Lo trágico de la vejez en La respiración cavernaria

Se entra en la vejez cuando se tiene la impresión
de ocupar cada vez menos lugar en el mundo.

José Saramago

Samanta Schweblin, con tan solo cuarenta y tres  años cuenta con un listado de renombrados premios, entre ellos: Primer premio del Fondo Nacional de las Artes (2001) con El núcleo del disturbio; Primer premio del Concurso Nacional Haroldo Conti, por el cuento “Hacia la alegre civilización de la capital”; Premio Juan Rulfo (2012) con el cuento “Un hombre sin suerte”.

En Siete casas vacías (2015) la autora nos hace transitar por terrores cotidianos, de la vida diaria y expone aquellos miedos y traumas que cargamos y que muchas veces están ligados a la realidad de un otro. Saca provecho de aquellas situaciones que ocurren en toda familia pero que se deciden mantener en la oscuridad: “La familia es el lugar inicial del drama del ser humano” (Schweblin, BBC Mundo, 2015). Este libro  incluye la nouvelle La respiración cavernaria”, que será objeto de análisis en este trabajo. El texto relata la vida de una pareja de personas mayores que conviven embriagados en rutina y atravesados por dos duras realidades: la enfermedad de Lola y una tragedia familiar a la que iremos accediendo conforme avancemos en la lectura.

Simone de Beauvoir escritora, profesora y filosofa francesa que alzó la bandera de los derechos humanos, constituye dentro del feminismo uno de los pilares más aguerridos de la historia. Entre sus ensayos filosóficos, destaco La vejez (1970), summa theologica que comprende todo lo que pueda decirse sobre la vejez, puesto que tiene relación directa con la línea temática de este trabajo.

Al abordar el ensayo de De Beauvoir sobre la vejez, anticipamos el estigma que carga la mujer ante el paso del tiempo. La inexorabilidad del tiempo deja aquello inhábil, por lo que la mujer es descartada como inútil, “…solo interesa el ser humano en la medida en que rinde. Después se lo desecha… “(De Beauvoir, 1970: 206). De esta manera, la autora dirá que la vejez es vista como improductividad, por cuanto las personas ya no cumplen con las aptitudes físicas y mentales que el sistema capitalista demanda. Del mismo modo, el anciano queda relegado de sus actividades, debatiendo su identidad entre el “viejo sabio” y “el viejo loco”. La autora sentenciará que los ancianos “o por su virtud, o por su abyección se sitúan por fuera de la humanidad.” (De Beauvoir, 1970: 208).

Por lo tanto, intentará que la sociedad reflexione la percepción que se tiene de esta franja etaria, arribando hacia la búsqueda de la dignidad que les corresponde como seres humanos. Hablamos, en este caso, de una denuncia hacia la cultura del descarte, una cultura que trata a los ancianos como parias. Bien sabemos que una de las luchas más inquebrantables que existen es alumbrar la posibilidad de que un anciano acceda a una vida digna, respaldado por un Estado responsable. Pero esto no ocurre. Si nos remontamos a las diversas reglamentaciones de la ley de reforma previsional, advertimos los reajustes apretados hacia las jubilaciones. En un país que apenas puede sobrevivir a una economía baleada y altamente inflacionaria, los ancianos no acceden a una vida digna. De allí que tengamos situaciones como estas:

La sometieron a análisis y exámenes, nunca le preguntaron su opinión. Se acercaban con sus planillas y sus explicaciones, falsamente solícitos, abusando de su tiempo y de su paciencia, facturando con habilidad la mayor cantidad posible de atenciones médicas. Ella sabía cómo funcionaban esas cosas, pero entonces no tenía voz ni voto, y todo dependía de él, de su ingenuidad y su obsecuencia.

(Schweblin, 2015:57)

Como se puede observar, el contenido de la cita nos acerca y nos encamina hacia las razones  por las cuales nos resulta trágico el paso del tiempo en el contexto de una modernidad líquida, como dijo alguna vez Bauman. La vejez es un duro estigma y su contracara más concluyente son las enfermedades que la asechan desde las sombras. En el caso de Lola, ella padece alzhéimer, y lo paradójico aquí es que es lo único que no olvida. Su vida es una tragedia constante donde la lista eliminatoria comprende el único soporte sólido de su vida y el suero analgésico ante la desazón:

Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse. Lo que sí podía hacer, en cambio, era organizarlo todo en esa dirección, aminorar su propia vida, reducir su espacio hasta eliminarlo por completo. De eso se trataba la lista, de eso y de mantenerse focalizada en lo importante. Recurría a ella cuando se dispersaba, cuando algo la alteraba o la distraía y olvidaba qué era lo que estaba haciendo. Era una lista breve:

Clasificarlo todo.

