¿Qué tienen en común la última dictadura cívico-militar argentina, dos mujeres japonesas, vínculos sexo-afectivos, un Teatro de Burbujas en Japón, un viejo con ojo de vidrio…? ¿Qué tienen en común el amor, el desamor, el sexo, la belleza y la muerte?
Yo se los voy a decir: tienen en común el genio del escritor Martín Sancia Kawamichi.
Escritor argentino, con ascendencia japonesa, Martín nació en Buenos Aires. Escritor de literatura infanto-juvenil y para adultos, ganó diversos premios. Su Primer Premio fuera del género infantil fue en el Concurso de Novela Negra BAN! -Extremo Negro en 2014 y lo hizo con su novela Hotaru.
Esta novela nos adentra en dos historias: la historia de amor de Kaede, una geiko del Gion Kobu, y Carlos Dantori, un folklorista que formaba parte de los Montoneros. Una pareja que trasciende la geografía y que conlleva un largo viaje marítimo hasta su encuentro y, con ello, el encuentro ante la monstruosa situación por la que pasaba la Argentina por la última dictadura. Y allí, en ese mismo barco, se cuela la segunda historia: el amor extraño, sincero, impoluto entre Kaede y Maeko, su media hermana, quien nunca devela serlo.
Este es un rudimentario y ocioso resumen de Hotaru.
La segunda novela que traigo a este artículo es Ukiyo, editada por También el caracol en el 2023 y actual novela nominada a ganar el Premio Fundación Medifé FILBA, es la historia de Kukiko y el viejo Kazuo, quien la llama para una particular tarea: escribir una carta a su amor condenado, la Bella Ike. Al igual que Hotaru, esta novela también tiene dos historias: la primera, sobre el Bello Kazuo y la Bella Ike, una pareja consumida por el amor más romántico, quienes llevan adelante una pequeña gira por los pueblos de Japón con un Teatro de Burbujas.
Sufrirán una serie de violentos sucesos que, entenderán luego, será por su mismo amor maldito y los obligará a tomar caminos separados.
La segunda historia es la de Kukiko, una joven mujer enamorada de Kazuo, ese viejo decrépito con ojo de vidrio y pocos dientes, al que la vida le quitó, a estándares hegemónicos, su belleza. Kukiko, loca por él, debe contener sus sentimientos mientras escucha la lenta historia del desamor de Kazuo. Pero esa carta no es solo de amor, es una carta de despedida. Kazuo le pedirá a Kukiko que lo mate.
Y así, un breve resumen de Ukiyo.
¿Y por qué quiero enlazar estas dos novelas? No es solo por temáticas –ambas novelas trazan caminos por el amor ciego, el desamor, la vergüenza, la culpa, la ira, lo grotesco, lo bello y la muerte, que también trataremos un poco más adelante– sino también porque Hotaru es, de alguna manera, una antesala a Ukiyo. En el capítulo 17 de la primera parte titulado «Un cuento de Maeko», esta cuenta la historia Kazuo e Ike y su Teatro de Burbujas. En pocas páginas, se despliega lo que más adelante será un pilar fundamental de la historia de Ukiyo.
–Esta es la historia de un amor condenado, un amor triste, sin consuelo –dijo Kaede, traduciendo a Maeko, y luego dio comienzo al relato–: Ike adoraba las burbujas; Isei también. Bastó esa coincidencia, tan frágil, para que se amaran de inmediato, en lo que tarda una burbuja en convertirse en rocío cuando algo la toca. […] El Teatro de Burbujas de la Bella Ike y el Maestro Isei empezó a recorrer el Japón poco después, y sus obras al aire libre, nocturnas, extrañas, le dieron una fama que ellos no buscaron, pero que aceptaron con alegría. En cuanto al origen de la maldición es poco lo que se sabe. Muchas eran las mujeres que se enamoraban de Ike, muchos los hombres que se enamoraban de Isei. Y mucho el resentimiento que el amor indestructible de Ike e Isei generaba. La maldición pudo tener ese origen, un despecho, pero es solo una versión entre muchas. Otra versión, también muy difundida, afirmaba que Ike e Isei, aunque no lo supieran, eran hijos del mismo padre, eran hermanos, y por eso su amor era un amor maldito. (Sancia Kawamichi, 2014, pp. 62-63)
Paralelismos. Eso es lo que hay en estas dos novelas. Adrede o no, Martín crea paralelismos que enlazan todas las historias. Ike e Isei son Maeko y Kaede; Kukiko y Maeko son quienes sufren por amor; Ike y Kaede son las mujeres bellas, ingeniosas y que, de alguna manera, traccionan la historia. Y en estos paralelismos no solo hay personajes, sino también temas. Como ya he dicho más arriba, vamos a analizar, no profundamente como me gustaría, pero sí trazando estas líneas de diálogo entre las dos novelas.
