El siguiente artículo tiene dos propósitos principales. Primero demostrar cómo uno puede aprender de una película aunque esta no sea su finalidad porque, se quiera o no, toda creación humana es solamente un espejo ornamentado para observarnos sin saber que lo que miramos es nuestro propio reflejo camuflado. Y la segunda razón de este artículo viene como un desafío personal que me hicieron en un sueño reloco en la cual este hermoso servidor no podría llegar a utilizar cinco terminologías latinas en un artículo sobre cine. ¡JA! Ilusus oniricus.
INTRODUCCIÓN OPCIONAL
(si es un lector apurado vaya a los bifes)
Imaginensé que tienen dinero. Hace tiempo ganaron el telekino y ya pasaron los años. Viven en un culto a sí mismos solventado en los mares de dólares que poseen. El humano -para bien y para mal de su destino- es un animal de costumbre por lo cual, tener dinero a esta alturas, ya les parece normal y sin cuestionamientos entre haber sido bendecido por los dioses o condenados por una maldición gitana.
Caminan tranquilos por Manhattan, porque cualquier rico que se precie tiene que tener un depto en New York, porque ahí ocurre todo, lo dicen las películas. Que básicamente son la fuente documental que tomarán los aliens como verdadera cuando nos conquisten. ¿Para que vas a tener millones de dólares si te vas a quedar a vivir en Tucumán que lo único bueno que tiene (además de su servidor) es el sanguche de milanesa? Es invierno y empieza a nevar y ustedes se arropan más en su campera de cuero de tauntaun porque así de exclusiva es la vestimenta que tiene el preciado honor de cubrir ese cuerpo perfumado y suave que ahora vale una caterbada de guita. Los humildes mortales que tienen la suerte de cruzarse con ustedes se les quedan mirando con deseo y maravilla porque, ahora que tienen plata, son hermoses. Sí. Un Tucumane hermose, la guita fabrica milagros y hasta uno casi imposible como este. Porque, digan lo que quieran, pero hay sólo un tucumane hermose y su nombre empieza con Franco y termina con Caraccio. Discutan lo que quieran o resoplen indignados, la ciencia no miente.
La cuestión que van caminando chochos pensando en dos cosas: primero dudan de que el lujo tenga atisbo de vulgaridad como decía Borges, porque ahora que tienen plata aprendieron que Borges dijo eso mucho antes que ese cantante popular del que solo recuerdan que le decían el indio porque ya no es un conocimiento que tenga utilidad alguna. Y segundo. Les viene, con la extrañeza de la nieve, el recuerdo íntimo de las cenizas de los ingenios en Tucumán y hasta extrañan el olor a acá que reina por todo el jardín de la república. Y se preguntan, por un breve momento, cómo es posible que alguien de su linaje y patrimonio pueda extrañar el olor a aca; pero no tienen tiempo de responderse, les dan un semejante chirlo preciosa y precisamente bien puesto que los hace trastabillar y vuelve a ustedes su naturaleza tucumana de –¡Eh cajeta que pingo hace ura culiao! Mientras se soban. Y se dan cuenta de que el hacedor del chirlo es el mismísimo Bill Murray que los mira sonriente y que en un inglés fluidamente neoyorquino les grita ¡Nadie te va a creer jamás! Y huye corriendo para perderse en el horizonte multitudinario de esa ciudad extraña y sin olor a aca.
¿A qué viene semejante delirio introductorio? Se preguntará el aturdido lector. Pues a que en toda esta caleidoscópica historia hay una sola verdad, (of corse, sacando el aroma de la ecuación) y lamentablemente -para ustedes- no es la victoria personal sobre el deseo eterno del telekino, sino la anécdota del chirlo del actor mundialmente conocido como Bill Murray. Algo que hace normalmente a cualquier ciudadano del mundo random que encuentra por Nueva York. Esta pincelada de personalidad, sumado al hecho de que el chabón no tiene un agente sino sólo un número personal donde uno lo llama para enviarle algún guión, hacen de Bill Murray uno de mis actores preferidos. Sí, no es un semidios como Keanu Reeves, sino un simple mortal que no se olvida de su humanidad y se la hace recordar a la gente con la cual trabaja constantemente. A don Bill tuve la suerte de conocerlo en una peli que me marcó para siempre y es la razón de los ríos de teclas de este artículo, por lo cual ahora si vamos a
LOS BIFES
(si sigue apurado, vaya a la moraleja)
Groundhog Day (1993) o El Día de la Marmota -como se lo conoció por estos pagos ajenos al señor-, es una de las películas que más veces ví en mi vida y una de mis preferidas por varias razones, incluida entre estas, Don Bill Murray. Y hay que advertir que desde aquí hasta el final de esta defensa -que nadie pidió- sobre un film tan viejo como la injusticia, va a estar repleto de espoilers (qué buen nombre para un perro) que arruinarán a cualquier casto e ingenuo lector que no haya acariciado las mieles de esta película, lo cual no impide su disfrute a posteriori.