Donar lo prescindible.

Embalar lo importante.

Concentrarse en la muerte.

Si él se entromete, ignorarlo.

(Schweblin, 2015:45)

Pero ¿qué entendemos por trágico? La acepción más generalizada señala que es un suceso que trae consigo mismo consecuencias fatales, las cuales desembocan en un gran dolor o sufrimiento. Lo trágico de la ancianidad comienza en la pérdida paulatina de la autonomía como ser. La alienación toma partida y el sujeto pierde su esencia, no es dueño de sí mismo, ni responsable de sus actos o pensamientos. Samanta dirá en una entrevista: 

“Cuando uno educa, prepara a alguien para la vida y trata de formarlo, inevitablemente también lo está deformando. Le está transmitiendo todos sus prejuicios, mandatos y sin embargo se hace con mucho amor. Eso para mí es una tragedia.”

(BBC Mundo, 2015)

Lista de acciones vs. Lista eliminatoria 

Lola quiere morir y no logra que eso ocurra, pareciera que la muerte no quiere tomar las riendas, así que lo más redituable es embalar todo lo de la casa en cajas, donar todo lo que no sea imprescindible, desligarse de lo material. Esto equivale a dos cosas: por un lado, embalarse a sí misma, guardar en cajas pedazos de su persona, pedazos de la vida pasada y pedazos del presente; y, por otro lado, la necesidad de sentirse útil mientras está con vida. La protagonista del relato aminora su propia vida y reduce todo el espacio hasta lograr eliminarlo por completo. Ahora bien, aquel a quien debe ignorar es su esposo desde hace 57 años, alguien que para ella se volvió un total desconocido, el compañero con quien perdió un hijo y quien entiende mejor que nadie la afección psicológica que la consume. Este hombre queda relegado a un segundo lugar, puesto que para ella es solo una herramienta para lograr sus cometidos. Ya no queda amor, sino solo la costumbre de vivir. Podemos pensar, entonces, que Lola transfiere su padecimiento a otros:

– Sería bueno que hiciera una lista – le dijo una vez el médico. […]

Le hablaban como si fuera una estúpida porque ninguno de los dos era lo suficientemente hombre para decirle que se estaba muriendo. […] Era algo que él se merecía: con su muerte él vislumbraría lo importante que ella había sido para él, los años que ella había estado a su servicio.

(Schweblin, 2015:74)

Lo trágico y lo siniestro, dos caras de una misma moneda    

Dentro del espectro de lo trágico deviene lo siniestro. En el año 1919, el psicoanalista Sigmund Freud escribió acerca de lo siniestro, delimitando su concepto a aquella suerte de espanto que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás:

La voz alemana «unheimlich» es, sin duda, el antónimo de «heimlich» y de «heimisch» (íntimo, secreto, y familiar, hogareño, doméstico), imponiéndose en consecuencia la deducción de que lo siniestro causa espanto precisamente porque no es conocido, familiar. Pero, naturalmente, no todo lo que es nuevo e insólito es por ello espantoso, de modo que aquella relación no es reversible. Cuanto se puede afirmar es que lo novedoso se torna fácilmente espantoso y siniestro; pero sólo algunas cosas novedosas son espantosas; de ningún modo lo son todas. Es menester que a lo nuevo y desacostumbrado se agregue algo para convertirlo en siniestro.

