La dimensión política de un poema que da testimonio de una época de resistencia a la última dictadura chilena. Nuevas resistencias y nuevos protagonistas de un pueblo que lucha por encontrar un camino donde todos puedan caminar.
Septiembres
Fue a inicios de septiembre que Salvador Allende, en 1970, ganó las elecciones presidenciales, se escuchaban entonces por las calles las notas del Himno de la Unidad Popular, que rimaban con pueblo y esperanza:
El pueblo unido jamás será vencido, el pueblo unido jamás será vencido! De pie, marchar que vamos a triunfar. Avanzan ya banderas de unidad, y tu vendrás marchando junto a mi y así verás tu canto y tu bandera al florecer la luz de un rojo amanecer anuncia ya la vida que vendrá. […] Y ahora el pueblo que se alza en la lucha con voz de gigante gritando: Adelante! El pueblo unido jamás será vencido, El pueblo unido jamás será vencido!
Pero también septiembre, de 1973, es el mes de la tragedia, 11 de septiembre día del Golpe, la Moneda incendiada, Allende pronunciará aquel épico y dolido discurso:
“[…] El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse.
Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”
11 de septiembre de 1973: Salvador Allende muerto, el pueblo bajo una tiranía, el pueblo torturado, el pueblo asesinado, el pueblo exiliado. La desesperanza.
Septiembre de 1973, para ser más exacto el 23, muere el poeta Pablo Neruda, el poeta del pueblo, el poeta de los enamorados. Después del golpe las casas de Neruda son saqueadas, La Sebastiana en Valparaíso es destrozada como la casa de Isla Negra. En La Chascona de Santiago sus libros arden en la hoguera, aun así Matilde Urrutia decidió velar al poeta en esa casa, en medio de los destrozos, en medio de las cenizas, en medio de las ruinas. Son pocas las personas que asisten al funeral, algunos son perseguidos por el régimen, los asistentes son rodeados por soldados armados con ametralladoras, sin embargo se escuchan gritos de vivas a Neruda y a Allende, los pocos presentes cantan La Internacional. Así el funeral de un poeta se convierte en la primera marcha contra la dictadura de Pinochet. Muchos de los que se animaron a acompañar al poeta en su último adiós forman parte de los desaparecidos por la dictadura.

