Un libro de cuentos cinematográficos: «Naranjo esquina» de Fabián Soberón

A Fabián Soberón lo conocí frente a la plaza central de Tucumán, café de por medio y junto al gran Juan Sasturain. El diálogo se llenó pronto de datos de escritores de todo el país, referencias de películas, información curiosa de la historieta argentina y la promesa de leer cuanto antes Naranjo esquina, publicación del autor tucumano que acababa de presentarse en las librerías. 

«Tomé como modelo de referencia el libro ‘Winesburg, Ohio’, de Sherwood Anderson, con la tradición de combinar el esquema de espacio y tiempos comunes de personajes que entran y salen de los relatos», me dijo tiempo después Fabián, debatiendo lo que había surgido de la lectura de sus cuentos. Así es cómo desde una construcción casi cinematográfica, ámbito en el que Soberón se siente sumamente cómodo, es que da forma a este mundo de pueblo que puede encontrarse en cualquier rinconcito de nuestro país. 

«Pueblo chico, infierno grande», reza el dicho, y en Naranjo esquina nos encontramos a personajes llenos de historias y secretos eternos que le hacen honor. Relatos oscuros y otros llenos de dulzura, el día a día que es parte de todos y que no dejamos de identificar en nuestros pares. 

La voz de este amigazo tucumano no sólo se hace atrapante, sino que también invita a la reflexión, de lo que es un mundo que sigue latente, en el interior del interior, y que nos invita a recorrer sus calles, corriendo el riesgo de quedar por siempre atrapados, como en un infierno eterno.

La ley, la Iglesia, el arte, y una investigación que encuentra muchos chismes y pocas certezas, se nos presentan como en un film desestructurado, como un guión de Tarantino o de Nolan. Una vez más, Soberón es sinónimo de cine, y es un placer ver su nueva película, digo, libro.

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