  (Freud, S. 1919:30)

Ahora bien, podemos preguntarnos bajo qué condiciones las situaciones familiares pueden tornarse siniestras, espantosas. Por ejemplo, en lo inexorable del paso del tiempo, que día a día repite, casi de manera cinematográfica, el padecimiento de Lola; en la paradoja de perder progresivamente la memoria pero no perder conciencia de la enfermedad; en el hijo muerto que reaparece como un fantasma en el cuerpo del niño vecino, que podría ser su hijo pero no lo es:

A veces él compraba chocolatada, venia en polvo para preparar con leche, como la que tomaba su hijo antes de enfermarse. El hijo que habían tenido no había llegado a pasar la altura de las alacenas. Había muerto mucho antes. A pesar de todo lo que se puede dar y perder por un hijo, a pesar del mundo y de todo lo que hay sobre el mundo, a pesar de que ella tiró de la alacena las copas de cristal y las pisó descalza, y ensució todo hasta el baño, y del baño a la cocina, y de la cocina al baño, y así hasta que él llegó y logró calmarla. Desde entonces él compraba la caja más chica de chocolatada (…) No estaba en las listas, pero era el único producto sobre el que no hacia comentarios. Guardaba la caja en la alacena superior, detrás de la sal y las especias. Era cuando descubría que la caja que había guardado un mes atrás ya no estaba. Nunca lo veía usar la chocolatada en polvo, en realidad, no sabía cómo terminaba acabándose, pero era un tema sobre el cual prefería no preguntar.

(Schweblin, 2015:48)

El conjunto de estos factores establecen lo siniestro en la vida de Lola. El alzhéimer logra la enajenación de los sujetos, el hastío es cada vez más pronunciado; les resulta difícil sustraerse de la tentación del olvido; se hace cada vez más conflictivo vivir en el terreno de nadie que constituye el límite entre el hecho sin nombre y el reclamo de la palabra. O bien, entre el olvido y la memoria. Su enfermedad es un ciclo siniestro en el que la protagonista se ve aprisionada. La memoria es, sin dudas, el motor de la máquina, aquella que se encarga de configurar nuestra existencia dentro del cosmos, nos muestra cómo sentimos y qué repercusión tiene ello en la vida misma. A su vez, es caprichosa, porque es inteligentemente selectiva, en tanto funciona muchas veces como un mecanismo de defensa. 

Lo reiterativo de las acciones le sirve a la protagonista para intentar revertir la pérdida de su memoria y mantenerse activa. Pero ¿qué es perder la memoria? Perder algo físico y también espiritual, la contracara del control. La pérdida de la memoria es también configurar la identidad desde otro lugar, constituirse como otro ser. Esta nos permite dibujar nuestra biografía, nos otorga la posibilidad de ser sujetos individuales con historias personales, delimitando un campo privado e íntimo. En esta historia intervienen sujetos próximos al yo, vinculados emocionalmente gracias al recuerdo. Habiéndose vuelto una mujer autoritaria busca incesante tener el control sobre todo lo que la rodea, control sobre las acciones de su marido, sobre la casa, sobre su respiración cavernaria:

Si caminaba a oscuras en la noche, de la cama al baño y del baño a la cama, el sonido le parecía el de un ser ancestral respirándole en la nuca. Nacía en las profundidades de sus pulmones y era el resultado de una necesidad física inevitable. Para disimularlo, Lola sumaba a la exhalación un silbido nostálgico, una melodía entre amarga y resignada que había ido asentándose poco a poco en ella.

(Schweblin, 2015:27)

La vejez se interpone en la vivencia absoluta de las cosas, la existencia está pero la experiencia ya no es la misma. La vejez pensada altera, disturba la conciencia de la realidad, que percibimos habitualmente como algo que tiene sentido y que tiene un orden “lógico” o de causa y efecto. Con la conciencia de la muerte, lo que creemos certero se destruye, las formas se desdibujan por el hecho de desconocer lo que ocurre después de la vida. La muerte siempre ha sido un enigma. Podemos pensar que Lola atraviesa un problema existencial en el que ya no se siente parte del mundo y necesita retirarse para apaciguar esos dolores internos:

La vejez es la parodia de la vida, mientras que la muerte transforma la vida en destino: en cierto modo, la conserva, dándole la dimensión absoluta. La muerte acaba con el tiempo.

(De Beauvoir, 1970:343)

Callar dolores enferma el cuerpo; somatizamos todo aquello que perturba la cabeza, ¿Es posible pensar que Lola silenciaba una imperturbabilidad que la devoraba lentamente y que se manifesta en su respiración cavernaria? Esta surge de lo más interno de su cuerpo, con un silbido intenso que la persigue en cada paso que da, como recordatorio de aquel padecimiento; como un reloj que resta tiempo segundo a segundo, inhalación a exhalación. De este modo, podemos concluir que la respiración de Lola es uno de los síntomas de lo siniestro. 