El amor ciego
Acá estamos tratando con dos parejas: Carlos Dantori y Kaede (Hotaru) y Kazuo e Ike (Ukiyo). Estas parejas cumplen con el rol de la pareja romántica: están enamorados uno del otro y son capaces de tomar el control del mundo si eso hiciera que el amor durase toda la vida. Kaede, una japonesa que viaja a través del mundo para llegar a los brazos de su amado Dantori, un montonero que está comprometido con su causa y con la resistencia. A Kaede esto no le importa; ni tampoco le importa que Dantori secuestre a una muchacha, que los amigos de él mueran en circunstancias particulares –como era de estilarse en plena dictadura, que mataban a jóvenes de la resistencia y que, luego, en los medios de comunicación, se los presentaba como subversivos que habían cometido algún crimen– o que ella formara parte, de alguna manera, de esos actos. Y aunque Kaede decide ir tras su amor, Maeko también. No puede dejar que Kaede viaje sola, se vaya de su lado, por lo que se ve atraída –¿o forzada?– a acompañarla en busca de su ‘enemigo’.
Por otro lado, Kazuo e Ike, jóvenes hermosos que se dedican a hacer burbujas y, en pos de que su Teatro de Burbujas prospere, acuden a una bruja, quien les pide que año a año le lleven un pago por hacerlos reconocidos. Ellos aceptan, pero luego el amor los consume y no recuerdan esta promesa. Esta es la maldición que empiezan a padecer: comienzan a despertarse golpeados, con rasguños y mordidas. Creen, en su inocencia, que alguien intenta hacerles algo malo. Se mudan constantemente, pero en todos los pueblos por los que pasan, se despiertan con más magullones y mutilaciones. No es hasta que resuelven quedarse en la casa de su amigo que comprenden la horrorosa verdad: Jigoro(¿?) les saca una fotografía donde se ve que eran ellos mismos quienes entraban en un trance y se atacaban ferozmente. A esto, le sigue la tozudez de querer seguir juntos, haciendo meditación o no tocándose en todo el día, pero el resultado es el mismo. No es hasta que despiertan, él, con un ojo menos y ella sin una oreja y sin un pezón, que deciden tomar caminos separados, entrando al mundo como almas en pena y dejando de lado el gran Teatro de Burbujas. Así, Kazuo entra en una espiral de dolor y soledad, donde el único pensamiento que lo salva es la muerte. Aquí es donde entrará Kukiko.
Ciegos son estos amores, pero correspondidos. ¿Qué pasa, entonces, con la relación entre Maeko y Kaede (Hotaru) y Kukiko y Kazuo (Ukiyo)?
El desamor
¿Qué concepto tengo del desamor? En este caso, no es la imposibilidad de estar con esa persona, sino que ese estar complete y conmueva al otro.
