Soy un poeta orgullosamente regional.

Un poco de la poesía de Reynaldo Castro

Todos teníamos entre veinte y treinta y  pico de años  

¿Cómo surgió la renovación de la poesía en Xuxuy?  
Empezó cuando salimos de la peor dictadura del siglo XX.  
Todos teníamos entre veinte y treinta y pico de años.  
Ernesto, Estela, Álvaro, Pablo, Alejandro,  
Ramiro, Nélida, Jorge y yo.  
Éramos amigos de Raúl Noro, reconocíamos a Néstor Groppa  
–el que firmaba como “ng”, en el suplemento cultural del diario local–  lo valorábamos como un gran poeta y difusor  
de hecho  
casi todos nos conocimos por haber publicado  
nuestros primeros poemas en ese suplemento.  
Una militante, por aquellos días, me dijo:  
“Hay un escritor importante que estuvo en el exilio.  
Vive en Aráoz 642 y tiene una hija desaparecida”.  
Entonces, el exilio, la desaparición y la masacre  
eran temas que me importaban, pero no mucho.  
Lo diré sin vueltas: los ochenta fueron años de orgía cultural.  
Escribíamos con pasión,  
nos leíamos con furia  
y cogíamos sin forros.  
En un encuentro de escritores que organizó la UBA, 
en Tilcara, conocí a Andrés Fidalgo,  
el escritor que había sido defensor de presos políticos  el que estuvo exiliado en Venezuela  
el que –antes del golpe– registró, ponderó y publicó  un panorama de toda la literatura de esta región  (antes de él, había sólo un montón de libros).  
Ese panorama legitimó la existencia de una literatura,  gracias a ese libro nacimos los que la renovamos  los que  
–de una manera u otra–  
sobrevivimos a la dictadura,  
al SIDA  
y también a la década neoliberal que reinó en los noventa.  
Me acuerdo de un poema de Raúl que preguntaba  si una palabra puede cambiar el mundo.  
Ésa era la cuestión: escribir hasta no dar más.  
No lo sabíamos aún:  
lo nuevo venía de las voces que reclamaban justicia,  pero lo intuíamos.  
Ramiro preguntaba si todo se perdía  
como los amigos que, en una noche, se llevaron de sus casas.  Álvaro creaba imágenes poderosas  
como la manzana roja del sueño.  
Ernesto ponía un signo de igualdad poética  
entre la práctica del amor y el trabajo.  
Alejandro afirmaba el amor a la ciudad,  
a la que quería como a una prostituta vieja.  
Estela le hablaba a los borrachitos  
y, además, publicaba el himno generacional: “Ave fénix”.  Nélida reinventaba su infancia. 
Jorge pasaba con sus poses de forastero.  
Pablo planteaba dudas: ¿era un poeta o un narrador? Todos teníamos entre veinte y treinta y pico de años.  
Los noventa nos empujaron a cuidar lo poco que teníamos.  Algunos consolidaron sus profesiones,  
otros quedaron sin trabajos,  
o emigraron.  
Hicimos un poco de periodismo,  
algo de docencia,  
algún taller literario que no daba para vivir.  
Tuvimos hijos,  
nos separamos de nuestras parejas  
hicimos otras  
ya estábamos grandes.  
Casi todos fuimos expulsados de partidos políticos. 
Y cuando estábamos medio perdidos,  
Andrés nos volvió a reunir,  
nos habló, sin pelos en la lengua, de la dictadura, de que su hija Alcira había militado en Montoneros. Además, nos enseñó cómo trabajar con las memorias.  
Pero, como dijo el poeta,  
“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.  
Estela da clases de literatura en Tilcara,  
Ernesto ganó un premio importante que no pudo cobrar  porque la muerte lo encontró sin un peso en el bolsillo.  Jorge escribe teatro. Nélida vive en Córdoba.  Alejandro publica más de lo que escribe.
Álvaro editó –por fin– su primer libro y se brotó.  Ramiro es diputado. Pablo es juez.  
Y yo estoy más o menos peleado con todos.  
Quizás nos queda aún alguna posibilidad  –no como grupo que nunca fuimos  
pero sí como integrantes de una literatura poderosa–:  sumergirnos en una corriente de pensamiento y acción  o construir un ataúd que se llame “Obras completas”.

