comisario cultural, de esta manera: “O sea que ahora nuestra monja se consuela con espías británicos, qué te parece”.)
Según aseguró siempre, de manera enfática, Isaías Berlin, las once o doce horas que estuvieron juntos él y la Ajmátova fueron castas, de intensa y fulgurante charla, y que, en ella, en un momento, Anna le recitó buen número de los célebres poemas del libro que —burlando la persecución— escribía de memoria, Réquiem, que pasarían luego a representar uno de los más altos testimonios de la resistencia espiritual y poética contra la tiranía estalinista. La charla fue literaria, una evocación de los grandes autores anteriores a la Revolución, muchos de ellos muertos o en el exilio, y sobre los cuales Berlin pudo informarla, y, discretamente, sobre la dificilísima situación en que transcurría la vida de Anna, siempre en la cuerda floja, viendo caer la represión en torno suyo y esperando que cayera sobre ella misma en cualquier momento. Pero, consta que, aunque no hubiera el menor contacto físico entre ellos, al mediodía siguiente, el austero Isaías Berlín regresó al Hotel Astoria dando brincos de felicidad y proclamando: “¡Me he enamorado, me he enamorado!” Desde entonces, hasta su muerte, afirmaría que aquel encuentro había sido el hecho más importante de su vida. Y en cuanto a la Ajmátova, la impresión de aquella visita quedó reflejada en los bellísimos poemas de amor de Cinque. Una historia de amor imposible, desde luego, pues, a partir de entonces, el régimen cortó toda comunicación y contacto de la poetisa con el mundo exterior, y, en los seis años siguientes, Berlin no pudo siquiera enterarse de su paradero. (A sus ruegos de que hicieran averiguaciones, la embajada británica en Moscú respondía que era preferible, para la Ajmátova, no intentar siquiera comunicarse con ella.) Muchos años después, en 1965, en los albores del deshielo soviético, Isaías Berlin y otros profesores gestionaron un doctorado honorario en Oxford para la gran poetisa rusa, a la que las autoridades soviéticas permitieron con este motivo viajar a Inglaterra. Ella era ya una anciana, pero el prolongado martirio no había conseguido quebrarla. El reencuentro fue frío y, al echar un vistazo a la suntuosa residencia donde vivía Berlin con su mujer Aline, Headington House, ella no pudo reprimir una adolorida ironía: “Así que el pajarito ha sido encarcelado en una jaula de oro”.
Terminada la guerra, Anna era reconocida y respetada, cuando concurría a recitar en salas el público la ovacionaba y aplaudía de pie largamente. Las consecuencias del encuentro con Berlin no tardaron en presentarse, Anna fue acusada de actividades antisoviéticas. Su libro Poemas escogidos se retiró de circulación. Fue expulsada de la Unión de Escritores por no servir al proletariado, quedándose sin trabajo y sin libreta de alimentación (desde 1920 trabajaba en la Biblioteca del Instituto de Agroeconomía, por ello recibía alojamiento oficial y su propia cartilla de racionamiento), totalmente necesarios en aquellos tiempos de pobreza y hambre. Su hijo es, nuevamente, encarcelado. Anna sobrevive gracias a sus amigos. En 1953 es internada en un hospital por su primer infarto de miocardio del que ella creía que no sobreviviría. Ese año muere Stalin y la esperanza de una flexibilización de la persecución se demora, su hijo recién será liberado en 1957.
En 1955 el Fondo Literario de Leningrado puso a disposición de Anna una casita de campo en el pueblo de escritores de Komarovo, donde residiría hasta su muerte. Este lugar sería considerado su refugio y le permitió recibir muchos amigos y visitas. A partir de 1958 Ajmátova retomará la publicación de sus obras.
En 1960 es internada por un nuevo infarto luego de la muerte de su amigo Pasternak.
Algunos de sus manuscritos que se habían salvado de las llamas empezaron a circular en la Unión Soviética por vías clandestinas y en copias mecanografiadas e incluso transcritas a mano. Circulaban mediante una red de ediciones clandestinas de obras prohibidas cuyas publicaciones se desconocían oficialmente, esta red estaba conformada por intelectuales, artistas, creyentes y nacionalistas que se dedicaron a distribuir de forma encubierta literatura prohibida por la censura. Las obras se mecanografiaban en papel de poco gramaje y se distribuía de mano en mano, primero entre un grupo de amigos cercanos, luego se reproducían nuevamente y así llegaba a destinos no imaginados.
Anna se encontró por esos tiempos rodeada de jóvenes poetas y artistas que la adoraban y conocían sus versos de memoria.
La poeta en vida nunca recibió reconocimiento oficial de su país, el cual sí le fue otorgado en el extranjero: en el año 1964, en el castillo de Ursino en el sur de Italia, se le hizo entrega del premio de literatura Etna-Taormina por sus cincuenta años de actividad poética y por la publicación en Italia de sus Obras escogidas; y la Universidad de Oxford, gracias a las gestiones de Berlin, le concedió el título de Doctor Honoris Causa en Literatura, por lo cual viajó a Londres en 1965.
Murió los primeros días de marzo de 1966.
Sobre Réquiem
El réquiem es el conjunto de las partes musicales que conforman una misa para los difuntos.
Ajmátova elaboró su poema desde 1935 a 1940, durante mucho tiempo existió solo en la memoria de la autora y en la de algunos amigos próximos a ella, a medida que escribía los poemas, once amigos los aprendían de memoria para preservarlos de cualquier desgracia que pudiera ocurrirle a la poeta.