Maeko y Kaede (Hotaru) no son una pareja. Y distan mucho del vínculo tradicional que solemos encontrar en la literatura. Podemos encontrar amigos de la infancia que se reúnen, lógicas del tipo enemy to lover, dos amigos o dos amigas que solapan su soledad con su presencia y que se torna en amor. Pero en Hotaru, Maeko es presentada como la media hermana de Kaede, a quien su madre envía al Gion Kobu y le expresa:
–Tu padre es una persona miserable, hija mía, que no merece ni tu amor ni tu interés. Cuando supo que yo estaba embarazada me insultó, me rechazó […]. No lo busques, Maeko. No tiene sentido que te expongas a lo mismo… Pero Kaede, una de tus hermanas, o mejor dicho: una de tus medias hermanas, es una geiko de refinado arte, muy admirada por poetas, novelistas y músicos del mundo de los elegidos […]. Averigüé dónde vive, cuál es la okiya en la que se la puede encontrar. Ella odia a su padre, y estoy segura de que va a comprender tu situación de inmediato, y que va a ayudarte. (Sancia Kawamichi, 2014, pp. 25-26).
Así, Maeko llega en busca de Kaede, a la que nunca le dice que es su hermana y de la cual se enamora. La excusa para no confesar esto, cuenta el narrador, era por temor. “¿Temía que Kaede no le creyera y la echara de la okiya? ¿Temía que le creyera y la odiara? ¿Temía no verla más después de su confesión?” (2014, p. 28). Tal es el enamoramiento de Maeko que, cuando Kaede se determina a viajar a Argentina para estar con su amor, Dantori, decide acompañarla. Allí tendrán encuentros sexuales que Maeko atesorará, pero que Kaede no tomará como trascendentales y los minimizará. Luego, en Argentina, estos encuentros seguirán apareciendo, en menor medida, hasta que Kaede no permita que esto suceda más, pues temía perder a Dantori. Celos y odio invaden el cuerpo y el alma de Maeko, quien debe pasar sus días viendo como su obsesión es tomada en los brazos de otro.
Ahora, ¿qué pasa con Kukiko y Kazuo (Ukiyo)? Kukiko desea, con todo su corazón, que Kazuo la vea como una mujer, ya que ella, aún si él es –a ojos de otros y de él mismo– un viejo decrépito, lo ve como un hombre. Kazuo, en cambio, la ve a ella como una niña y como una mera herramienta. Sin embargo, ella se propone enamorarlo: “–Lograré enamorarte, Kazuo. Y nosotros sí seremos felices” (Sancia Kawamichi, 2023, p. 31). De allí que todos sus esfuerzos devengan en hacer que Kazuo se interese, primero, sexualmente en ella. La historia que Kazuo le cuenta sobre su amor condenado con Ike no le interesa; apenas si escucha algunas partes para lograr hacer su trabajo.
Mientras él hablaba, quise que también mi pezón izquierdo se pusiera duro, y miré su lengua, imaginé su dedo índice acariciándolo, y como no conseguí el endurecimiento, pensé en escarcha, y tampoco. Kazuo siguió sin advertir mis esfuerzos […]. Entonces sucedió algo inesperado: mi pezón izquierdo, finalmente, se endureció. No exagero si digo que los dos escuchamos una especie de chasquido. Como si hubiera recibido allí, en el pezón, un latigazo. Y él miró. Y yo miré su boca. Y él dijo:
–Qué lástima, pero tu pezón me ha interrumpido. No te culpo. Eso sí, ya no podré retomar el relato. Estoy demasiado viejo para cualquier contratiempo. ¿Podemos seguir mañana? (2023, pp. 41-42)
Esto sucederá varias veces más: Kukiko intentando que Kazuo la mire como a una mujer y Kazuo viéndose interrumpido y hastiado por ‘la niña’. Hasta que por fin, en un momento, el encuentro se da: corre a contarle a su amiga y ella le pregunta si pudo sentir que la amaba. Kukiko contesta ‘Todavía no’. Y ese ‘todavía no’ estará presente en toda la historia. Kazuo, que le ha pedido a Kukiko que escriba su carta de despedida dirigida a Ike, quiere morir. Y Kukiko cree que el amor lo puede salvar. Su amor. Y comienzan una rutina que ella desea estirar hasta convencerlo de que viva y de que la ame: “Iba a su casa, bebía su funesto té, teníamos sexo, comíamos, bebíamos sake y me marchaba sin que hubiéramos mencionado ni hecho alusión indirecta a su ofrecimiento ni a mi respuesta. Ni, tampoco, a su suicidio” (2023, p. 93). Ella cree que podrá salvarlo de la muerte. Comienza a retarlo con cosas incoherentes –por ejemplo, poniéndole el reto de comer flores para ‘conocerlo mejor’– y a estirar la escritura de esa carta. Es su esperanza.
