El trabajo del cosechero es difícil: las horas se suceden sin variaciones mientras la fatiga aumenta hasta dejarte casi en agonía. Uno puede pensar en las cosas que desea y saberse negado a ellas de antemano.
En esa situación estaba a mis veintidós años, en los extraños 90. No tenía libros y solo esa sed me atormentaba. Así, en una cansada tarde-noche, las manos rasgadas por las ramas de los mandarinos y por el ácido de los frutos, solo, caminando por medio de plantas indiferentes, me dirigía a casa, para dormir y esperar el próximo amanecer de filas nuevas de la rutina. A la orilla de un montón de pastos, casi al final de la finca, un montón de papeles me detuvo y, en cuclillas, comencé a hojear esos diarios abandonados. Noticias que podían seguir siéndolo o no, dependiendo de quien mirara.
En una hoja arrugada por la humedad, estaba la palabra CULTURAL. Casi desahuciado me puse a leer lo que estaba en las líneas siguientes. Sentí que me asomaba a otro lugar, que después de pasar los días, los meses y los años, reptando por ciénagas aburridas, lisas, descoloridas, estaba en una fronda que no lograba comprender. Había una entrevista a Jorge Paolantonio por la aparición, el año anterior, de su novela Año de serpientes. Era extraño lo que decía. Yo venía de atragantarme con las novelitas de Corín Tellado que había en mi casa, con las otras novelas harto repetitivas de temática del western, las historietas de Columba, de mi papá. Casi las recordaba de memoria a todas. Pero Jorge no me hablaba de eso, de lugares lejanos. El fragmento que estaba en esa página era el que cuenta la celebración del carnaval en Catamarca. Alguien refería algo que yo conocía. Pero no era una crónica, no era una noticia. Era esas cosas que yo había vivido: las luchas sensuales del mojarse unos con otros, refregar los cuerpos ajenos con pintura, con hollín, con barro, con deseo. Ahora describo lo que sentí con la palabra emoción. Yo sentía lo podría sentir quien encuentra un talismán, un abrazo enviado a la distancia y que a pesar de esta uno lo siente en su calidez.
Busqué otros “culturales” de los diarios y me fui a mi casa. Mi mamá me había dejado un mechero de kerosén encendido en un estante en el dormitorio. A esa luz anarajanda leí nuevamente ese fragmento. Y debo haberlo leído varias veces. Busqué mi bolsita llena de papeles, doblé la hoja del diario, la metí junto con las otras y la guardé. No tenía idea de quién era Paolantonio. Era de Catamarca y eso era todo. Y nada, al mismo tiempo. Mis libros eran esos recortes, esos fragmentos, esas hojas que se desgastaban con mi lectura.
Andando los años, tuve que ir a Buenos Aires. Ahí, en esa desmesurada ciudad, en compañía de mi amor, encontré a Jorge. Yo le llevaba un ejemplar que había conseguido de su primer libro de poemas. A cambio, él me regaló lo que llevaba publicado hasta ese día. Hablamos de libros, de chismes de escritores, de su Catamarca, de esa provincia de la que, lo sabría con los años, había tenido que salir por la maledicencia, por el odio, para salvarse del señalamiento, de la injusticia.
Desde ese encuentro, cada vez que él venía nos juntábamos a charlar. En su casa, en un bar, en la Feria del Libro. Llegaba a este valle con su último libro, con su risa, con sus ironías, con sus ganas de volver ese pequeño tiempo a decirnos que había vuelto, que las palabras que lo expulsaron se habían perdido en el tiempo, enmohecidas de odio y nada más, y que él, mi querido George, seguía estando, reverdeciendo la literatura de su provincia. Él, que había leído su poesía en tantos lados del mundo, venía a esta parte de su mundo, a esa parte que, como dice en Año de serpientes, se le había tatuado en el cuerpo.
Durante un viaje, supe que Jorge ya no volvería a Catamarca. Ya no sabría yo de otros libros de él. Sus risas serían recuerdos. No llegarían, casi en murmullo, los chismes sobre los escritores de Buenos Aires, o los recuerdos de su niñez y adolescencia. Y yo me sorprendería, muchas veces, esperando su regreso. Me preguntaría cuándo será que va a venir George y no encontraría nada más que la certeza de saber que ya no está.
Algún día, ojalá que sí, no sé cómo ni qué posibilitaría el prodigio, nos veremos de nuevo. Ojalá sea así, solo para abrazarlo y alegrarme de encontrarlo. Y le contaré de los libros que hice y de lo que esperaba sus regresos. Y, seguramente, le diré nuevamente mi pequeña memoria del diario encontrado en la finca de los mandarinos al final del día, de la luz del mechero y de esa quintaesencia de la catamarqueñidad, de esa jalea de higos, de los carnavales y de la vieja estación de trenes donde nadie espera ningún regreso.
Jorge Paolantonio: (Catamarca, Argentina, 30 de marzo de 1947 / Buenos Aires, 4 de julio de 2019). Poeta, dramaturgo, novelista, desde 1982 hasta su muerte residió en Buenos Aires. Como docente universitario se especializó y doctoró en lengua y literatura anglosajona. Publicó los siguientes libros de poesía: Clave (1973), A imagen y Semejanza (1978), Extraña Manera de Asomarse (1989) Estaba la muerte sentada (1991), Resplandor de los Días inusados (1994); Lengua Devorada (1994), Huaco (2001), Peso Muerto / Dead Weight (2007), Del orden y la dicha (2012), Baus o la lenta agonía de las especies migratorias (2014), 78 RPM (2018). Se han puesto en escena sus piezas La Carta (1981), Rosas de Sal (1990), Reinas del Plata (1998) Las Llanistas (2000) y numerosos monólogos dramáticos. El último estrenado es Un dios Menor (2013). Su dramaturgia está publicada en los volúmenes Rosas de Sal (1993) Teatro I (2003), Teatro II (2009), Catamarcanas (2012), Un dios menor (2013), El horrendo crimen de la india Ynéz de Huayamba (1713), etc. En narrativa publicó las novelas Año de Serpientes (Último Reino, 1995); Algo en el aire (Planeta/Seix Barral, 2004); Ceniza de Orquídeas (Ediciones Deldragón , Bs.As. -2003-; reeditada en New York, JPintoBooks, 2008, en español, para la comunidad latina y traducida como Ashes of Orchids (JPintoBooks, New York, 2009); La Fiamma, Vida de Opera (Ediciones Deldragón Ediciones, 2008) traducida como La Fiamma, una vita da opera. (Rayuela Edizioni, Milán, Italia, 2014), Traje de Lirio /Año de Serpientes (Imaginante, 2014), Los vientos de agosto (Imaginante, 2016). Ha sido traducido al inglés, al francés, al italiano, al portugués, al árabe y al japonés. Entre otras distinciones, es Primer Premio de Poesía La Gaceta de Tucumán, Premio Nacional-Regional (NOA) de Poesía por la Secretaría de Cultura de la Nación; Premio Quinquenal a la Producción Artística y Literaria por la Dirección de Cultura de Catamarca, Primer Premio Municipal de Poesía de San Fernando del Valle de Catamarca, Primer Premio Nacional del Encuentro Patagónico de Escritores; Primer Premio Municipal de Novela de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; Premio Internacional de Novela “SoleLuna” de Milán; Premio extraordinario en dramaturgia de la Fundación Garzón Céspedes, Madrid, el Premio Esteban Echeverría de Gente de Letras, el Premio Domingo Faustino Sarmiento de la Cámara de Diputados y Senadores de la Nación Argentina.