Se corría el peligro de que de imprevisto la policía secreta pudiera llegar a su departamento para registrarlo y un mínimo verso de su poesía, un verso rebelde, un verso equivocado, pudiese ser motivo suficiente para que ella fuese arrestada, torturada o fusilada (como le pasó a Mandelstam con aquel verso sobre Stalin que encontraron en un borrador y que había plasmado como broma). Memorizar los versos era el único camino que Anna encontró para preservarlos. Luego de escribir algún poema sus amigos memorizaban al detalle y el papel donde había bocetado las palabras desaparecía materialmente por el fuego.
En 1962 Réquiem es publicado en Alemania sin consentimiento ni permiso de la autora. Finalmente, se editó en 1963 en Alemania Occidental y Anna se convirtió en un símbolo único de resistencia. En 1965, Anna, por insistencia de Lev Shílov, realizó una grabación para magnetófono, bajo la promesa de que solo podría transmitirse públicamente después de la muerte de la poeta; este texto se ha considerado siempre como el definitivo. En la URSS recién se publicó completo en el año 1987.
Lo que sigue son sólo algunos de los poemas que conforman Réquiem, donde el dolor se hace narración y poesía, esta obra, testimonio del sufrimiento, hace preguntarnos acerca de la potente resiliencia de la poeta y de cuál sería su manantial. Anna era creyente y en sus últimos momentos pidió un libro: la Biblia. Quizás su fortaleza pueda encontrarse en la afirmación del poeta y amigo de Anna, Yósif Brodsky:
– Si algo aprendimos de ella fue a perdonar.
Réquiem – (1935-1940)
Ningún cielo extranjero me protegía,
Anna Andréievna Gorenko (1961)
ningún ala extraña escudaba mi rostro,
me erigí como testigo de un destino común,
superviviente de ese tiempo, de ese lugar.
En lugar de prólogo
En los espantosos años del terror yezoviano me pasé diecisiete meses aguardando en una fila, ante el umbral de la prisión de Leningrado. Cierto día, alguien me identificó en la muchedumbre. Detrás de mí se hallaba una mujer, con los labios azules de frío, que, es claro, nunca antes me había oído llamar por mi nombre. Entonces salió del entumecimiento común y me preguntó en un susurro (allí todo mundo susurraba): —¿Puede describir esto? Y le contesté: —Puedo. Una especie de sonrisa cruzó fugazmente por lo que alguna vez había sido su rostro. (1957)
1
Llegaron al amanecer y te llevaron consigo. Ustedes fueron mi muerte: yo caminaba detrás. En el cuarto oscuro gritaban los niños, la vela bendita jadeaba. Tus labios estaban fríos de besar los iconos, el sudor perlaba tu frente: ¡Aquellas flores mortales! Como las esposas de las huestes de Pedro el Grande me pararé en la Plaza Roja y aullaré bajo las torres del Kremlin. (Nov.1935)
2
Apaciblemente fluye el Don Apacible; hasta mi casa se escurre la luna amarilla. Brinca el alféizar con su gorra torcida y se detiene en la sombra, esa luna amarilla. Esta mujer está enferma hasta la médula, esta mujer está completamente sola, con el marido muerto, y el hijo distante en prisión. Rueguen por mí. Rueguen. (1938)
7
La sentencia La palabra cayó como una piedra en mi pecho viviente. Lo confieso: estaba preparada y de algún modo lista para la prueba. Tanto que hacer el día de hoy: matar la memoria, asesinar el dolor, convertir el corazón en roca y todavía disponerse a vivir de nuevo. No hay silencio. El festín del cálido verano trae rumores de juerga. ¿Desde hace cuánto adivinaba yo este día radiante, esta casa vacía? (22 de junio, 1939)
Crucifixión
No llores por mí, madre,
cuando esté en la tumba.
I
Un coro de ángeles glorificó aquella hora, la bóveda celeste se disolvió en llamas. “Padre, ¿por qué me has abandonado? Madre, te lo ruego, no llores por mí…” (1940)
II
María Magdalena se dio un golpe de pecho y sollozó. Su discípulo amado se quedó inmóvil, con el gesto petrificado. Su madre permaneció aparte. Nadie miró dentro de sus ojos secretos. Ninguno se atrevió. (1940-43)
Epílogo (fragmento)
[…] y si una mordaza cegara mi boca torturada, por la que gritan cien millones de gentes, entonces déjenlos rezar por mí, como yo rezo por ellos en esta víspera del día de mis recuerdos. Y si mi patria alguna vez consiente en fundir un monumento en mi nombre, estaré orgullosa de que se honre mi memoria, pero sólo si el monumento no se coloca cerca del mar donde mis ojos se abrieron por vez primera —mi último lazo con él hace mucho está disuelto— tampoco en el jardín del Zar, cerca del tocón sagrado, donde una sombra adolorida acecha la tibieza de mi cuerpo, sino aquí, donde soporté trescientas horas de fila ante las implacables barras de hierro. Porque aun en la muerte venturosa tengo miedo de olvidar el clamor de las Marías Negras, de olvidar el chirrido de esa odiosa puerta y a la vieja aullando como bestia herida. Y desde mis inmóviles cuencas de bronce, la nieve se derretirá como lágrimas, goteando lentamente, y una paloma arrullará en alguna parte, una y otra vez, mientras los barcos navegan suavemente sobre el caudaloso Neva. (Marzo de 1940)
Las versiones de los poemas reproducidos fueron tomadas de una publicación de la UNAM (Universidad Autónoma de México) y pueden descargarse en formato PDF del siguiente link:
http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/ana-ajmatova.pdf
Una idea sobre “Poesía: metáfora y resistencia II – Un Réquiem para Anna”
Maravilloso artículo de Gustavo.