Lo primero que hay que reconocer sobre Groundhog Day es su perfecta armonía entre ser un producto de entretenimiento dinámico (comedia romántica bien llevada) y una exposición de hipótesis existenciales que la relacionan con conceptos religiosos en su profundidad. Todo esto en un guión tan bien escrito que casi se pierde entre el entretenimiento y la trama. Es como encontrar un caramelo en un papel brilloso, colorido y pulcro; abrirlo y que dentro haya un plato de locro. Lo de afuera no hace justicia a lo brillante del interior. Y para los que no entiendan las comparaciones culinarias porque fallaron como gordo que se respeta, se podría decir que es como un centenial que ve jugar a Messi y sabe que es groso pero nunca va experimentar de primera mano la épica Maradoniana. Los dos campos están recontra bien pero uno es mucho mejor.
Como dijo Charly en algún momento, un genio roba pero lo disfraza de tal manera que no se dan cuenta del hurto. Yo voy a hacer algo parecido sobre el argumento de esta película del cual se habló mucho, pero -a diferencia de Charly- solo soy un genio en pausa y, sobre todo, pajero para esforzarme en construir un disfraz así que directamente afano sin vergüenza:
En la película, Murray interpreta a Phil Connors, un arrogante y cascarrabias hombre del tiempo que es enviado junto a su equipo de televisión, por cuarta vez, para cubrir el festival en Punxsutawney. Pero Phil se verá obligado a repetir una y otra vez ese 2 de febrero en un ciclo infinito sin que el suicidio, las oraciones o los psicólogos puedan remediarlo. Pero todo es en vano. Cada día a las 6 de la mañana se despierta en la misma cama del mismo hotel con la radio en la mesilla emitiendo la misma canción, recordando a todo el mundo que hoy es, una vez más, el Día de la Marmota. Solo cuando muchos, muchos días después Phil aprende a ser humilde, empático y comprensivo es que consigue la redención y logra romper su círculo vicioso.
Superficialmente la película está resumida en estos dos párrafos anteriores. Pero simbólicamente se la puede interpretar con el karma budista o el purgatorio cristiano. Personalmente yo lo voy a clasificar dentro de la mirada estoica de la vida, que -junto con el confucionismo- son las dos corrientes de pensamiento que uso como brújula moral. Porsupollo que estos conceptos los aprendí mucho después de haber sacado las conclusiones a exponer sobre esta película. Me pasó lo mismo que con mi potencial indigencia. Yo era sucio, desinteresado y al borde de la locura mucho antes de conocer el concepto de indigente.
Para empezar podemos decir que la historia de la película tiene etapas donde el personaje principal es lo único que no es estático en todo el film. Los personajes y el pueblo en sí quedan en un bucle temporal que solo se modifica en reacciones inducidas por la evolución de nuestro protagonista. Phil es Sísifo y todo lo que lo rodea representa esa piedra del orto que tiene que subir infinitamente.
Hagamos de cuenta entonces que cada uno de nosotros es protagonista de su propia existencia. Ahora imaginemos que todos nuestros días parecen ser el mismo día de mierda: despertar, trabajar, descansar; despertar, trabajar, descansar. Los mismos deberes y quehaceres ad infinitum para que todos los días parezcan el mismo puto día y todo esto acentuado con la fakin pandemia. Si tan sólo el español tuviese una palabra para esa situación. Una palabra que -casualmente- se parezca a la palabra “ruina”. Sí sí, adivinaron: RUTINA.
Ergo, mediante un rebuscado silogismo griego, todos somos Phil. Veamos las etapas de nuestro protagonista para enfrentar su rutinaria existencia. El primer Phil del comienzo de la película es un ser egocéntrico y mezquino. Solo piensa en él y unicamente contempla lo externo a su persona cuando lo afecta a él. Nada tiene importancia más que su persona. Si les hace acordar a alguien, nos hagamos los boludos.
Primera Etapa: Todo es una broma
Nuestro protagonista transcurre sus primeras repeticiones como una broma que no logra entender. Cree que algo raro le está pasando y habla sobre el deja vu. Rompe un lápiz que deja sobre la mesa de luz para comprobar al otro día que el lápiz no está sobre la mesa de luz y no está siquiera roto (inteligente y sagaz como el narrador de este trabajo). Le exige a Rita (la protagonista femenina y su productora) que resuelva su condición como un niño caprichoso que no se hace cargo de situaciones que no entiende. Intenta escapar del lugar pero una tormenta de nieve se lo impide. Trata de mirar los hechos de una manera lógica, lo ve un médico y un psiquiatra. Nada impide que Phil se despierte en el mismo día.