Elecciones internas  

Si me dan a elegir entre Orlando Barone y Nicanor Parra  elijo la antipoesía.  
Si me dan a elegir entre la historia y la contrahistoria  elijo a Benjamin.  
Si me dan a elegir entre la tradición y la ruptura  
elijo la tradición de la ruptura.  
Y si me das a elegir, nena,  
entre vos y mis ideas,  
¡ay amor!  
elijo a las dos.  
Si me das a elegir  
entre tu cama y un cargo de funcionario en el gobierno provincial  comparto con vos la función del orgasmo.  
Y si tengo que elegir  
entre el placer y tu corazón  
digo que no me interesan las tablas de la anatomía  ni el mostrador del carnicero  
esos espacios donde van a parar todos los órganos sueltos.  Elijo tu cuerpo textual  
deletreo cada uno de tus signos  
y canto  
canto una canción que jamás pude aprender.

La muy puta

ya me pasó otra vez  
yo sólo buscaba sexo droga y rock and roll  pero el pasado que se niega a pasar  
volvió a estar presente  
empezamos hablando de historias de sus cosas  después me contó sobre su departamento  siguió con sus padres  
y, entre lágrimas, me confesó  
que fue recogida de un basural  
que fue criada por un militar y una ama de casa  que la anotaron como hija legítima  
que él fue intendente en la última dictadura  
me habló de una pistola reglamentaria  
y que ella le preguntó si la había usado para matar él respondió que, por cada muerto,  
corresponde una muesca en la empuñadura  y ella nunca quiso mirar el arma  
a veces creo que estoy enfermo de dictadura  que es un karma que nunca me abandona  quizás porque escuché muchas historias  
o porque leí como un adicto sobre esa problemática  aunque después busqué ahogarme en una música dura  y aluciné con placeres prohibidos 
ella siempre salta cuando menos lo espero  ella, la que se niega a pasar  
la dictadura, la muy puta

Metamemoria

Como decía Rimbaud,  
yo era otro.  
No había sufrido  
en carne propia  
a la dictadura,  
pero tenía una vaga memoria  
que fue alimentada por mis amigos.  Ernesto Aguirre, en primer lugar,  y Andrés Fidalgo de manera definitiva.  Mi pertenencia generacional  
–cumplí con el servicio militar obligatorio  justo después de la guerra de Malvinas–  resultó clave para la transmisión  de memorias de la represión dictatorial.  Así, en el cambio de milenio,  
me vi envuelto en una trama de historias  con mujeres memoriosas  
testimonios desgarrantes  
silencios significativos  
libros recuperados  
y un reclamo de justicia  
que venía de tiempos anteriores.  Recordé  
que el escritor más viejo del siglo XX 
había dicho que no se puede caminar  
con tanta memoria suelta.  
Ese recuerdo y el regalo que me hizo una tejedora  me hicieron comprender  
que mi tarea era unir tramas  
como quien teje con hilos rotos  
como quien construye un manto de memorias  
como quien sabe –al fin y al cabo– que las palabras importan  como quien escribe un poema  
con su propia memoria.

Reynaldo Castro (San Pedro de Jujuy, 1962). Es autor de los siguientes libros: Memoria del olvido (poemas, 2005), Tejer con hilos rotos: Notas y entrevistas sobre una cultura de la memoria (2005), Con vida los llevaron: Memorias de madres y familiares de detenidos desaparecidos de San Salvador de Jujuy (2004), El escepticismo militantes: Conversaciones con Ernesto Aguirre (1988), Sin solución de conformidad (poemas, 1987). Además, ha compilado Periodistas: Sin ustedes, el mundo estaría al revés (notas de prensa, 2007) y también ha editado: Encuesta a la literatura jujeña contemporánea (2006), Oficio de aurora (2002) de Alcira Fidalgo y Nueva poesía de Jujuy (1991). En colaboración con otros autores publicó Tecnología discursiva (manual de escritura universitaria, 2007). Fue el editor de la revista de memorias Nadie olvida nada (nº 1: julio de 2004 – nº 7: marzo de 2006). Su última publicación es Xuxuy, libro de poemas con el cual la editorial 500 Armas se lanzó al ruedo. Integra el colectivo editorial Perro Pila, es columnista de El ojo de la tormenta/La Revista y colabora en diversas publicaciones culturales; la mayoría de sus notas están en el blog El norte del sur.

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