EL GÜEY Y LA LENGUA POPULAR 

Parranda del güey popular, Sebastián Di Silvestro  
Ediciones Patagonia Escrita, Bariloche, 2024

Hay determinados nombres que me resultan imposibles obviar a la hora de analizar o simplemente hablar sobre esta obra de Sebastián Di Silvestro: Borges, Estanislao del Campo, Echeverría, en ese orden. Debo confesar, nobleza obliga, que corro con ventaja en esta empresa: conozco al güey popular desde hace años; he oído recitar sus versos en muchos asados, mateadas, juntadas; los he visto crecer, mutar, desaparecer y reconfigurarse en el tiempo. El güey nació con espíritu de libro, sabía que más tarde o más temprano, diría el poeta y crítico Mallarmé, llegaría a ser un libro.

Primero, Borges. En la archifamosa conferencia “El escritor argentino y la tradición” (1951) y luego en el ensayo “La poesía gauchesca” (1957), Borges planteará su tesis que la poesía gauchesca fue fundada por literatos y no por los propios gauchos. El principal argumento es el uso distinto y distintivo del lenguaje: los poetas populares del campo ensayan temas generales con un léxico muy general; los poetas gauchescos cultivan un lenguaje deliberadamente popular, que los poetas populares no ensayan, dice (palabras más, palabras menos) Borges.

Di Silvestro, a sabiendas de esta distinción, arranca La parranda del güey popular con una mención a “las vaquitas corajudas” (p. 11) y un texto primordial que parece sentar las bases del registro del poema, que simula indicar a las claras que se asienta en el primero de los conjuntos planteados por Borges: un poeta popular ensayando temas populares en un léxico general. Es apenas una distracción: ya en el segundo texto del volumen, Di Silvestro le canta a la “arquetípica pampa” (p. 13) y, unas páginas más adelante, nos habla de las “partículas primordiales en el límite/ entre lo material y no inmaterial” (p. 17).

Así, el campo semántico de La parranda del güey popular trasciende lo meramente físico y la polifonía de los discursos complejiza (y en este caso particular, enriquece) la lectura y la interpretación.

El primero de esos registros es, claro, el de la poesía gauchesca. Más allá de hermosos hallazgos o invenciones como “achuraje”, “guampas”, “destungado”, “chairear”, “gurisada” (y de las convenientes conversiones de todos los fonemas hue en su casi homófono güe, de la f por la j) lo gauchesco está en la entonación. 

 “Escarba el aire
con ojos bovinos

tintinean de ver
sus pestañitas

vive en la pérdida constante
impregnado por la carencia

de un terruño astral y presente…”

(p. 65).

Si estos versos pertenecen, justificadamente, al terreno de la gauchesca, es menos por el tópico que por la entonación en que deben ser recitados.El segundo de los nombres mencionados más arriba aflora, el de Estanislao del Campo. El fantástico y desfachatado Fausto exige ser leído con entonación gauchesca, aunque los versos en cuestión fueren tales como estos:

“Y en las toscas es divino,
mirar las olas quebrarse,
como al fin viene a estrellarse
el hombre con su destino.

Y no sé qué da al mirar
cuando barrosa y bramando,
sierras de agua viene alzando
embravecida la mar”

(Fausto, III, 461-468).

Del Campo cuenta en su favor con los proverbiales recursos de la rima y la métrica: Di Silvestro, con feliz intuición y destreza, prescinde de esas ferreterías.

Otro discurso que emerge en los campos del güey popular es el científico:

“Fuente que integrás y regulás
todas las estructuras fisicoquímicas

el sistema nervioso es tu puente
para proyectarnos en materia

un estado de cohesión molecular
que al dispersarse retorna al inicio…”

(p. 25).

Cosa, rasgo o fenómeno que ya había asomado en El temblor conocido (2002) y explotado en La raíz celeste (2014), los poemarios previos de Di Silvestro, en poemas memorables como “Densidad de la materia” o “La energía”.

Sin embargo, el discurso que atraviesa los terrenos del güey es, por escándalo, el social. Tardía alerta de spoiler: Parranda del güey popular es un libro popular antes por su discurso lógico y sostenido que por la paleta de palabras con que lo pinta.

“Es mentira que güey solo bien se lame

sujetos a otros por el terror
al clavo que les hincaron al hacerlos

aguijoneados
por la misma picana
presos de un mismo paso lerdo

comparten la costumbre de yugar
son compañeros de sus compañeros…”

(p. 39).

Sus matadores, en la vereda de enfrente, son la “aristocracia degenerada” (p. 67), “los crianceros de la psicosis” (p. 35):

“Modelo de estructura colonial
sangriento patrón civilizatorio

catedrales de ladrillo español
sepultando lugares sagrados

estados represores
asesinos

justificándose con estadísticas…”

(p. 31).

El güey es un Güey arquetípico, por supuesto, en la ya citada “arquetípica pampa”: son arquetípicos también sus cultores y sus perseguidores, sus detractores y sus discípulos. La Parranda… es un vistoso parlamento gestado para ser recitado en un escenario: otra vez emerge la sombra de Estanislao del Campo.

El güey, “animal vacuno que vale lo que pesa” (p. 37), “camina sin cesar”(p. 29), “de tanto agachar el lomo/ sabe conversar con las hormigas” (p. 33); “rumia con los ojos el pensamiento” (p. 45); yuga también se divierte, hasta que “pialadores mandados el echan el lazo” (p. 11) “y al tiro lo carnean” (p. 53).

Es una criatura furiosamente intertextual: los versos “nunca jue capón/ es animal entero// astuto terco/ nacido infatigable” (p. 23), nos remiten insoslayablemente a El matadero de Esteban Echeverría, el tercero de los nombres mentados al inicio; “güey de güeyes” (p. 71) es una locución hebrea superlativa que se inspira en el “rey de reyes” bíblico (Daniel, II, 37).

“Una sola lengua/ tiene el güey popular” (p. 81) nos dice, nos miente amorosamente Sebastián Di Silvestro al final de La parranda… El güey habla todas las lenguas, es unánime, múltiple y total: es íntimo y social, como baqueanamente señala Jorge Spíndola en el prólogo del libro, nos obsequia con “una dialéctica de vísceras y voces…” 

Se nos muere, pero “en el vértigo del viaje circular” (p. 73) renace y lo volvemos a encontrar una y otra vez en los caminos del tiempo, porque “no tiene fronteras el güey popular” (p. 37).

La parranda del güey popular es, apriorísticamente, acaso la exploración sistemática de (casi) todas las posibilidades de una constelación semántica, cuyo centro es el concepto güey, valiéndose de todos los registros a la mano: el gauchesco, el lunfardo, el mapudungun, la física cuántica, el psicoanálisis y la política.

Felizmente, logra mucho más que eso. El güey es un poema épico, porque celebra las andanzas de un héroe con visos de eternidad, inscribiéndose así en una de las más antiguas y caras tradiciones del arte de contar historias.

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