Cuando me convocan generosamente (siempre es un acto de generosidad) para hablar de un libro hago lo que hacemos todos y todas. Leo, me dejo ir hacia donde las palabras tiemblan o lastiman. Arden y socavan. Dan todo de sí hasta agotarse. Y es lo que sucede cuando tenemos un buen libro en nuestras manos.

Entonces marco versos, lanzo signos de admiración, escribo nimiedades, pequeños gestos en sordina para no molestar a los versos, acoto, deliro, juego. Cada poema me lleva a una región sonora desconocida. Y me empuja a ciegas. A un vacío que irá haciéndose voz y acomodándose en mis caídas…
Entonces escribo —porque el decir improvisado cuesta y desanima— al dictado del compás que marcan los poemas.
En este caso surge, por momentos, ganas de hablarle al autor, a Alejo González Prandi.
Y esbozo el comienzo de una carta (que quedará trunca):
Querido Alejo: te escribo una carta porque es más simple, es un decir directo y persuasivo. Y porque Lengua de crianza merece leerse desde el corazón. No deja opciones. Al menos para mí. Porque logra lo que pocos libros: emocionarme como si yo acompañara de la mano a ese yo que habla y recorre un tramo fundamental de la vida. Ese yo que habla y nos instala en cada una de las escenas hasta hacernos parte del engranaje que da cuenta de nuestro origen y de nuestra corporalidad. Ese yo que nos va mostrando y nos arrima hasta sentir el aliento de todos y de cada uno de los personajes (el padre, la madre, la casa, los objetos) que esperan, susurran, se mueven y finalmente se desintegran para resurgir en el lenguaje, en esa “lengua de crianza” que será poema.
Un hijo recorre su vida a partir de la relación con su padre. Y alrededor de ese vínculo el mundo se resignifica y se transforma.
A nosotros, quienes leemos, nos propone un viaje por vidas ajenas que se harán propias. Entonces resulta una experiencia de lectura tridimensional, porque se percibe escénica: espacial y sonoramente.
Donde se la toca, la memoria duele, dice el poeta griego Yorgos Seferis.
Lengua de crianza es memoria, es dolor, es atardecer.
Empieza a caer esa última hora de luz. Ese color, esa tibieza triste.
Abrimos Lengua de crianza o la puerta de un teatro. Entramos. Pero no quedaremos en el lugar de los espectadores. Sino que formaremos parte de cada una de las escenas, seremos testigos del poema. Intimidaremos la acción.
El hijo que habla nos toma de la mano y nos lleva a recorrer los pasillos y las sombras de una casa insondable, de una casa de arena y de este modo nos funde con el texto, sus vicios, sus humedades, sus texturas, sus aromas.
Lengua de crianza es memoria, es dolor, es el teatro de un atardecer.
Lengua de crianza se planta a decirnos que la vida es una larga despedida. Nacemos para despedirnos. Morimos para darle fin a esa demolición.
Todo el libro nos sume en la despedida, esa huella que nadie deja porque se la lleva consigo.
Entonces me pregunto si vivir es despedirse.
Una despedida crepuscular o un crepúsculo que se despide del tiempo. Un hijo que se despide de su padre. Un padre que se despide de su hijo. La imposibilidad de despedirnos mientras nos estamos despidiendo.
Lengua de crianza es memoria, es dolor, es atardecer. Y una despedida.
SIETE POEMAS DE LENGUA DE CRIANZA
Alguien dijo que tenía un gran poder: hacerle creer a un mendigo que era un rey y a un rey que era un mendigo Yo lo vi Al sastre lo convenció de que era médico por la forma en que había tratado su cuerpo Al mozo del bar de que era un equilibrista por cómo sostenía la bandeja un hechicero Así fue durante casi toda la vida Con esa lengua me crió Buscaba refugio en el descanso se acostaba en la cama, el sofá en la habitación de sus hijos en el cuartito del fondo exhausto se quitaba los anteojos giraba su enorme cuerpo buscando la posición hasta quedarse dormido Los párpados blancos, más blancos que su piel diluida en la savia del aire Una vez que se aflojaba yo veía cómo era sin hablar Tan hijo suyo más hijo que la sangre Los huesos largos, el cráneo la expresión de estar tendido en los ojales del ocio más aún cuando me pedía que me acostara a su lado a ver películas de cowboys protegido por sus brazos y el aroma de la siesta plegado a mi piel A su muerte debo un cuento a su muy de moda muerte a su espectacularidad a su voz de larga distancia y más allá Eso sí es una muerte una muerte de veras extranjera mexicana Una muerte planeada redonda contra entrega de llaves, auto, casa Una muerte que llama cierra cortinas todo lejana Una muerte en la valija secreta explicada en el cuerpo en el peso rengo el azul pregunta Una muerte después de abrir y cerrar la puerta Una muerte para pensar qué habrá sido de su mirada última a quién veía bajo qué telón solo afuera Acá el único que hace la metamorfosis soy yo me dijo mientras barría, pasaba el trapo, hacía la cena Un día cumplió y se convirtió en Gregario Samsa Fracasé al golpear la puerta de su habitación al igual que mis hermanos para escuchar las mismas palabras encadenadas más cerca del suplicio que de la razón Pero él aprendió el lenguaje de los pájaros a saldar su deuda con la especie a levantar vuelo cercano a las antenas de las terrazas donde anida el invierno Desde esa noche hasta la última comió de nuestra mano Sobre la mesada cosía fuerte el matambre Tiraba del hilo dejándolo hinchado como la fiebre Arriba, sobre dos tablas, un mortero donde antes había pisado el pesto y la sangre Una noche me tragué el hilo para conocer la fuerza secreta de mi padre La escena de una película me devolvió a su muerte a la ceremonia donde no fui Un hijo enterraba a su padre El fuego se lo comía La imagen de un acto común ante el recuerdo que no tuve Atesoro el relato donde cae, mira y desaparece Palabras a las que debo creer: piensa en hacer las compras se levanta abre la puerta se derrumba Pregunté ¿murió solo? y me hablaron de su mirada No conoció mi nueva vida con la mujer que amo ni el hogar dentro la galería, la sombra bajo el toldo esos lugares que podrían haber sido tan suyos en las visitas No conoció los libros hechos a mano los viajes de trabajo mi cuerpo de ahora su vejez No estuvo entre los invitados el día de la boda No hubo más cartas ni el abrazo Me pregunto si vio lo que yo

Alejo González Prandi (Ciudad de Buenos Aires, 1974) es poeta, periodista, codirige la editorial artesanal El Vendedor de Tierra y edita único, un boletín quincenal sobre la actualidad de editoriales de libros artesanales en la Argentina. Es autor de cuatro libros de poesía: Lengua de crianza (El Vendedor de Tierra, 2023); El deslumbre (El Vendedor de Tierra, 2018); No hay medida (Barco Edita, 2012); y El deshoje (Último Reino, 2007).
Poemas suyos fueron publicados en diversas antologías.