“…pasa el hombre a través de bosques de símbolos
que lo observan atentos con miradas familiares”.
Charles Baudelaire
Septiembre, 11. Soñé que ella moría y yo tenía que encontrar el cuerpo. Salgo a la calle y camino hasta llegar a un estadio lleno de gente. En el acceso a las gradas me detiene un inspector y me pregunta qué busco allí. Yo le explico mi dilema y el tipo (que es un oficial de ultratumba) me dice que ella está entre uno de los asistentes del estadio. Luego, me da su autorización para buscarla. Entonces yo pretendo entrar en las gradas para iniciar inmediatamente la búsqueda, pero el agente celestial me detiene y me dice: Espere, cálmese. Se le permite buscarla, pero no con la vista, sino con el olfato. Acto seguido, me cubre los ojos con un pañuelo y me da un leve empujoncito hacia las gradas. Yo, mientras me interno entre la multitud, intento recordar qué perfume tenía puesto ella antes de morirse.
Septiembre, 12. Soñé con Jesús. Me habló de las diferencias entre el amor celestial y el terrenal, de las limitaciones del hombre moderno y de estrategias del ajedrez. Cuando se iba, le pregunté cuándo iba a volver a visitarme y él me respondió: Cuando no tenga nada mejor que hacer.
Septiembre, 13. Soñé que formaba parte de la expedición a Troya. Mi nombre era Euristeo y yo sufría mucho por esta causa. Hubiese preferido ser Ulises, porque yo sabía que (tarde o temprano, veinte años después) él regresaría a su patria; o sino Aquiles, que moriría en la batalla. Pero mi nombre era Euristeo, y yo no sabía cuál había sido su destino.
Más tarde, ese mismo día. Estuve revisando Los mitos griegos, de Graves.
EURISTEO (forzado fuertemente por todas partes): a) Hijo de un tal Arquípe; b) Hijo de Esténelo, sietemesino, impuso a Heracles los doce célebres trabajos, fue su amante (?), tenía una tinaja de bronce para refugiarse de los peligros; c) Rey supremo de Peloponeso.
Respuesta inductiva: No hay ningún Euristeo que haya luchado en la guerra de Troya.
Respuesta abductiva: Euristeo no debía estar allí. Era un cobarde y, además, había muerto mucho tiempo antes. (Cfr. “La otra muerte”, J.L.Borges).
Septiembre, 19. Un hombre cree ser la reencarnación (o algo por el estilo) de un escritor del pasado: Kafka, Dickens, Tolstoi, Zolá, etc. Para ello, debe copiar uno por uno todos sus actos desde la edad en la que él se encuentra en adelante. Se casa, tiene hijos, trabaja, escribe y finalmente se encuentra con el hecho más importante: su muerte. Dependiendo del escritor elegido, el tipo deberá enfrentarse con un orden más o menos rígido de acontecimientos. Por la noche y en cada tiempo libre deberá copiar palabra por palabra los libros de su antecesor. En el caso de que el escritor elegido sea, por ejemplo, Horacio Quiroga, habrá una serie de muertes accidentales que él mismo deberá perpetrar para que la simetría sea perfecta.
Septiembre, 26. No leo para huir, leo para estar acá. Los libros no me sirven para escapar del mundo, sino para ingresar en él. Si no fuera por los libros, yo no comprendería el mundo.
Último día de septiembre. He oído decir que uno es amo de su silencio y esclavo de sus palabras, lo cual es una absoluta inversión de los valores. Lo cierto es que somos amos de nuestras palabras y esclavos de nuestros silencios. Demasiado bien lo sé yo, que en este mismo instante, en estas mismas líneas, estoy callando.
Primer día de octubre. Avalancha de sueños. El primordial: Rusia, la Rusia incendiada de La guerra y la paz. De una casa en llamas, rescato a dos nenas, hermanas, de siete y cinco años, más o menos. Son rumanas o algo así. Después de un largo vagabundear en busca de su familia, pierdo a la hermana menor. Le pregunto su nombre a la mayor. Me lo dice, no lo recuerdo ahora. Recuerdo esto: tenía los pómulos muy colorados y brillantes y yo le pregunté por qué. Ella respondió: Es mi caparazón.
Octubre, 3. Una parte de mí lucha, quiere luchar, ansía luchar, pero otra parte no menor, no menos fuerte y no menos poderosa anhela la quietud, el no ser, el fin (?). Esa lucha previa es dolorosa y se traduce visiblemente en silencios, en aparentes contradicciones, en divergencias.
