Centenario del nacimiento de Augusto Monterroso

Augusto Monterroso fue un escritor guatemalteco. Este 21 de diciembre, además de ser el inicio del verano en el hemisferio sur, se cumplen 100 años de su nacimiento. Fue parte del boom de la literatura latinoamericana. A diferencia de sus compañeros de fenómeno editorial se caracterizó por trabajar con formas breves con una magistralidad sin igual. Falleció en 2003, en la ciudad de México.

Augusto Monterroso, “Tito” para los amigos, en realidad no nació en Guatemala, sino en Honduras; su madre era hondureña y su padre guatemalteco. Tuvo un abuelo general, Monterroso escribió en su libro autobiográfico Los buscadores de oro: “Mi padre, Vicente, he de repetirlo, era hijo del general guatemalteco Antonio Monterroso, de quien se murmuraba que por aspirar a la presidencia de Guatemala fue hecho envenenar por alguno de sus rivales políticos; generales asimismo, por supuesto”. A pesar del abuelo militar su familia siempre estuvo en la pobreza, por ello tuvo que dejar tempranamente de estudiar formalmente y comenzar un camino como autodidacta, trabajó prácticamente desde niño, aun así sería Doctor Honoris Causa de varias universidades por su obra y calidad literaria.

En su juventud, transitada en Guatemala, participó de movimientos políticos contra la dictadura de Jorge Ubico a mediados de la década del 40, esto le valió la cárcel, de la que escapó, según él “en patas”, es decir, corriendo y a pedir asilo en la embajada de México, para luego ir a ese país a vivir prácticamente el resto de su vida. México ebullía culturalmente en esos tiempos. A causa de la dictadura franquista, la Segunda Guerra Mundial y los regímenes autoritarios latinoamericanos convergen artistas e intelectuales exiliados que conformarán una comunidad en México DF que se enriquecería con los intercambios entre sus participantes.
En el ensayo titulado “Mi primer libro”, Monterroso cuenta que atravesó la frontera en tren con un suéter y los Ensayos de Montaigne como único equipaje. Lo perseguían los militares por haber escrito algunos textos rebeldes. Era acompañado por el secretario de la embajada de México, que acompañaba a Monterroso en su calidad de exiliado político durante el viaje en tren al destierro. Cuando el tren atravesó la frontera y sus ruedas corrían en vías mexicanas, la máquina se detuvo en la estación de Tapachula, en el estado de Chiapas, Monterroso se gastó el poco dinero que tenía en cervezas para brindar por su libertad.

En octubre de 1944, luego de la Revolución de Octubre, donde militares, trabajadores y estudiantes, derrocaron al gobierno de facto de Federico Ponce, para dar lugar a las primeras elecciones libres en Guatemala e inaugurar así un periodo conocido como los “Diez años de oro o de primavera” porque se caracterizó por ser una década de modernización del estado con beneficios para las mayorías de los trabajadores y relegados de ese país. Monterroso en este periodo será designado con un cargo en el consulado de Guatemala en México y a inicios de la década del 50 cumplirá funciones diplomáticas en Bolivia. En las alturas de La Paz, en 1954, lo encontrará el derrocamiento de Jacobo Arbenz de la presidencia, orquestado por Estados Unidos, con patrocinio de la United Fruit Company y ejecutado por la CIA. Monterroso se exiliará, entonces, dos años en Chile donde trabará amistad con Neruda.

Volverá a México en 1956 y se dedicará por completo a su carrera literaria, publicando libros de cuentos, poesía, ensayos y su única novela Lo demás es silencio. Será acreedor de numerosos premios, entre los que se destaca, en el año 2000, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
En 1959 Publica Obras completas (y otros cuentos), su primer libro, que incluye su microrrelato más conocido y uno de los más breves de la literatura hispanoamericana, “El dinosaurio”. Elogiado por Italo Calvino, que escribió a propósito: “Yo quisiera preparar una colección de cuentos de una sola frase, o de una sola línea, si fuera posible. Pero hasta ahora no encontré ninguno que supere el del escritor guatemalteco Augusto Monterroso”.
El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Otra de sus obras elogiadas que sale a la luz en 1969 es La oveja negra (y demás fábulas), libro que será traducido a numerosos idiomas, como el chino y el latín. Isaac Asimov escribió sobre La oveja negra: “Estos pequeños textos, en apariencia inofensivos, muerden si uno se acerca a ellos sin la debida cautela y dejan cicatrices, y precisamente por eso son provechosos. Después de leer “El mono que quería ser escritor satírico”, jamás volveré a ser el mismo”. Puede leerse en el siguiente link:
(https://ciudadseva.com/texto/el-mono-que-quiso-ser-escritor-satirico/)
Carlos Fuentes, escribió con motivo de la traducción al inglés de La oveja negra, lo siguiente: “Imagine el fantástico bestiario de Borges tomando el té con Alicia. Imagine a Jonathan Swift y James Thurber intercambiando notas. Imagine una rana del condado de Calaveras que hubiera leído realmente a Mark Twain. Conozca a Monterroso”.
Una vez le preguntaron por qué elegía las formas de escritura breve, Monterroso respondió que las elegía porque él fue un muchacho pobre cuando descubrió la literatura; recordemos, como ya comenté más arriba, Augusto dejó sus estudios tempranamente, entre los trabajos que tuvo de jovencito estuvo el de ayudante en una carnicería, donde el contable llamado Antonio Sáez, su jefe, lo estimuló para que después del trabajo en la carnicería leyera las obras de Shakespeare, Víctor Hugo y Cervantes. El consejo fue aprovechado por el joven Augusto y todos los días al salir del trabajo se dirigía a la Biblioteca Nacional a leer a los clásicos grecolatinos y de la literatura española, esta literatura fue la que lo formó. Gran lector de Esopo, Samaniego y de Tomás de Iriarte; por ello maneja magistralmente la fábula, como la que fascinó a Asimov, pero no con ideas moralizantes sino para que sus lectores las sintieran como un espejo de lo humano y sus miserias.