Pero el amor nunca llega, ni llegará. Kazuo amanece colgado de un árbol de su hogar. Y la carta, que Kukiko había dilatado hasta el cansancio, aparece de puño y letra de Kazuo para Ike. Todo ha sido en vano.
El sexo, lo bello y la muerte
Por último, y tratando de expandirme más, hay algo en las dos novelas que trabaja con las experiencias más humanas: el sexo y la muerte. Hay, en repetidas ocasiones, una referencia directa al sexo y a la muerte en sintonía, como si el placer pudiera encontrarse solo en la muerte de uno. Repetidas veces, morir cada vez que disfrutamos:
–Mikoto me demostró que el placer podía no ser algo estúpido. Que no era necesario tener la mente en blanco o borrosa para disfrutar de las dichas que nos brinda el cuerpo. Los escalofríos, la conmoción, los temblores, los ardores, los derrames podían estimular el pensamiento mucho más que las palabras de un triste maestro limitado a la simpleza espiritual. En medio de las oleadas intensas que me provocaba su lengua o su orificio, yo pensaba con más lucidez que nunca. Con más fuerza que nunca. Créame: nunca mi mente fue tan lejos.
–¿Sí? –dije, con la voz rasposa–. ¿Y en qué pensaba?
–En lo único en que se puede pensar cuando se piensa con lucidez, niña: en la muerte. ¿En qué otra cosa, sino? (Sancia Kawamichi, 2023, pp. 282-283)
En Ukiyo, la aparición de Mikoto es imprescindible para este punto. Mikoto es una prostituta de la Calle de las Tulipas, nombrada como la Mujer Jade. Conocida por llevar a los hombres a la locura, al placer inusitado y a la muerte por placer. Mikoto es la única amante de Kazuo. En el caso de Ukiyo, un cuarto personaje es necesario para este punto. No así en Hotaru, donde el sexo y lo bello –luego podremos ver si la muerte es también parte de esta novela– se ve en la figura de Maeko.
A partir de entonces, la relación entre ellas cambió.
Maeko seguía siendo igual de servicial con ella, igual de eficiente, pero ahora se tomaba atribuciones que iban más allá del trato entre una geiko y su asistente. […]
Cuando se cumplió el primer mes en el barco, Kaede volvió a beber whisky, y volvió a embriagarse.
Al día siguiente, como había ocurrido en la ocasión anterior, llevaba la ropa interior y estaba sola en el camarote.
Esta vez no se asustó.
Junto a sus sandalias, encontró otro origami tonto y desparejo de Maeko, una estrella de mar.
La desarmó:
Volvió a suceder.
Es imperdonable, no me lo perdono, pero sé que hice cuanto estuvo a mi alcance para evitarlo, y no lo logré.
Amo verte desnuda.
Amo besarte.
Amo tocar tu cuerpo.
Pero más amo servirte, y estoy dispuesta a resignar lo que sea con tal de que eso no cambie.
Puedo aceptar que otra persona te ame, pero no que te sirva.
Porque ese es mi lugar en tu vida.
Ese lugar es mío.
Maeko. (Sancia Kawamichi, 2014, pp. 38-39)
Hay belleza en los origamis de papel que Maeko le dejaba a Kaede luego de sus encuentros. Hay belleza en las palabras. Después juzgarán si era correcto o no, si es una lectura incómoda o no, pero de algo estoy segura: estas dos novelas abrirán paso a entender, como dice Javier Núñez –otro gran escritor argentino–, la feroz belleza del mundo.