LOS ESPEJOS: Territorios de deseo de justa humanidad

Un diálogo con el poemario del poeta santiagueño Ezequiel Álvarez, Espinas y Espejos de ed. Pensar Santiago (2020). 

“Ahora ya sabemos que el mapa no era cierto  la tierra era algo más que ese contorno sobre el papel de seda.”

(Betty Alba, 1986)

Hay múltiples historias para contar, pero escritas se unifican y dan contención. Cómo escribir una reseña de un libro que contiene cuidadosamente a esos poemas que hablan por sí mismos. Cómo ser tan intacta al igual que sus palabras. “El narrar es la gracia del santiagueño”, dijo la escritora bandeña Blanca Irurzun y “quien escribe debe hacerlo como siente”.

Espinas y Espejos, es el primer poemario de Ezequiel Álvarez (1985). Un ávido lector, abogado, y militante santiagueño, que nos acerca aquí territorios sensibles y justos. Justos porque la palabra espeja la clara humanidad entre sus versos. Aquí, porque la tierra no sólo tiene olor a tierra. Tiene un lugar que se construye en armonía frente al caos de la desigualdad. 

La tierra es un legado pero podemos elegir conocerla o no. Tal como lo hace Ezequiel en sus recorridos de trabajo y militancia, salir de las ciudades hacia el interior es vivir con nuestros propios oídos la devastación del medio ambiente o quizá el movimiento de una cultura y su paisaje. Salir de nuestra propia casa para rehabitar el barrio de la infancia, o los barrios de nuestro presente, es quizá volver a ver para creer en algo que nos permite el estímulo de la expansión. 

Al leer la poesía de Ezequiel me hice varias preguntas: ¿Qué es lo que vamos a mirar en el espejo de su escritura? ¿Es un pasado o un paisaje que se romantiza en su lejanía, o es un presente de un “interior” que refleja la belleza y lo terrible de lo que también conforma una ciudad? No puedo entender nada por separado e intento recapitular cada uno de sus poemas como si se tejieran con hilos invisibles que nacen de la construcción del discurso del autor, y de su sensible ternura frente a una herida que aparenta ajena. Pero en la palabra la herida se vuelve fundamento de sabiduría e identidad. 

El poemario intenta una organización interna dividida en “Espinas” y “Espejos”.  Hay un recorrido que se escribe desde los ojos de los otrxs y hay un niño que luego de ese recorrido puede verse a sí mismo como parte de una historia. Las Espinas como la hostilidad del olvido social o de la espera; y Los Espejos, como cuencos de aguas en un monte cuyo efecto de asombro o maravilla emana de un encuentro con un ser necesariamente diverso.  

En la construcción de los poemas puede verse un recorrido silencioso de imágenes que no sólo habitan al “decir” sino a un “hacer”.  

Mucho se dijo acerca de la poesía santiagueña como un folklore romántico, nostálgico y telúrico, pero podemos y quizá debemos volver a decir. Mi interés principal en este poemario radica justamente en la comunicación y comunidad que genera la mirada del autor respecto a su territorialidad contemporánea. En este poemario, lo urbano y lo rural se entrelazan con una perspectiva crítica, que la poesía devela con belleza en territorios a los que ella asemeja a pesar de la distancia. Hay una necesidad poética y política de tejer cercanía:

 “una mujer campesina / agita sus manos, / encastra el corazón del fuego, / y a solas con el monte / aprieta el mate como un rezo. / Debemos asumir ese murmullo”. 

En este territorio que se abre no es cuestión de vislumbrar equilibrio o pérdida, sino de romper todos los mitos y volver a “pintar el silencio / tallar el silencio / cantar el silencio” para abrirse a la contemplación y experiencia de lo que hoy se constituye en nuestra sociedad. 

En los ojos y sentidos del autor, el paisaje conforma la estructura que se disputa en la lucha cotidiana como un signo político: “Ya plantaron espadas, / inventaron desiertos /y pintaron la pica”. “Traen una colección de estatuas virtuales: / estandartes del futuro / -barriletes enfermos- / y una fosa común para los huesos del sol”En cada verso la denuncia y una pregunta: “Quién hace disparos en la noche. / Animales / cercos / sembradíos. Qué queda del monte si se dispara el rancho”. 

Existe así una necesidad que invita a desandar la historia, a volver a narrar, sin perder de vista al “amo azul” aquel que “ha bordado de odio / las esquinas del barrio”. Y el punto clave aquí, es la palabra poética que devuelve un sentido de justicia. “Hay que desenredar la soga del árbol / y en las bisagras del mundo / hacer un nudo / para inaugurar sólo la vida”. “Todo sueño colectivo tienen un inicio…”


Ezequiel  Álvarez  escritor, abogado y  militante político, nació el  11 de mayo de 1985 en la ciudad de córdoba. Vive desde los 2 años en Santiago del estero. Forma parte de Poesía Circular desde 2016.  Este es su primer libro.


Selección de poemas: 

No alcanza con el fuego

Ayer tampoco hemos deseado más. 
Han preguntado por el prójimo que sufre
y la suma ha dado
un dolor iluminado. 
Escuchamos al hombre hablar 
y jurar que nada es sin su caballo. 
No hay oído para aquel que nombra el desperdicio, 
para el que sueña y planifica 
desde la sobra del pudiente. 
El cielo podría ser de cartón 
y los carros andarían juntando
pedacitos de nubes
pero una pobreza de ensueños 
no dormiría el estómago. 
El hombre ha regresado
vacío de mañanas, 
la luna se ha insinuado en su camino,
pero esta noche 
no será más que un bozal desajustado
donde el hambre filtre su colmillo. 
El carrero ha retornado
y donde no había reino, 
no tiene por qué haber, 
y menos sin carro, 
sin caballo, 
sin escudos invisibles
donde brillen sus estrellas caídas. 
El hombre 
aguardará el amanecer, 
de reojo fijará la vista,
pero el trepar lento del sol
será un intento más 
de una estrella desclasada.
Ya no alcanza con el fuego. 


Banderas

Aquí me paro y planto bandera, 
no sé si habrá Dios para este Lázaro. 
La ciudad crece y decrece entre edificios,
barrio enfermo en la ciudad leprosa
donde el baldío busca huir 
del decreto de orfandad. 

Vamos a refundar la ciudad 
-niños de hormigón-.
Vamos a refundar la ciudad
-revoque de un hondazo-. 
Vamos a refundar la ciudad
-nostalgia del vidrio vecino-.

Todo atardecer será un árbol trepado,
el timbre trabado en un ruido insoportable, 
los pasos ganados a las calles sin tiempo. 

Los ventanales de las grandes torres
proclaman a perpetuidad
un espejo de anís y merengue, 
una banda de changuitos
colándose en el 15,
y recién allí,
un pueblo marchando hacia el futuro. 

Aquí planto bandera y no paro más: 
reescribo el génesis. 
Antes de nada todo era desorden de cascote y plantas.
Dios vive en un baldío.
No hay mejor profeta que un barrio. 


Sal

Desde el pecho
con el latido haciendo trazos improlijos, 
escribo y vivo, 
rojo como el sol que pintaba de changuito
sobre una montaña verde que aquí no existe
ni va a existir. 
Aunque hemos aprendido a nombrar y dar vida
es posible que los mares o los cerros
sólo sean colores
de un cielo a contramano, 
sueño triste de la espina, 
miopía del fuego en su transcurrir profético. 


Escribo corazón y dibujo formas circulares
sin alas ni nada que lo aleje del suelo, 
de la tierra seca,
donde rama en mano, 
yo escribí la palabra sal.

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