Octubre, 7. Escribir un cuento, a la manera de Hawthorne, así: un usurero se instala en un pueblo, se hace fama de avaro y de implacable. Hace préstamos y luego de un par de años de hacer justicia a esa fama, perdona una deuda pequeña, a una señora. Sin embargo, le advierte que no lo divulgue, lo cual además de provocar un escándalo, lo arruinaría. Con el tiempo, las deudas perdonadas se multiplican, con idénticas advertencias. Pasan los años. El hombre, ya cercano el fin, perdona sus últimas deudas y muere, prácticamente en la pobreza. Hay un funeral bastante frugal, al cual acude todo el pueblo. Todos deploran la avaricia del viejo y su implacabilidad para cobrar a cualquier costo sus deudas, sintiendo una inmensa gratitud en su interior, pero sin hacerla visible para no romper su palabra. Todos, sin excepción, creen ser los únicos perdonados.
Octubre, 9. Tanta vida no me da tiempo de vivir.
Vida y muerte han sobrado en mi vida. De esa hipérbole, mi laborioso amor por estas minucias.
Octubre, 12. Un hombre (un loco?) busca la puerta del cuerpo o la puerta a través del cuerpo. Dice que está en un lugar diferente para cada quien. La suya está en el dedo meñique de su mano izquierda. Lo mutila para entrar, a dónde.
Octubre, 13. Una mujer me aborda en un pasillo con tres hojas en sus manos, me levanta la voz y me reclama algo de muy mala manera, una deuda, una responsabilidad o algo por el estilo. Me alcanza las tres hojas, yo las tomo, las miro y se las devuelvo indiferente. Le digo: No puedo leer esto. Son papeles de un sueño.
Octubre, 15. Muchos días sin escribir nada, apenas leyendo lo indispensable para vivir.
Octubre, 17. Miércoles, creo. Hoy se impone la escritura de ciertos hechos fundamentales. Si no fundamentales, al menos hechos. Si no hechos, cuando menos fundamentales.
Octubre, 19. Escribir no es crear algo ex nihilo, sacarlo de la nada y hacerlo crecer. No es algo que va de menor a mayor, no es comenzar desde un punto y avanzar, agregar apéndices, extenderlo.
Es, por el contrario, trabajar con una masa ya existente, una mole la mayoría de las veces informe. Y se comienza a limarla, a romperla, a pulir sus aristas, hasta que nos satisface una forma, una forma posible entre una infinidad de formas. Debajo queda mucho material no trabajado, compacto aún.
El texto perfecto, el que dice todo, vaciaría de sentido la masa, la mole original. El texto total no dejaría nada. Destruye el material con el que trabaja.
Se autodestruye.
Octubre, 21. Una idea para algo. Había mosquitos muertos entre las páginas de sus libros: el tipo leía de noche.
Octubre, 23. Relectura de un mito. ¿Y si en vez de un caballo de Troya hubiese sido en realidad una yegua de Troya? ¿Y si la yegua hubiese sido Helena, la argiva Helena, la yegua de madera de Troya en la que durmieron una veintena de héroes? Esto, así: Helena pare nueve hijos que muchos años después destruyen la ciudad. Ella ya está embarazada al entrar en Troya, claro. El detalle de que sean nueve es para que rime íntimamente con aquel verso de Shakespeare: The night-maere and her nine foals.
Octubre, 30. Pienso esto: estoy harto de esos escritores que cuando escuchan un diálogo o leen, señalan como defecto la circunstancia de que la colocación de los hablantes sea la misma. Yo digo: ¿Es que solamente pueden dialogar un imbécil con un genio, un burro con un gran profesor, Sancho con Don Quijote? ¿Es imposible o inverosímil un diálogo entre pares? Absurdamente, yo entiendo que la mayoría de los diálogos (verdaderos diálogos, al interior de los cuales se dice realmente algo) se producen entre dos hablantes muy parecidos, que hablan casi idénticamente, que poseen la misma colocación y que manejan los mismos códigos.
Un buen título: “Monodiálogo”.
Octubre, 31. Una idea, que probablemente nunca escribiré: “Edipo no resuelto”, sobre la idea que alguna vez leí, de que Edipo Rey es el primer relato policial.
Noviembre, 4. Me gusta leer a la tarde mirando hacia el oeste.
Noviembre, 7. Un argumento: Los Restauradores. Un grupo de loquitos, hombres de ciencia y artistas se lanzan a la culminación de las grandes obras inconclusas de la humanidad.
Arquitectura: La sagrada familia y la Colonia Güell, de Gaudí.
Literatura: Tiempo de abrazar, de Onetti, y La grande, de Saer.
Escultura: Los esclavos, de Miguel Ángel.
Música: La Octava sinfonía, de Schubert.
Y así.
Noviembre, 8. Lo que meditaba Aquiles en su tienda. Antes que la cuestión esa de qué nombre usó Aquiles cuando se escondió entre las mujeres, pienso en qué pensaba él esos días en los cuales se retiró a su tienda. Yo pienso que se debatía entre volver a su patria, casarse con una linda mujer (como él mismo dice) y vivir muchos años más. Creo que el secuestro de Briseida por Agamenón fue una excusa que le vino justo para meditar en esto. No lo dejó el destino.
