Guillermo Coda, En la forma del mar
La gran Nilson, abril 2022, 74 pág.
La construcción de una voz para sentir pareciera ser el norte de este segundo libro de Guillermo Coda. La literatura, ese más allá verbal que dice lo que el lenguaje no dice o no puede decir, si bien se encuentra hecha por la voz, también le permite a esta constituirse dentro de un universo, abrevar en él. Es así que los poemas de En la forma del mar se alimentan de la imaginación literaria para trazar en ellos una emotividad rememorante en parte y en parte simultánea, tanto para la voz del poeta como para el cuerpo del lector.
En una música de peso grave marcada por la aliteración y el encabalgamiento, y con una configuración sintáctica a puertas cerradas con la letra escrita, lo enunciado se encauza en el ritmo «como el colibrí sobre las flores, sin tocarlo, / al pensamiento que fluye, debajo, caudaloso / como un río de barro y agua mansa / que igual se lo ha llevado todo». Esta es la vía por la que se accede a lo sensible. Cada poema se presenta como una partitura; las notas, muertas sobre la hoja, no son nada sino hasta que se las hace sonar. El sentido se dibuja en la ejecución del verso. No puede ser absorbido por los ojos, ni abstraído por la idea. La anécdota, por más explícita que se presente, se quiebra si se la desprende del empuje de la estrofa hacia el remate.
Así se abordan y se incorporan situaciones extremas, como la pérdida, la renuncia y la resignación. Para ello es que la voz apela a lo leído. Sin el poema, la sensación verdadera quedaría en el camino, por carencia de organum: «Disperso en una casta de cosas y fachadas, / disipado del yugo radical de mi progenie, / el mundo se quedó de pronto mudo / cuando una mujer a la que amo extrañamente / lloró en mis brazos sobre una tumba chiquita». Esa dispersión y esa disipación, que el verso coloca frente a los ojos, enmarcan precisamente aquello que el poema viene a contrarrestar.
El tesoro literario, entonces, permite que la voz combine la herencia en clave íntima y el poeta sea «de la idea de que todo / declina suavemente / como el sol hacia el violeta». En ella la tradición no se recluye, sino que permite que el tono frágil entre en la entonación ya oída. En «Ciudad», un yo de alma rural se para ante la inmensa criatura urbana y susurra lo que no podría conocer de otra manera sino cantando: «te amaba, sobre todo, en la pulverización de los ángeles». Lo celeste derruido deviene el sendero que la voz debe tomar para carcomer el legado que ocluye, y en cada estrofa el acervo se agrieta y aflora la candidez de la «voz tronante con su copla dulce». Rememorante y simultáneo, como decíamos, suena En la forma del mar. Toda articulación obedece a esa necesidad de sentir el pasado y el ahora. El aliento porta esa concurrencia y la esparce tanto en el cuerpo propio como en el ajeno, en el padre y en el hijo, en la abuela y en el nieto, en la familia y el individuo, en la metrópoli y el habitante, en el amante y el amado. «Ardías, / a salvo de nuestra brevedad / en toda la extensión de tu inocencia». ¿Quién podría asegurar que ese tú le pertenece a un solo destinatario? El norte del sentir vibra en muchas dimensiones, dentro del poeta y de su lengua, pero también afuera, y su aguja se ofrece a guiarnos mientras dice «canta, niño, canta incluso / cuando empareje el tedio de las cabezas bajas».
Guillermo Coda nació en Casilda, provincia de Santa Fe, el 2 de octubre de 1977. Cursó estudios secundarios en esa ciudad. En 1997 se trasladó a Rosario, donde reside desde entonces, y donde cursó y completó estudios universitarios de Derecho en la UNR. Ha participado en numerosos ciclos y eventos de poesía. Ha publicado los libros de poemas: “Germinal”; Ed: Alción Editora; 2008; y “En la forma del mar”; Ed. La Gran Nilson; 2022.-