“Así que se acordó de la chocolatada, y se vio comiéndola a oscuras en la cocina, a cucharadas. Había sido ella todo este tiempo? ¿Sería posible? ¿Él lo sabría? ¿Dónde estaba él? […] Sonó otra vez, oscura y pesada dentro de ella. Era su respiración cavernaria, un gran monstruo prehistórico golpeándola dolorosamente desde el centro de su cuerpo.”.

(Schweblin 2015:48)

Su respiración es tan siniestra como la nulidad del ser ante lo que no quiere ver: el problema que mella en su cuerpo. De esta manera, la autora compara, deliberadamente, la respiración de Lola con un monstruo. Este término proviene del latín, derivado del verbo monere, que significa advertir. Por esta razón, su respiración cavernaria es el aviso o la advertencia de que algo ocurre, algo que genera ruido en la cotidianeidad, algo que se arrastra sin resolver. Los papeles con notas informativas, la lista de acciones, los dibujos, la soledad que socaba sus huesos, la vejez que navega rápido por su sangre, todo su mundo transmuta a una especie de caja de resonancia. De allí, emerge intensa y oscura la respiración de Lola. En definitiva, debe armar el rompecabezas de su vida para dar por finalizada la cadena de hechos siniestros que con ella remolca. Esta idea se vincula a lo expuesto por De Beauvoir, ya que señala que la ancianidad se sitúa externamente a lo humano. Lo monstruoso es un estado fuera de lo que una sociedad considera “normal”, por consiguiente, está excluido del sistema. Es por esto que la vejez en las sociedades modernas es considerada una monstruosidad, un síntoma que debe ser tratado y, en lo posible, extirpado. Así, constantemente nos encontramos con adultos que necesitan un acompañamiento psicológico que les permita sobrellevar el paso del tiempo y los inevitables cambios físicos. Si nos sumergimos en los diversos medios de comunicación, principalmente las redes sociales, podemos observar la incesante aparición de tratamientos, medicamentos o atenuantes del envejecimiento. Las publicidades operan de manera efectiva sobre la sociedad, logrando el consumo obsesivo de estos atenuantes desde temprana edad. Las propagandas presentes en las calles de las ciudades, venden a sotavento la imagen de un adulto rejuvenecido. Simone de Beauvoir señala el cambio semántico que tuvo, a lo largo del tiempo y en las diferentes culturas, el sustantivo “viejo”. Hoy nos limitamos al uso de eufemismos: 

“La vejez fue poderosa en la China jerárquica y repetitiva, en Esparta, en las oligarquías griegas, y en Roma hasta el siglo II antes de Cristo.  No ha desempeñado ningún papel político en los periodos de cambio de expansión y de revolución (…) Los grandes cambios sociales han afectado la posición del viejo en la sociedad.  La urbanización de la sociedad y la separación del lugar de vivir del lugar de trabajar han resultado en un cambio en la importancia del viejo en la sociedad”.

(De Beauvoir, 1970:259-60)

Para finalizar, todo esto quizás sea sólo un breve relato de la diversidad de temas que condensa Schweblin a la hora de escribir. La autora juega en Siete casas vacías, con la semiótica, con los conflictos cotidianos de la vida ajetreada de las sociedades modernas; y deja en claro cómo repercute, considerablemente, la falta de dialogo entre las personas, particularmente en el cosmos familiar.  Con un dominio absoluto de la palabra, expone el diálogo intachable entre el texto y la imagen. Utiliza un lenguaje simple, que le permite crear un clímax acabado que habilita al lector a formar parte de la ficción. 


Bibliografía:

Bernárdez Rodal, A. (2009). Transparencia de la vejez y sociedad del espectáculo: pensar a partir de Simone de Beauvoir. Tesis. Facultad de Ciencias de la Información. Universidad Complutense.

Blog de lengua. https://blog.lengua-e.com/2014/etimologia-de-monstruo/

Freud, S. (1919) CIX. Lo Siniestro.

Schwebling, S. (2015). Siete casas vacías. Buenos Aires. Editorial Titivillus.Simone de Beauvoir. (1970). La Vieillesse. Francia. Éditions Gallimard.


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