Mamá Auristela sabía que el carnaval se avecinaba, bien había visto los indicios en los cerros. Me miró a los ojos y mientras deschalaba el choclo murmuró: —Escúchame Josecito, ¿vos vas a salir a echarte harina con los del pueblo no? Fijo y a secas le respondí: –—No, si sabe que eso no me gusta. —¡Ah!, entonces ya sabís pa'que todo el mes guardís las moneditas que te dé de los mandados pa'que te comprís los útiles, ya sabís ¿eh? —¡Está bien, como usted mande! La mamá habrá tenido sus sesenta años cuando se hizo cargo de mí, no le quedó otra a la pobre vieja. Quién me iba dar asilo más que un zorro en sus fauces, pero cuando ya eché plumas como un palomo, ella habría tenido unos setenta y pico de años. Cada vez que salía por la puerta en la oración para ir a cortar el pasto me indicaba "andá con cuidado Josecito que el diablo se hace presente", yo solo la escuchaba y la piel se me estremecía con ese escalofrío que comienza en la planta de los pies y termina en la nuca. No le hacía saber que el miedo se apoderaba de mí, y que todo el camino rezaba cuarenta y cinco Ave Marías y dos Credos. Nunca se apareció el tal. Vaya uno a saber el porqué. Llegó el día en el que el pueblo entero ornamentó las calles y la plaza principal con gallardetes y muñecos sombrerudos acompañados de una damajuana cada uno. Yo sabía que iba a salir, aunque le hubiera dicho a la mamá que no lo iba a hacer. Pero hoy con cuarenta y ocho años me vengo a dar cuenta que la viejita bicha sabía que cada febrero me escapaba las dos noches de jolgorio. También me doy cuenta de que ella sabía que ese Josecito adolescente, enjuto y duro que por las noches a la luz de la luna brillaba y que era un manojo de sentimientos andantes. Recuerdo esa noche como si hubiera sido ayer. Mamá Auristela me dio de cenar humitas picantitas. Me contó una de sus historias de cuando niña y me mandó a la cama. En esta ocasión menos mal que no se le había ocurrido contarme una de esas que hacían que me durmiera a pura respiración de caballo en galope y tapado hasta la cabeza. Me acosté, esperé una hora en la cama hasta que ella se acostó y comenzó a roncar, parecía un tractor arando, pues esta era la señal de que estaba dormida como tronco. Me levanté y en punta de pie, con el corazón agolpando mis sienes, llegué al cuarto en el que estaban los roperos. Me acerqué al de la derecha y abrí la puertita en busca de unas ropas viejas, pero no hubo ninguna que me sirviera para vestirme. Miré hacia el otro ropero en el que la mamá guardaba sus ropas de joven, y las puertas estaban con llave, ya casi perdiendo las esperanzas alumbró la luna por la ventana y vislumbré en la sillita matera un vestido. Este había sido con el que ella asistió a la cena conquista del papá Pancho. Mis ojos vieron oro, lo tomé rápidamente junto a otras vestimentas más. Salí por la ventana y me dirigí al escondite que aún a mis dieciséis conservaba. A luz de luna me adentré en ese trance, ni que hubiera sido macumba para que lo sintiera de tal manera. Miré al cielo y comencé lentamente a transformarme, en los primeros dos minutos fui sintiéndome como una cuncuna, dejando el estado larvario comencé a despojarme del Josecito, ya en los tres siguientes fui crisálida permaneciendo desnudo tal cual nos manda Dios al mundo y en los dos últimos me crecieron las alas y el cuerpo tomó forma. El vestido calzó en mis carnes cómo si hubiera sido echo a mi medida, las estrellas comenzaron a bañarme con sus rubores y brillos, la mansa yegua me prestó condescendiente su melena que se adaptó a mi cabeza. Me apresuré y por medio del callejón me deslizaba para no mancharme, llegué a la calle larga, caminé por unos segundos y a medida que iba acercándome a la plaza se escuchaba el bandoneón de don Gallo Pinto y la guitarra de su hijo. Llegué, la plaza repleta de gallardetes y luces me recibieron, primeramente, ya una vez cerca del tumulto, avisté por todos lados y las miradas de los vecinos sin disimulo alguno me adornaron más, parecía visita en el pueblo por la forma en la que me recibieron. Mientras miraba cómo el bandoneón lloraba de alegría en manos de don Gallo, se acercó Julián, el veinteañero más codiciado del norte, y me invitó a bailar. Acepté y en un abrir y cerrar de ojos estábamos en la pista bailando un chamamé. Después del sapucai Julián me preguntó cuál era mi nombre. Algo temeroso me acerqué y a volumen de secreto le exhalé cual era. Él me sonrió como niño que encuentra su juguete perdido. Seguimos bailando dos chamamés, unas cuantas chacareras, y entre vuelta y vuelta me acariciaba el rostro con puñaditos de harina. La noche se pasó volando junto a Julián, antes de que terminara la fiesta me dijo te acompaño hasta tu casa a lo que manifesté que no hacía falta, pero se salió con la suya. Llegando a casa de mamá Auristela se acercó sin que me diera cuenta y saz, me besó mientras el alba se convertía en testigo de mi primer beso y de sentir ese cosquilleó en medio mi cuerpo por vez primera. Las alas que había ganado en los últimos dos minutos del trance resplandecieron como luciérnaga. Julián me miró a los ojos y exhaló que nos viéramos la noche siguiente, a lo que asentí con otro beso. Solo que ese encuentro no fuera darse a la luz. Se fue volteándose a cada paso, hasta desaparecer en la calleja. Entré a casa de mamá Auristela y recordé que en ese último instante del trance dejé de ser Josecito para ser por primera y última vez Sarita. Así fue como a mis treinta años regresó esa reminiscencia y la Sarita de mis dieciséis pasó a ser una treintañera hecha y derecha.
Yohan Sebastián Antonio Vera- Es de Campanas, el pueblo donde las piedras cantan, Dpto. Famatina (La Rioja). Nació el 7 de agosto de 1991 en Pituil, pueblito cercano al suyo. Actualmente vive en la ciudad de La Rioja, Capital. Es docente en Lengua y Literatura. Continúa estudiando el Prof. y la Lic. en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Rioja. Obtuvo la diplomatura en Educación Sexual Integral (ESI) en la Universidad Católica de Salta.
Actualmente forma parte de Revista Moni(Arte), de carácter académico-literario digital en la cual se desempeña como editor. Escribe poemas eróticos e investiga sobre este género.
Publicó, junto a otres, Antología 2015, como Taller y Grupo Literario Joaquín. Participó en antologías como Letras del Face de la editorial Dunken y en la Antología Federal de Poesía, Región Noroeste del Consejo Federal de Inversiones.
Hoy continúa escribiendo mientras espera publicar no muy lejanamente un poemario y una novela.