Segunda Etapa: No hay consecuencias si no hay mañana
Como todos en situaciones que nos sobrepasan, Phil, comienza a beber con otros borrachines que le aconsejan cómo tiene que ser. “Chabón aprovechá, no hay consecuencias en ninguno de tus actos”. Así nuestro Phil se pierde en el mundo en el cual todos quisiéramos vivir para siempre pero no podemos. El de los pecados capitales. Usa en mayor medida tres de los siete como nosotros también lo haríamos. La avaricia para permitirse cualquier bien material que lo distraiga, la gula comiendo y fumando en constante placer porque no hay mañana, y la mejor de todas y la que reina en nuestro cuerpo: La hermosa y tentadora lujuria. Phil usa su ventaja temporal para conocer bíblicamente (eufemismo que uso para no decir “hacer el delicioso”) a las mujeres que le interesan en el pueblo. Rita le advierte con una frase de Walter Scott que todos deberíamos tener tejida en nuestra almohada:
“El infeliz concentrado en sí mismo viviendo perderá su humanismo, y doblemente muriendo quedará sufriendo, volverá a la mísera tierra de la que surgiera, sin oír llantos, ni alabanzas, ni cantos.”
Tercera Etapa: No hay evasión permanente
Luego de intentar por millones de medios encamarse con Rita (la cual no es un personaje de carne y hueso sino la representación de una idea) pero sin tener éxito nunca -porque al final de cuentas seguimos siendo los mismos protagonistas pelotudos de nuestras vidas- Phil cae en la tan esquivada e inevitable depresión. No puede seguir distraído de que su vida se repite en un bucle constante del cual no puede escapar (básicamente como nuestras vidas pero con menos llantos y lamentaciones).
Si la depresión de tener que enfrentar la realidad sin sentido fuese un perro, el pesimismo sería su cola moviéndose constantemente dándonos la bienvenida al tentador suicidio. Nuestro Phil lo hace de diferentes maneras con el único resultado de volver a despertarse en el mismo día siempre.
Cuarta Etapa: El renacer
Muchos de nosotros quedamos en las dos etapas anteriores. Ya sea perdides en un mar de carne y goce -si tenemos suerte- o estáticos con la mirada distraída sin saber cómo salir del pozo sin sentido en el que estamos. Nuestro protagonista, a pesar de que es inmortal en el bucle, entiende la inevitable visita de la encapuchada guadañuda al no poder evitar la muerte del anciano que vive en la calle. Lo que los estoicos llaman memento mori, vivir sabiendo que vamos a morir en cualquier momento. Phil comienza a preocuparse por los demás, ya los conoce de tal manera que logra entenderlos y se preocupa por ellos. Con este conocimiento viene algo esencial, una palabra tan repetida que uno le quita la importancia que tiene, pero que es esencial para mejorar la propia existencia. La empatía.
Quinta Etapa: La redención, el nirvana, el cielo o la ataraxia
Phil comienza a leer. Aprovechar el silencio. Contempla lo que antes le era indiferente o invisible. Escucha un piano sonar en la radio y comienza a estudiar piano. Se hace experto en esculturas de hielo. Su elocuencia se desarrolla y fortalece hasta emocionar a todos cuando hace su cíclica noticia sobre el día de la marmota. Puede transmitir ideas profundas y complejas. El mundo ya no gira en torno a él sino que él es responsable y una parte importante de que la vida del pueblo que habita constantemente sea mejor. Nuestro protagonista llegó a lo que los estoicos llaman amor fati (¡5 de 5!. Dedicado a vos mi estúpido y sensual yo onírico) Aceptar las cosas que no podemos cambiar y enfocarnos en cambiar las cosas que están a nuestro alcance.
Gracias a esta metamorfosis, lenta y dolorosa, Phil -al fin- llega al final de su invierno. Rita lo quiere y lo elige. Mágicamente como en un cuento de hadas retorcido escapa de su penitencia. Se sorprende al salir del bucle porque hacía tiempo que había dejado de pensar en él. Al fin es 3 de febrero.
MORALEJA
(si continúa apurado lea el resumen del artículo en la última frase del mismo)
Según los cálculos que realizó algún matemático obsesivo compulsivo, Phil tardó 33 años en salir del bucle. O sea vivió el 2 de febrero aproximadamente 12.045 veces. Nosotros no tenemos ese tiempo lamentablemente. Solo nos queda la intuición y el muy poco eficaz método científico de la prueba y error. Quizás estar en un constante modo aprendizaje también sirva bastante. No habló de tomar consejos porque los consejos están hechos para no seguirlos sino aprender de los demás, tratar de no fallar donde ellos lo hicieron y avanzar, avanzar como un buey testarudo con una sonrisa gigante hacia la inevitable muerte, haciendo de nosotros la mejor versión posible.
A modo de cierre solo decir que existe una leyenda urbana que sostiene que solo los borrachos y los niños dicen la verdad así que es muy probable que el siguiente mantra lo haya dicho algún changuito borracho cuando pidió
“…serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.”