Tierra de poetas
Dicen que Chile proviene del quechua y significa frío o nieve, otra versión encuentra en el aymara el origen de la palabra como confín. De las distintas versiones con inciertos orígenes me gusta pensar en aquella que nos habla que la palabra Chile tendría un origen onomatopéyico en el canto de un pájaro que se llama trile que emite un sonido parecido a: ¡chile, chile!
Del canto de los pájaros proviene la poesía y Chile siempre fue una tierra de poetas. Desde Alonso de Ercilla y Zúñiga con La Araucana (donde relata la historia protagonizada por los caciques mapuches Lautaro, Fresia, Colo Colo Caupolicán y las tropas del español Pedro de Valdivia) hasta los amados poetas del siglo XX: Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Óscar Hahn, Gonzalo Millán, Raúl Zurita, Rodrigo Lira, Pedro Lemebel, Violeta Parra, Víctor Jara y los contemporáneos Elicura Chihuailaf y Graciela Huinao, entre tantos otros.
Elvira
Rosa María Teresa Adriasola Olave nació en 1951, en la región del Biobío. Ella elegirá para bautizarse como poeta y ser nombrada y reconocerse: Elvira Hernández.
Hasta 1973 había sido alumna de filosofía en el Instituto Pedagógico. «Durante la Unidad Popular yo escribía, pero era algo secreto», recuerda. «En el fragor de los días era imposible tener un intercambio literario con alguien. Me acuerdo de una revista que se llamaba La Quinta Rueda; colaboraban Antonio Skármeta, Ariel Dorfman y Manuel Jofré, que escribía poemas. Yo la miré y dije ‘esto es una rueda de repuesto, por lo tanto es otra cosa’. Pero si hubo algo en todos esos años que realmente me interesó, fue un librito de Hernán Valdés que me hizo un clic existencial: Apariciones y desapariciones, unos poemas con reminiscencias de Praga, recogidos después en una antología por Alfonso Calderón».
Recuerda los años posteriores al golpe de Estado como un período de formación. «No se lo doy a ningún escritor. Tuvimos que hacer esfuerzos gigantescos para conectarnos con una tradición, en circunstancias que las grandes voces poéticas desaparecen, se van, las librerías son vaciadas y los catálogos no existen», señala. Iluminador fue en ese momento el hallazgo que realizó en la Biblioteca Nacional de un manuscrito de Rodrigo Lira. «¿Será esto poesía?», anotaba el poeta. «Era la pregunta que nos formulábamos todos. Si lo que estábamos escribiendo era poesía», cuenta Elvira Hernández en una entrevista en el diario El Mercurio.
En 1979, la Central Nacional de Informaciones o CNI (policía política y organismo de inteligencia que funcionó como órgano de persecución, secuestro, tortura, asesinato y desaparición de opositores políticos) detiene a nuestra poeta en la calle -que permaneció 5 días en el Cuartel Borgoño en la zona metropolitana de Santiago-. Elvira fue confundida con otra persona a la que llamaban la mujer metralleta. Nunca ha elaborado un testimonio de lo que le sucedió. «Es una cosa que todavía no puedo hacer” explicó.
Este suceso fue un punto de inflexión que detonó cambios en su manera de expresarse y fruto de ello nació el libro La Bandera de Chile. Elvira se sentía bajo mucha presión.
“Me seguían todos los días. Me llamaban por teléfono. Continué asistiendo a clases y, como República era un barrio militar, a veces pasaba un jeep y yo sentía que venían por mí de nuevo. Entonces ya no lograba poner atención. Me sentaba a la orilla de la ventana para sentir que vigilaba todo. Si iba a seguir escribiendo, tenía que dar cuenta de todo eso, pero no como testimonio, porque mi experiencia personal, analizada en su contexto, era algo mínimo en comparación a lo que les ocurrió a cientos de personas”.
Comenzó a escribir el libro en 1980, al mostrárselo a su profesor Jorge Guzmán, este la obliga a firmar con un seudónimo; él le dijo: «No se le vaya a ocurrir publicarla con su nombre, porque nuevamente la vamos a tener presa».
Elvira sostiene: “Pensé cómo se podía escribir en estos momentos. Había un aniquilamiento completo de la palabra en la medida en que no podías decir nada. Si difícilmente desarrollabas una vida pública censurada, no ibas a sacar una poesía florida; habría sido algo muy raro, incoherente. Sentí que hubo un desprendimiento de la manera en que yo manejaba las palabras. Iban saliendo de a poco, porque no tenía casi ninguna. Era como empezar a hablar de nuevo. Nunca busqué ser hermética. Incluso diría que me posicioné cerca de la antipoesía y un lenguaje que puede ser irónico, donde la metáfora tiene poca acción o ya está incorporada al léxico”.
En 1981, hace cuarenta años, Elvira Hernández terminó de escribir La Bandera de Chile, un largo poema compuesto de 26 páginas, publicado solamente diez años más tarde en Argentina por Libros de Tierra Firme. La editorial fue creada por José Luis Mangieri un año antes de que llegara el periodo democrático nuevamente a Argentina, cuando fundó su última editorial (antes de la dictadura había creado La Rosa Blindada, Ediciones Caldén, Ediciones del 80) Libros de Tierra Firme a donde publicó, entre otros, todos los libros de Gelman (que entonces no podía volver a la Argentina), a Joaquín Giannuzzi, Leónidas Lamborghini, Alberto Szpunberg, Daniel Freidemberg, Daniel Saimolovich, Juana Bignozzi, Diana Bellessi, Martín Prieto, Jorge Aulicino, Irene Gruss, Jorge Fondebrider, Daniel García Helder, Martín Gambarotta, Osvaldo Aguirre y Casas, entre tantos otros.
Federico Schopf prólogo La bandera de Chile, en 1991, lo presenta de la siguiente manera:
“La Bandera de Chile comenzó a circular restringidamente hacia 1987, en edición mimeografiada, por algunos de los canales -Canales frecuentemente incomunicados- que la literatura de la resistencia había logrado construir en un espacio cultural reducido a fragmentos por la larga dictadura militar, no tanto como consecuencia de un inexistente programa cultural del régimen, como por efectos del terror generalizado y la desinformación que había impuesto el ejercicio impune del poder”
La obra de Elvira Hernández suele ubicarse en el canon literario chileno entre la poesía femenina de la década de 1980, es decir poesía de género, en conjunto con las poetas que surgieron en esa década signada por el dramático contexto político, como Eugenia Brito, Carmen Berenguer, Soledad Fariña, Teresa Calderón, Verónica Zondek, entre otras. En una mirada más amplia la obra de Hernández también se la clasifica, por su carácter experimental, dentro de la llamada neo-vanguardia, grupo en el que se incluye la obra de poetas como Raúl Zurita, Soledad Fariña, Verónica Zondek y Juan Luis Martínez. Con ellos Hernández comparte algunos rasgos característicos como por ejemplo el quiebre de la sintaxis tradicional, el uso de recursos discursivos tomados del ámbito popular y de la cultura tradicional.