Yo, personalmente, entre una vida corta y larga fama por un lado, y una vida larga en el anonimato, me quedo con una vida larga y fama inmortal, sin dudas.
Soy el rey de las tres islas que poseo, pero gobierno solamente en una.
Noviembre, 9. Escribir es hablar con máscaras, sí.
Noviembre, 11. Ahora, digo por decir: escribir cuentos es algo horizontal, para adelante o para atrás; escribir novelas es hundirse, es para abajo; escribir poesía es hacia arriba, claro, es volar.
Noviembre, 13. Aristas, pozos, batientes, salientes, riberas, el calor, el frío, el agua, el fuego, el viento, la memoria, qué frágiles somos, tan frágiles…
Otra cosa. Escribir algo sobre Juan Román Riquelme, su juego artístico, deslumbrante, contra-hegemónico: “Don Quijote de la Cancha”.
Noviembre, 15. Cuando me siento preso de la estructura, pienso en la unidad o en las muchas cosas pequeñas. Pienso en el Parménides.
En eso o en intoxicarme, bah.
Noviembre, 17. La parte más feliz del acto de la creación son esos momentos previos a la revelación, esa duermevela, cuando entrevés imágenes sin comprenderlas del todo aún, esa eternidad fuera del tiempo cuando el espíritu se pasea entre los múltiples mundos posibles.
Noviembre, 18 y 19. El Anti-Borges (o lo que Borges quiso decir). Por qué el autor es más importante que el lector: porque muchas personas (infinitas podríamos decir) pueden leer el Ulises, pongamos por caso; sólo una pudo escribirlo.
Cuando leo, no pienso en qué me pasa a mí con lo que leo, sino en qué habrá previsto el autor, en qué recursos desplegó. Por eso es imposible leer a Faulkner como se lee a Stendhal o a Bradbury. No por la nimiedad de cuántos años tengo al leerlo o qué parte de mi sensibilidad está más despierta ese día.
A mí no me vengan con eso de que el lector termina la obra. El lector puede dar una interpretación, pero eso también puede ser previsto por el autor.
Que otros se jacten de los libros que han leído. Yo sólo puedo jactarme de los que he escrito.
Et ecrazé l’ infame.
Noviembre, 22. La duda y el recuerdo, mis peores enemigos.
Atlas. Veo en el noticioso la historia de un pibe (tendrá mi edad, más o menos). Vive de lo que junta en el basural. Dice: Yo prefiero comer de la basura antes que salir a robar. Yo digo: Ese pibe está sosteniendo el mundo. Ese pibe está sosteniendo el mundo él solo.
Noviembre, 25 o 26. Otro título: “Los diálogos platónicos”.
Noviembre, 29. Y esto. La relación de la comida con la escritura: hay que leer comiendo y escribir con hambre.
Diciembre, 1. Soñé esto. Voy por una calle mal iluminada. No hay nadie, no pasa nada. Yo digo, en voz alta: Esto no es un sueño. Un tipo que está asomado a una ventana (al que recién descubro) dice: Bueno, eso a menos que estés soñando que estás soñando que estás soñando. Ah– le digo yo, mientras me acuesto en un colchón que aparece en mitad de la calle-: Como cuando estás despierto que estás despierto que estás despierto.
Diciembre, 8. Los recuerdos nunca vienen solos. Los recuerdos son gregarios.
Diciembre, 14 al 29. Noa. Se llamaba Nora González, así, a secas. Le decían Noa porque Eliana, la hermana menor, la llamaba así de chiquita, cuando no podía pronunciar bien su nombre. Después creció. La hermanita, claro. Se puso muy buena. Era un camión con acoplado, una aplanadora, la hermana. Noa, en cambio, era flaquita. El pelo negro bien largo y los ojos negros bien grandes eran todo su atractivo. Eso era todo a la vista. No es por ser ingrato o descortés, pero era así nomás.
Teníamos quince años los dos cuando nos pusimos de novios. No me acuerdo cómo fue: un día, ya estábamos de novios. Y éramos eso: quince años, adolescencia, paseos, besos. Amor.
Y al final fue eso mismo: un día ya no estábamos más de novios. Después, ella se mudó a otro barrio, después me mudé yo. O fue al revés, no sé, no me acuerdo. Nunca más volví a verla.
Para ser sincero, no estaba enamorado de ella así, visceralmente, como probablemente ella no lo haya estado tampoco de mí. Pero fue eso: mi primer amor, la primera. Siempre pienso en ella como en algo íntimo, cercano, siempre a mano pero para siempre inaccesible.
A veces, estoy tentado de llamar por teléfono a todas las Noras González de la guía telefónica (serán unas quince o dieciséis, nunca las conté) para ver si una de ellas es ella. Pero después pienso que mejor no, que para qué.
Diego Rodríguez Reis
Correspondencias secretas (Ediciones del Dock, 2015)