Número 32

Dentro del campo cultural las olas de calor en el rostro se sienten. Esa devastación puesta en marcha siembra, irónicamente, un desierto pretendido. Como siempre el arte (de qué otra manera podría ser?) resiste, persiste y confronta. De una u otra manera, con fuego o apenas chistando, pero resiste. Dentro de ese campo, el sector editorial de provincia, el más cercano a esta redacción, pelea un combate que no le es desconocido, pero que si ha tomado en este round ribetes de salvajismo. En este round cada segundo cuenta, cada cosa suma. Sabemos, siempre lo supimos, que la intervención del estado en un campo como el editorial en provincias no centrales es vital para la consolidación y la pervivencia de los sellos. El estado, en cualquiera de sus formas (los espacios que con una política clara se oponen a la destrucción sistemática), debe ser un aliado en esta vitalidad, debe ser un puente, no debe ser un agente que haga peso negativo. No puede ser un peaje, un retén de pérdida. Al contrario, debe ser facilitador, visibilizador, colaborador activo desde su espacio de poder; repito, sea el espacio que sea: comunas, municipios, universidad, provincia, etc. La consolidación del campo y la continuidad de los sellos, algo que en algunas regiones siempre ha sido endeble, debe contar con el apoyo asociativo, de la construcción colectiva. Repetimos lo que ya sabemos: el trabajo asociativo es la salida, la construcción colectiva, de conjunto. No hay otra.


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