Editorial Biblioteca, agosto 2023, 45 pág.
Muchas son las formas de afrontar una catástrofe. Una de esas posibilidades puede consistir simplemente en llamar a las cosas por su nombre y con ese gesto poner al desnudo los vínculos que entablamos con lo acontecido. De ese señalamiento se vale este libro de Gabriel Caggiorna, donde el relato de un siniestro conmocionante (la explosión de un edificio con parte de sus habitantes dentro) se realiza con la pureza de las impresiones que concurren a una boca, de modo tal que el efecto generado en el lector sea el de la pérdida del cobijo que brinda el recubrimiento de la palabra y su consecuente intemperie.
«Si esta ciudad se permitiera callar / aún se escucharían los reproches / bajo los escombros», se nos dice en un poema. Así, sin tapujos ni ornamentos, la voz irá reconstruyendo con las ruinas emocionales el evento y sus efectos. Lo que se nos cuenta, lo que ella se cuenta a sí misma, tendrá la forma del registro y las reflexiones emergentes de su quehacer contra el olvido. El desafío, entonces, no es solo frente al evento, sus responsables, los desentendidos, sino también a una concepción de la literatura en la que, haciéndose eco de algunas de las conclusiones de Adorno en Minima moralia, enrostra la necesidad de suprimir la eficacia de los tropos en determinadas circunstancias: «Si claudica la metáfora / un corazón ya no puede partirse / igual, alguien debe responder / aun por lo indecible».
Sin mayores rodeos, los poemas van sucediéndose como un diario cuya única pretensión es la de hallar eso que genera el shock en quien anota y vive la muerte. En este sentido, antes que con poéticas del desastre como las de Paul Celan o Alberto Szpunberg, Suéter punto garbanzo se emparenta con un texto como En la línea, de Joseph Ponthus. Esta novela, escrita de a retazos durante la experiencia del autor como empleado intim (contratado por agencia, sin estabilidad laboral) de varios frigoríficos, también construye desde la inmediatez del apunte un texto que, lejos de proponérselo, de un momento a otro comienza a producir en el lector una experiencia poética intensa. Lo que le ocurre al narrador de En la línea, también le resulta propio a la voz de estos poemas: la elección inconsciente del verso como medio para poder narrar y obtener de las palabras un grado mínimo de evidencia ante los ojos («Qué va a salir de esta tristeza / más que un poema»). De este modo, de los fragmentos de lo vivido van surgiendo elementos que se tornan significantes y significativos, como lo es el caso del pedacito de revista que aparece de pronto ante los pies con su leyenda suéter punto garbanzo, y a partir de ello, el deseo frontal tejerá con lo nebuloso una trama en la que las manos y los oídos puedan leer lo que los ojos no: «el mismo ruido magnético, / todos fichados y conspirando / en esa reproducción / inexorable // la vida, aquello que así ha de llamarse, / es un cuarto de pollo de vianda / sellado al vacío».
Gabriel Caciorgna (Rosario, 1980). Estudió abogacía y es empleado judicial. Formó parte del proceso de recuperación de la Biblioteca Vigil, organización de la sociedad civil de la que es parte la Editorial Biblioteca. Suéter punto garbanzo es su primer libro.