Juego poético: sobre el poemario “Palabras elementales” de Raquel Cané

El poemario de la autora argentina construye un universo poético a través de la palabra y la imagen 

En un poema perteneciente a su conocido volumen Poesía Vertical, Roberto Juarroz define la poesía como una soledad que se acompaña a sí misma. El autor, desde la primera hasta la última instancia de escritura, se encuentra solo, aun cuando se trate de un libro conjunto; la construcción de un texto es una práctica en solitario, como también la reconstrucción –léase, a contrapelo, interpretación– de ese mismo texto; y aquí entra en escena el tercer elemento, crucial para que este juego funcione: el lector. Texto, lector y autor, confluyen, ineludiblemente, conformando esa triada tan indagada en el ámbito de la Teoría literaria. Y en esa confluencia, los significados se actualizan. 

    La palabra “diálogo” cobra doble importancia, en este sentido, y se configura como clave para la lectura del poemario “Palabras elementales” de la poeta argentina Raquel Cané, editado por Buena Vista en el año 2019.  Nacida en la ciudad de Santa Fe, Raquel estudió Diseño Gráfico, profesión que años más tarde desarrollará en Capital Federal, a través de su trabajo para revistas como la Rolling Stone y diversas editoriales. En el ambiente literario porteño, y de la mano de Irene Gruss, desarrollará, en paralelo, su formación literaria. Y hay más: a la producción visual y literaria, le suma una faceta musical. Se trata de una artista que se desenvuelve en tres ámbitos. No es casual que en la introducción de su obra, refiera al recorrido trazado en torno a múltiples disciplinas:

    “El diseño editorial convierte la literatura en un alimento que retribuyo. Tomo para dar. La palabra es un acertijo a interpretar. Estoy al servicio de comunicar la palabra de otro. Traducir a imágenes propias las imágenes que el autor de la palabra ofrece, pero por encima de esa palabra prevalece el discurso construido sobre la misma. No digo para mí sino para otros. Aparece claramente la intención, que está más allá de la palabra en sí, pero aquí es la clave del decir. (…) Mi admiración por la música me llevó a cantar. La palabra se despega del papel. Tiene otro tiempo, puede medirse de otra manera. Tiene un cuerpo sonoro, cuerpo hecho de mi cuerpo. La palabra es voz. Una construcción tangible, desde las cavidades, desde el lugar que no veo. La palabra me transforma y se transforma.”

    Puede funcionar esta presentación como una antesala, un lugar previo para que el encuentro con “Palabras elementales” se asiente con solidez, a través de la atención que merece.

   Esta obra se constituye como un híbrido lúdico. Nos invita a la lectura de textos paralelos: un texto poético  junto a uno visual, el uno remite al otro, pero esta asociación depende del lector. Se añade, en última instancia, un texto musical. Ya en las primeras páginas, nos encontramos con algunos versos que hacen a las veces de invitación y bisagra:

“Los elementos están dispuestos.
¿La lectura?
No hay reglas.
La baraja es caprichosa, pero pese
al capricho del otro, se puede elegir.
Se lee aquello que está impreso en cada uno.”

A medida que avanzamos, los significantes se multiplican. Lo “elemental”, en este sentido, se inscribe en la categoría de objeto imprescindible, algo que, revestido de un “aura”, solo puede ser eso y no otra cosa. En este sentido, conviene citar a Walter Benjamín, quien ha encontrado en el término “aura” una respuesta a  algunos de los tantos interrogantes que abrió –y aún abre– el creciente desarrollo industrial, la producción en serie. El aura es, para el teórico, una unicidad en el aquí y ahora. Esto hace que algo sea único, incapaz de ser multiplicado, de imitarse.

   Raquel, tal vez conducida por esa sensibilidad que hace a los poetas resignificarlo todo, realiza una elección puntual, incisiva. Lo que señala como elemental es aquello que precisamente, apenas puede definirse; atrapar en palabras los elementos que tejen la trama de su poesía, sería quitarles el aura. Por eso se aproxima, no solo a través del verso, sino también de la imagen: Casa, Soledad, Verdad, Tiempo, Paciencia, Pensamiento, Deseo, Voz, Libertad, Poesía, son los títulos de las poesías que integran la obra. Esto edifica los cimientos de lo elemental. Esto siembra la pregunta que abre la comprensión, o una aproximación a ella ¿puede definirse el amor? “Tantas veces se ha rasgado en la historia la cuerda del amor” dice el maestro zen Teitaro Suzuki. Tantas veces, en la historia de la humanidad, esta palabra ha significado por encima de toda celda conceptual ¿Y qué nos dice Cané sobre esta palabra, harto pronunciada, sentida, –incluso– padecida?

“Diferencia entre suma y acumulación: digestión
Diferencia entre digestión y deglución: necesidad
Defina necesidad: variable.
El amor, una constante.”

Junto a la imagen, un paratexto –o el otro texto, el que se refracta desde lo visual, el doble–: un órgano. El estómago ¿Será que el amor encuentra una definición en lo visceral? ¿Lo que nos tensa cada músculo? Cada cual tendrá su respuesta, como dice la autora: “Se lee aquello que está impreso en cada uno.”

   Lo orgánico cobra así relevancia dentro del campo semántico de la obra. La poesía “Casa” está acompañada por una imagen que evoca lo femenino, lo que engendra y da vida, aquello que late. El útero es la casa “grande/con un patio de plantas salvajes/crecían sin parar y no había tiempo de podarlas”.

    Siguiendo las “instrucciones” que inauguran la lectura, el lector puede ver la imagen y significarla antes que el poema. Leer el poema y ponerlo en diálogo con la imagen. Con la poesía “Tiempo”, me permití indagar, primero, en la imagen:

 Este ícono me significó un árbol cercenado, visto desde arriba. Un árbol es la imagen del tiempo. Tantas cortezas sobre cortezas presenciaron las primaveras, los fríos. Para mí, la imagen remite al árbol. Pero el texto sugiere otra cosa:

“Cae la piedra en el río
el agua se abre a su paso
el círculo se replica
en círculos que replican
en agua que borra y traga
la piedra al fondo
queda en el agua el agua
viaja el sonido
en ondas murmura al oído
de quien espera en la orilla
la piedra que ahora regresa.”

Bellísima metáfora, propone una lectura –¿o una escritura?– en la que el agua conmovida por la piedra que ha caído, y sus constantes, amplios círculos, remiten al tiempo. Al paso de la vida. 

    La siguiente poesía en la que me detendré,  alude a un elemento musical. Se introduce, entonces, la tercera disciplina en diálogo. Su nombre es “Poesía”.  Debajo del título, no hay nada. Página en blanco. Silencio ¿Se puede, acaso, definir la poesía? La imagen sugiere la misma pregunta: un pentagrama, con una nota, que indican el mutismo. El silencio, de nuevo. 

   Me permito, para cerrar, evocar un cuarto texto. La poesía se titula “Paciencia”. Al lado de ella, hay una semilla. No citaré el texto poético: cada cual habrá de significarlo. Y, como buenos lectores, habremos de dejar que esas semillas, sembradas sobre una tierra lúdica y cuidada, signifiquen, conmuevan, interroguen. 

    El poder de la palabra es transformar lo  existente o conjurar lo tácito. “Palabras elementales”, como buena dualidad, nos invita a recorrer ambos caminos: el del nombre, primero. El del significado después. O viceversa.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *