Las historias se sostienen y las manos las sueltan cuando las escriben. Años de silencios se desentierran. La valentía se cava, se ensucia, se lanza al vacío, se perjudica con el polvo ¿y qué encuentra? La valentía encuentra un pedazo de obra o de cuerpos, un rato de creación. No es necesariamente lo mismo un yo autobiográfico, que un yo mujer que traduce. Hay Estefanías por toda la tierra que giran alrededor de estos poemas, una de ellas los escribe, recupera las historias para nosotras/os, las cuenta. Poetiza un mundo que nos queda cerca, que precisamente nos toca.
¿Qué son las manos?
Las manos pulverizadas en la cueva de Pech Merle, son de ocre y cenizas. Se calcula que fulguran la huella de más de veinte mil años.
La cueva de las manos, de aproximadamente 10 mil años a. C. Manos pintadas con frutos, plantas, rocas molidas, sangre de animales.
Se cree que la mayoría de estas manos serían de niñxs y mujeres. Una mano que escribe la piedra, sale de su pasividad, pienso. Escribe Marguerite Duras en Las manos negativas:
esas manos
del azul del agua
del negro del cielo
Aplastadas
Apoyadas cuarteadas sobre el granito gris
Para que alguien las viera
Yo soy el que llama
Yo soy aquel que llamaba que gritaba hace 30 mil años
Te amo
Amaría a cualquiera que me escuchase gritar.
La refracción de la luz en el mar hace temblar
la pared de piedra
Soy alguien soy el que llamaba el
que gritaba en esa luz blanca
El deseo
la palabra todavía no se inventó, escribe Duras.
La palabra no existía, pero el cuerpo era un signo y una transcripción. Gestos de adoración, o de auxilio.
En La llegada de la escritura, Helene Cixous escribe:
“Aunque la luz se alejara, las cosas que ella había iluminado no desaparecerían, lo que ella había tocado se quedaría”.
La poesía de Estefanía nos trae aquí pequeñas o grandes luminiscencias, en un momento en donde la poeta se pregunta qué pasa con el paso del tiempo y la enfermedad en mis manos, qué pasa si el próximo abandono es la escritura. Quién seré.
Aquí comienza un nuevo recorrido. Un tejer comunidad, un ser junto a otras, cuerpos atemporales que se unen en el presente de la palabra: abuela, madre e hija.
Escribe Helen Cixous “temí la separación, imaginé la muerte” y agrega, “para mí el amor no esta ligado a la condición de la mortalidad”. “Armé el amor con alma y con palabras, para impedir que ganara la muerte”.
Amar es conservar lo vivo, nombrar. Si escribimos, el otre está a salvo.
Hay una gran pregunta que rodea a la poesía, y que las historias que se cuentan en este poemario me acerca, es si la poesía sana. Quienes ejercen la escritura poética han ensayado diferentes miradas, reflexiones, sentires al respecto.
Claudia Masin en su libro Curar y ser curados escribe: Eso que empuja a escribir es el cuerpo pero qué del cuerpo: yo diría que a la vez, y en un mismo movimiento, la parte sana y la parte lastimada.
Estefanía logra desandar la herida, y ponerle voz. En palabras de Masín, la poesía es la escritura no de la víctima, sino del sobreviviente. Y ante este interrogante de si la poesía sana o no, lo que permite en tal caso, es construir un encuentro entre lo dañado y lo deseante.
Pienso que este poemario nos invita a ese recorrido. No a escapar de las historias que conllevan el daño, ni a quedarse inmiscuidas en su oscuridad, sino a aprender a mirarlo, desde la memoria, la identidad, las luchas, las opresiones, las violencias, con el acto de en palabras de Estefanía “una mano / una decisión”. La decisión de identificar lo que esas manos tocaron y trastocaron.
La poesía es el territorio del inconsciente, de los sueños, del deseo y los miedos, los traumas, las ilusiones y las desilusiones. Un poema aquí es una vestidura, la poeta elige abandonar la voz de la soledad, para hablar en compañía de una mano que grita y la otra que escribe. Para escuchar qué células de su cuerpo están en batalla, en defensa, y resistencia, qué células oxigenan y alimentan su pequeña revolución.
No sé si la poesía sana qué o a quién. Existe lo que no se puede evitar. Pero lo que Diestra despierta en mí, con amor a la palabra poética, es el amor por la liberación, por la posibilidad de elegir y construir un relato que nos acerque a los seres que amamos, y que nos permita vivir en la escucha, no en el silenciamiento. Como si el movimiento y la fusión de seguir siendo, tuviera que ver con edificar una verdad, que es la nuestra.
Que nos vuelve dignas y libres:
Sobre esta mesa dejo
catorce vanidades y la envidia convertida en fósil
un Hamlet que ya no titubea
y esa mano que lava la otra