Reflexiones acerca del poemario La niña de cabellos de lata, de la poeta tucumana Gabriela Agüero.
y la gente en el suelo gritaba: ¿cuándo comienza?
(Wild God, Nick Cave)
y el Dios salvaje dice: comienza con un corazón,
con un corazón, con un corazón, con un corazón
y la gente en el suelo gritaba: ¿cuándo termina?
y el Dios salvaje dice: bueno, depende,
pero en su mayoría nunca termina
porque soy un Dios salvaje volando
y un Dios salvaje nadando
y soy un viejo, un enfermo Dios muriendo
y llorando y cantando
Un nuevo poemario de Gabriela Agüero desafía mi existencia. Le digo a Zaida (su editora) que hace un tiempo doy vueltas alrededor de esta reseña. Ya el primer poemario de Gabriela La Mordedura (también editado por Puerta Roja Ediciones), fue un descubrimiento cuando en una Feria Independiente en Catamarca, lo agarré por impulso como suelo hacer con un libro, lo abrí con sed, leí estos versos: Que busquemos la piel silvestre del otro,/ que las ropas cuelguen en las ramas como frutos / nuevos, y fui quedando prendida, buscando más y subrayando más versos en la mente o en la piel, hasta quedarme con el libro donde anoté, imágenes donde quiero respirar. No por luminosidad, sino por tanta humanidad encarnada en cierta sensatez y crudeza. Esa es la poesía a veces, destructiva y pasional. Volví a Santiago del Estero con el libro de esta hermosa poeta tucumana, a quien tiempo después tuve la suerte de escucharla leer en vivo en un festival organizado por Zaida Kassab y Daniel Ocaranza.
Su segundo poemario La niña de los cabellos de lata (Puerta Roja ediciones, 2023) es un cuerpo mitológico traído de una mujer en guerra, de la resistencia, de la denuncia y, por qué no, del apocalipsis. Y como nos advirtió Zaida Kassab en la presentación del libro, el título conlleva la referencia a la composición musical de Debussy La niña de los cabellos de lino. Lo poco que sé de Gabriela Agüero es que, además de escribir, es profesora de piano.
Quiero advertir al lector/a que quizá no pueda ver ciertas riquezas que existen en este poemario, la simbología, la intertextualidad con otros autores, con el arte en sí, las aventuras musicales; pero me animo al desafío, advirtiéndome a mí misma que el trato aquí con la palabra será apenas o al menos un naufragio errático. Como una vez me dijo una amiga: errale hermana a la vida, errale; y sentí amor en cada uno de sus deseos.
El imaginario poético de Gabriela es tan amplio que cambia; esa metamorfosis de la voz que no vacila en sentirse animal, monstruo, diosa, amante, engendro o pobre criatura. Pero hay un elemento que los une. Una forma de contar las cosas que, a mi sentir, tienen que ver con lo rupturista, lo contrahegemónico, la patada del tablero, la armadura de un mundo al revés. ¿Podríamos decir que este imaginario ―sin proponérselo conscientemente quizás― funda un sustento desde el desorden, desde ese mundo en donde la suciedad y la devastación son zanjas por donde caminamos, por donde deseamos, amamos, e incluso intentamos respirar?.
Se abren preguntas existenciales, con imágenes devastadoras y críticas:
La bestia marina mira el mundo / se acomoda en el trono, / hace frío / y se acurruca en la piel de su víctima.
La bestia marina, una Orca, que acaba de comerse a Dios. Nos habla de la ambición, la desintegración, de cierto mal que nos domina mientras nuestros actos como humanidad siguen avasallando a mujeres, niñxs, creando enemigos y el hambre de la Orca crece. Quizá cuando terminemos de leer algunos poemas, miremos nuestras manos y las veamos sucias y avergonzadas.
Me resulta inevitable citar aquí a la poeta Chantal Maillard, quien escribe: “El ansia. La codicia. Las formas que el Hambre tiene de mantener la vida”. Siguiendo a la autora el hambre es el motor de la vida, y el mundo, no es más que la representación de una violencia primera. Existimos como resultado de esa violencia.
En la lectura del libro dialogué con pintores como Caravaggio, Cezanne, Rombouts, sin saber específicamente si el libro me remitía a ellos, pero deduciendo imágenes, palabras, títulos de poemas, fui viajando por el arte de la pintura y la música. La niña de los cabellos de lata es una canción trágica, odiosa, cómplice y sensata:
La música que escuchas no son castañuelas, / son dientes blancos, / sonoros, / quebrados.
O Esta canción tallada tiene tres patas. / No hay cuna que la arrope, / con agua se calma la pobre.
La canción también es el hambre, el cuerpo con sus deseos truncos, o la historia que perpetuamente duele.
La idea del espectador que mira el cuadro del desastre o una escena erótica está presente en la sensibilidad, en las historias que retratan los poemas, en la voz que narra como si viniera de hombres y mujeres con necesidad de fundar o fertilizar el mundo ya infecto:
nos cosen, cosen / el puerto al mar, / el mar al pelo, / la red al sexo, / el cielo a la boca, / el rezo al vientre. / Eso que somos, / esos peces enredados, / ese caos perplejo, / la seca / muerte de un puerto.
No puedo especificar si existen claves para leer la voz poética que nos propone Gabriela. Lo que si comprendo es que existe una experiencia sensitiva, fantástica, y abrumadora: el resplandor de las comidas, los sentidos corporales en vilo para no perderse el hilo narrativo, los universos que condensan la idea de una víctima y un cazador, un victimario que vive de la frescura de lxs otrxs.
Me animo a decir que quizás los versos que reúnen estas diferentes voces poéticas sean:
Hablar de ti / quejarme de mí / maldecir a ellos. Sentada aquí / no por ti ni por mí / ni por ellos / solo deshecha.
Por las calles de sus ciudades desborda el deseo, la atracción, cierta sensualidad cotidiana que nos persigue. En palabras de la autora:
Y si, / hay poesía / en el movimiento de tus cejas, / en el desespero de la cotidianidad que empapela la piel. / Nos hemos perdido en el espacio más perfecto.
De la lectura y relectura de este poemario, vienen hacia mí muchas preguntas, un estilo quizá en esa apertura hacia la poesía y el diálogo con la interrogación del pensamiento desde la creación del lenguaje. Una de las reflexiones que me rondan es la posibilidad de crear pensamiento crítico a través del pensamiento poético, y como tal un cuerpo o cuerpos autocríticos. Porque si hay algo que logra este poemario es que el/la lector/a, seamos también partícipes del caos, y nuestra presencia se abre en los poemas como si fuéramos capaces de vestirnos para la ocasión, para la época, y tocar con nuestras fuerzas, una parte de la historia. No solo acompañamos la búsqueda del poema, sino que nos convertimos en la puntada necesaria para tirar del hilo que cose y descose las bocas precipitadas.
Me pregunto, ¿podríamos aniquilar las fronteras que aprendimos, las que usamos para ubicarnos en determinado lugar de la vida, y meternos en estos mundos poéticos pisando otros territorios, que nos conviertan en exiliados de esa moral que nos fundó?
Porque como escribe la autora, todo está perfecto y tapado. No lo abras. Pero Gabriela escribe, y nos lleva casi ciegos hacia el hambre.
Gabriela Raquel Agüero nació en 1985 en San Miguel de Tucumán. Profesora de Piano. Diplomada en Gestión y Proyectos Culturales. Docente. Compositora. Arregladora musical. Investigadora. Ha publicado los poemarios La mordedura (Puerta Roja Ediciones, 2021) y La niña de los cabellos de lata (Puerta Roja Ediciones, 2023) .