La paradoja, la sátira y el sentido del humor que domina la obra de Monterroso son una herencia, en una entrevista comentaba. “Esta es una herencia muy clara y establecida de la literatura española. Mi formación literaria, si se puede llamar así, es, desde que lo leí por primera vez, gracianesca, y creo que Quevedo, Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna…, siguen siendo los grandes maestros de quienquiera que pretenda escribir pasablemente en español”. A ese listado añadía a latinoamericanos, como a Juan Rulfo, del que se considera “uno de sus más humildes admiradores”, a García Márquez y a Jorge Luis Borges.
Monterroso escribió una sola novela: Lo demás es silencio. Fue publicada en 1978 y narra la vida del Dr. Eduardo Torres, la primera parte de la novela se construirá a partir de los testimonios de sus amigos y colegas, también de Carmen, su esposa, Carmen.
La segunda parte está constituida por unos escritos del propio Dr. Torres, que incluyen ensayos de tipo académico sobre El Quijote, los problemas de la traducción, el análisis de un poema de Góngora y culmina con un “Decálogo del escritor” transcripto más adelante, tiene además de una carta de Torres a un editor de una revista mexicana. Completan esta parte unos dibujos de animales para celebrar el día mundial del animal viviente, que se complementan con un ensayo titulado “De animales y hombres”.
La tercera parte consta de una selección de aforismos, dichos, refranes y apotegmas publicados en el suplemento dominical de El Heraldo de San Blas, ciudad en la que vive el doctor Torres. San Blas es una ciudad ficticia como lo es Macondo de García Márquez, Santa María de Onetti, Comala de Rulfo, Estación el Olivo de Donoso, etc. Concluye con un Addendum, que explica los procedimientos seguidos para la publicación de este libro que, en palabras de su propio autor, Eduardo Torres, constituye la biografía fragmentada de sí mismo.
DECÁLOGO DEL ESCRITOR Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre. Segundo. No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia. Tercero. En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: En literatura no hay nada escrito. Cuarto. Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras. Quinto. Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche. Sexto. Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita, pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy. Séptimo. No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan. Octavo. Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de esas dos únicas fuentes. Noveno. Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor. Décimo. Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él. Undécimo. No olvides los sentimientos de los lectores Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio. Duodécimo. Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado. Tomado de La Cultura en México, Suplemento de Siempre!, Núm. 404, 5 de noviembre de 1969. Al final de la nota introductoria de éste y otros textos de E. T. recogidos en ese número se lee: «Por último, hay que aclarar que el Decálogo, según comunicación del propio Torres, tiene doce mandamientos con el objeto de que cada quien escoja los que más le acomoden, y pueda rechazar dos, al gusto. ‘Si la raza humana', añade, ‘ha rechazado siempre los de la Ley de Dios, ésta es una precaución hasta cierto punto ingenua'».
Monterroso era una persona de baja estatura, con una obra breve al igual que su admirado Rulfo, esto comparándolo con sus contemporáneos del “boom”. Solía decir que en su país son así porque pasaron hambre, así como él: un hombre de baja estatura, pero en el caso de Monterroso su obra lo transforma en gigante. El primer contacto que tuve con él no fue una lectura sino una noticia por la tv, Guatemala a fines de 1996 firmaba El Acuerdo de Paz Firme y Duradera, que daba por terminado el conflicto armado interno que duró 36 años atravesado por los actos de crueldad, el desprecio a la vida y a la dignidad del pueblo. Monterroso fue invitado, para ser el testigo de la firma del acuerdo, por parte del gobierno y por parte de la guerrilla. Desde el inicio de su exilio había pasado cerca de 50 años. El pueblo lo fue a esperar al aeropuerto, con vivas y banderas festejó la paz y el regreso de un escritor como si fuera el de su hijo pródigo. Recuerdo que el primer relato que leí de Monterroso fue El eclipse (https://cvc.cervantes.es/aula/didactired/anteriores/marzo_08/03032008_01.htm) y quedé cautivado. Asimov tenía razón: después de leer a Augusto Monterroso uno no puede nunca volver a ser el mismo.