Roberto Arlt tuvo un año clave en sus cuarenta y dos de vida: 1927. Ese año compartía el podio del reconocimiento literario con su Juguete Rabioso junto a Don Segundo Sombra de Güiraldes. Conocíamos así las desventuras del (tomando un término bastante posterior) antihéroe Silvio Astier.
También sucedió un hecho que lo adentraría al mundo de las tablas. En ese momento, Arlt era cronista policial del diario Crítica. Una noche, una empleada doméstica de origen español se arroja al paso del tranvía a su muerte frente a la casa donde trabajaba. Podría haber sido un parte más sin relevancia, pero su rutina de observación y preguntas lo dejaron al menos extrañado. La dueña de la casa donde trabajaba, es decir la patrona, afirmó que esa noche su empleada no durmió. En la habitación de la misma, las sábanas estaban prolijamente puestas en la cama, signo de que nadie durmió allí. Había una valija hecha como para irse de viaje y la luz de la habitación estaba encendida, “un amarillo resplandor de una lamparita de veinticinco bujías” según reza la crónica.
Este fue el puntapié de una nueva expresión artística para el autor de Los siete locos. Una historia corta y triste, tal vez repetida en esa época, lo sumergió en su habitual mundo surrealista y de absurdo que venía ya trabajando y revivió de alguna manera a esta empleada desdichada, le puso un nombre (Sofía) y la rodeó de una galería de pintorescos personajes con el fin de intentar reconstruir una decisión. Una fantasía. Hablamos de Trescientos millones.
La obra contiene un prólogo y tres actos. Sofía intenta escapar del mundo real a través de los sueños. La acompaña Rocambole, una suerte de amor, un héroe idealizado que le comenta de la herencia que está por recibir: trescientos millones. Un dinero impensado para alguien de su condición social. Luego se harán presentes el hombre cúbico, la reina bizantina, el demonio, entre otros… Una campanilla, de esas que funcionan como llamadores para la realización de quehaceres, separa al mundo onírico de lo que está realmente pasando.
En 1932 se estrenó en Corrientes 465, en la sede original del Teatro del Pueblo, cuna del teatro independiente argentino; esta puesta que quería diferenciarse del costumbrismo y del sainete reinantes en la época. Leónidas Barletta, el director de este establecimiento hasta el día de su muerte dio el aval para el estreno de esta y casi todas sus obras.
La curiosidad, la compasión y la desdicha, que suele acompañar al universo Alrteano, aquí explotan desmesuradamente. Le ofrecen al espectador, aunque se hagan adaptaciones e inspiraciones, la angustia marrón oscura y blanca como la vestimenta de sus personajes de los 20´ y de los 30´. El germen estuvo allí.
Les dejo una canción de “tiempos de Roberto Arlt” escrita en el año 2000
Fito Páez – Paranoica Fierita Suite // Álbum: Rey Sol