El poema La Bandera de Chile
El poema desde el empleo de un discurso patriótico se posicionará en una postura anti dictadura, cuestionando la validez de los símbolos patrios usados por la dictadura que se encargó de cometer crímenes contra la sociedad chilena.
¿A quién pertenecen esos colores? ¿Al ejército? ¿A la cultura oficial? ¿A los museos? ¿A los asistentes a los partidos de fútbol? En esto último hay que recordar que el Estadio Nacional fue convertido en un campo de concentración por el pinochetismo, donde por ejemplo fusilaron a Víctor Jara.
En una parte dice:

La bandera empleada para ocultar a los desaparecidos en los campos santos, las fosas comunes o los cuerpos que tuvieron como tumba el mar.

En el texto se presentan elementos de la cultura popular recordemos el refrán que dice “En boca cerrada no entran moscas”, pero en la dictadura las moscas no son el problema, si uno no silenciaba su voz más que en la boca era en el cuerpo donde entraban las balas asesinas. Por lo tanto aquí ya no es la bandera del gobierno, es la bandera re significada con el pueblo amenazado, como en el fragmento que sigue, el que recibe las patadas hasta machucar la carne es el pueblo que resiste.

El poema en alguna de sus partes se presenta como poesía visual ya que el texto no queda reducido sólo al empleo de palabras, sino que se realiza una especie de juego entre el objeto libro, lo que se dice y cómo se dice, complejizando la obra al lector que deberá aplicar una semiótica visual para completar el entendimiento de la obra. La Bandera de Chile presenta manejo del espacio de la hoja, usa mayúscula, la alineación puede ser derecha, central o izquierda, usa cursivas, aparecen caligramas como la parte del poema que dibuja una bandera ondeando:

En otra parte representaría un mástil, o bien un abismo entre antagónicos: la dictadura y los resistentes, una sociedad fragmentada entre las víctimas y los beneficiados por el pinochetismo, etc.

Estos son algunos detalles que encontrará el lector del poema de Elvira Hernández. La obra puede leerse y descargarse de:
http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/mc0031024.pdf

