Río muerto (Puerta Roja ediciones, 2024), es un libro de cuentos situados en el territorio de Santiago del Estero, y en los dramas históricos que lo atraviesan.

El libro se presenta con un “Brindis” que deja sin aliento al lector menos desprevenido y se va escurriendo vertiginoso, tras los ojos de quien lo recorre y saborea. Al libro lo atraviesa el calor, el agua y la sed: en un vaso fresco que se comparte para animar una conversación de vecinos, en una «sed saciada hasta la entraña», o cuando en el cuerpo de una mujer en carnaval, estallan las bombuchas como pedradas, también en el agua del aljibe como un oráculo. Inalcanzable, lejano, escurridizo, «el abismo de un estanque hecho de memorias». Las historias van germinando el salitre, bajo un pensamiento que transpira. No se desconoce que aún hoy existen lugares del Santiago profundo a donde el agua escasea, y es sabido que la llegada de un tanque cisterna en parajes lejanos, se convierte muchas veces en una variable decisiva de la que depende la vida de una familia y de sus animales.
Hay giros precisos de lirismo, y milimétricas operaciones en la descripción de las escenas. En el silabeo sentencioso de un médico en un neuropsiquiátrico «lo-co» una pronunciación empapada en un ruidoso trago de soda. Necesariamente también hay alcohol y mucha sal de maní en la mesa de un interlocutor urbano. «Más que de alimentos parece que hablo de una geografía», reflexiona el personaje principal de “Una pinta”.
El libro aborda desde las historias cotidianas, los recurrentes caminos del monte a la ciudad, y viceversa. Lo que se sepulta, lo que germina y lo que se desentierra en los ires y venires de quienes son “tierra que anda” como diría Atahualpa Yupanqui. Los nuevos puntos de partida que se tejen en el barullo de un colectivo que viaja con el chamamé a todo volumen, y el nido de pájaros que aparece en una ventana de la ciudad para alumbrar el desarraigo. Resurgen y dialogan las voces que habitan en los desterrados: «Mi abuela decía que, si nos hubiéramos quedado en el campo, esto no pasaría.» Con precisión aparecen en el devenir de la lectura los elementos narrativos que cambian el curso de las historias, pero no siempre la vida de sus personajes.
Ezequiel Alvarez tiene dos poemarios publicados que preceden a esta publicación y son importantes para pensar este libro, “Espinas y Espejos” (Pensar Santiago, 2020) y “Escalpelo” (Halley ediciones, 2023). Su poesía abreva en los cuentos, y se entreteje en tramas que se inician por ejemplo en el empeño de una mujer que cubre el cemento de su vivienda social con barro, buscando que recupere rasgos del rancho y de monte, o con palabras que tienen coordenadas de otros lenguajes «endenante», «pedacear». Hay un registro coloquial potente en algunos personajes. Desconocidas son las palabras para explicar lo que por momentos se torna inexplicable en las feroces resistencias.
En el cuento “Reir” describe la risa de un campesino que se desangra ante el cartel de la propiedad privada, el final es un sacudón certero, porqué como dijo el poeta Juan Gelman «no se trata de luchar hasta morir, sino hasta vencer». El autor profundiza desde lo vital las luchas por el territorio, se mete en los cuerpos de quienes caminan con la historia y muchas veces no son narrados por los historiadores. Me emocionó el regreso de un santiagueño de Buenos aires a Santiago para verse reflejado en una tortilla. Inesperado y fantástico lo sucedido, como el agua que comienza a caer en otro cuento, adentro de un portarretrato de historias truncas. «Al fondo, la lluvia limpia la tierra y la erosiona, la va puliendo». Es que también recordar puede ser una de las herramientas más sofisticadas para olvidar.
El cuento que da nombre al libro describe un puente metálico que está tendido sobre un río muerto y las pocas conversaciones del pueblo, circunstanciales y obligadas giran en torno a sí “vendrá la lluvia o no vendrá”. O como decía Homero Manzi “vendrá el olvido o no vendrá”. Dos mujeres con retraso madurativo escapan de esa vida quieta. Pero antes se ríen y se entienden a la vera del desolado paisaje.
Si uno lee con atención puede seguir el mapa de influencias del autor, su formación, la mirada sagaz sobre lo cotidiano fantástico, su Arguedas, su Scorza se le cuelan por los párrafos y nos deleitan. La admiración por Borges, la lectura de los textos sagrados y de los rusos son los mojones que nos ayudan a comprender el territorio donde el autor está a gusto y en buena hora.
Las resistencias, las venganzas, el amor y el odio, las luchas, las injusticias, el sexo, el abandono, se entremezclan y confluyen armónicamente. Decía Liliana Bodoc que Nezahualcóyotl, uno de los poetas aztecas “De la flor y el canto” aseguraba que para el artista era indispensable mentir para decir la verdad. Lo decía así: “El artista, el alfarero muestra el verdadero rostro de la tierra porque le enseña a mentir al barro”. Rio muerto es un libro hecho con barro. El barro que se enciende, con la lluvia, con el sudor, con el llanto, y la sangre derramada. Con espinas, puñaladas y espejos. El barro que apacigua la tierra para agitar la sed verdadera.