En Chile reclamar derechos puede costarte un ojo de la cara
La mirada romántica dice que todo comenzó el 14 de octubre de 2019, ese día los estudiantes secundarios y universitarios se organizaron para evadir masivamente el pasaje del metro de Santiago, la razón: el alza en el precio del pasaje. Pero la realidad fue el hartazgo de casi 50 años de un modelo de vulneraciones de los derechos de las chilenas y los chilenos pertenecientes a las capas medias y populares, primero por la dictadura y luego por una “democracia liberal”, desde 1973 se impuso por la violencia extrema un modelo neoliberal “de laboratorio”, se debía estratégicamente demostrar que la economía de mercado podía generar “desarrollo económico social”. En 1980 la dictadura impuso una Constitución signada por el neoliberalismo, que seguía los dictados de la Universidad de Chicago que facilitó la entrada de los grandes capitales financieros internacionales, luego a fines de los 80´ los métodos de las dictaduras fueron quedando obsoletos, por lo tanto el genocida Pinochet quedaba demodé a los intereses del modelo. Para explayarse en este tema es muy ilustrativo el documental de Naomi Klein o su libro La Doctrina del Shock.
Luego del triunfo del NO, referéndum donde comenzó la “transición democrática”, asumió la vieja clase política civil chilena que aceptó administrar la herencia recibida sin tocar el status quo, con los asesinos del pueblo impunes. Pinochet sería arrestado una década después, en 1998, en Londres por las numerosas violaciones de los derechos humanos. El juez Baltasar Garzón ordenó la detención por implicación en los delitos de genocidio, terrorismo internacional, torturas y desaparición de personas ocurridos en Chile durante la dictadura militar.
Retornando a tiempos más recientes el 18 de octubre de 2019 comenzaron movilizaciones multitudinarias, históricas por la masividad. El conflicto se fue agravando cuando la violencia se apoderó de las calles de la capital chilena con quema de diversas estaciones de metro y buses, saqueo de supermercados y ataques a cientos de instalaciones públicas. La manifestación popular se expande a lo largo del país. Sebastián Piñera, presidente de Chile, decreta el Estado de emergencia y posteriormente el toque de queda, en diferentes ciudades. La respuesta del Ejecutivo es la represión con más de una veintena de muertos y cientos de heridos en los actores de las protestas populares, estos con una característica particular, las fuerzas represivas disparan las balas de goma a la cara, a los ojos, el intento no es sólo disciplinar sino dejar sin la posibilidad de ver, los aparatos represivos del estado no entienden que la conciencia de un pueblo no tiene ojos materiales.
Luego de un mes de luchas y protestas sostenidas a lo largo de Chile, el gobierno decide en conjunto con la oposición acordar la realización de un plebiscito con la consulta de si los ciudadanos quieren o no una nueva constitución.
La pandemia de COVID 19 postergó el plebiscito de abril a noviembre de 2020, resultando que cerca del 80 % de los chilenos eligieron no estar más a la sombra de la constitución ilegítima heredada de la dictadura y escribir un nueva Ley máxima, en mayo de 2021 se eligieron a los constituyentes que a partir de julio trabajan por 9 meses para cambiar los destinos de Chile. La comisión está presidida por Elisa Loncón.
Elisa
Elisa Loncón, académica, política, lingüista y activista; sostiene: «La mujer mapuche ha estado excluida, hemos estado sin voz, no hemos sido reconocidas en el escenario político, pero la mujer mapuche ha defendido las tierras, el agua, el conocimiento, la lengua y nosotros hemos tenido un espacio social, público y mucha fuerza espiritual para acompañar la lucha de nuestros pueblos”. Elisa nació en el corazón de la Araucanía chilena, en una comunidad mapuche y una familia muy modesta, de niña vendía huevos y frutas con una canasta (membrillos y manzanas que plantó su abuelo), su padre aprendió de forma autodidacta a leer y su madre, que siempre vistió ropas mapuches, le decía poemas desde pequeña que hablaban de las estrellas, los pájaros, los arrayanes, la niebla, las lengas, el invierno duro, los cipreses, el mar, la lluvia del sur y también de los mayores. Sus antepasados (el bisabuelo y el tatarabuelo) combatieron contra la ocupación militar de la Araucanía en 1883 y defendieron la ciudad de Temuco, la capital regional.
Elisa Loncón recuerda que para llegar a su escuela debía viajar ocho kilómetros desde su casa de la comunidad mapuche Lefweluan, caminaba una hora y media por el camino de tierra y barro. Lo hacía con zapatos negros de plástico, pero se sentía afortunada: su madre siempre le contó que, en su época, tocaba andar descalzo y que las grietas producían dolor. Recuerda del Gobierno de Salvador Allende: “Mi familia estaba contenta, porque nos dieron una beca con la que me compraron mis primeros zapatos de cuero. En ese Gobierno, a cada niño se le daba medio litro de leche en polvo diariamente, que mis amigos traviesos comían en el camino a nuestras casas”.
Evoca escenas que todavía la sobrecogen, como aquel día en que su padre vendió dos carretas de leña y compró una colección de libros de filosofía: “Priorizaba la educación para nosotros ante cualquier circunstancia”, recuerda Elisa, ahora que tiene entre sus estudios maestrías en México y doctorados, uno en Los Países Bajos y otro por la Universidad Católica de Chile.
Elisa Loncón, una mujer mapuche que se animó a soñar un Chile más justo, un Chile nuevo.
Final Abierto
Las disputas sociales siempre están acompañadas por disputas simbólicas. ¿La bandera de la patria pertenece a un ejército asesino de su pueblo o a sus ciudadanos que resisten los atropellos? Aquí aparecen los creadores a resignificar el mundo y crear nuevas formas de mirarlo, hacer caer los velos, dejar desnuda la esencia de las cosas.
Un poema puede dejar expuesto, con las herramientas de la poesía, las operaciones del poder para amordazar a un pueblo. Un poema sobre la bandera puede circular de mano en mano para transformarse en bandera, dar testimonio, denunciar. Un poema quizás consuele, sane, sólo será poesía cuando luego de transitarlo no nos deje igual, porque la poesía es la creación humana, desde cualquier lenguaje, que nos humaniza. Vienen a mí aquellas palabras del poeta español Gabriel Celaya en su poema La poesía es un arma cargada de futuro que son aplicables a La bandera de Chile de Hernández y que a 40 años de su escritura y 30 de su publicación traemos a la memoria y a la emoción:
“[…] poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. Porque vivimos a golpes, porque a penas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo. Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Yo pisaré las calles nuevamente (Pablo Milanés) en versión de Muerdo