Por Leandro Basso
Todo padecimiento se hace aún más terrible si los otros se alegran por eso. El castigo, la pena y la culpa son categorías que anidan un sinfín de situaciones y lugares: escuelas, cárceles, iglesias, reformatorios, la familia, etc. Pero siempre hay un otro, otro que ve, que ve y goza con la culpa y el castigo que padecen sus pares…por qué goza ese otro? Qué placer le causa ver sufrir a los demás? No hay duda de que gran parte de los productos culturales que consumimos alimentan esa morbosidad.
Si nos limitamos al ámbito carcelario, muchas veces con el afán de representar la realidad se termina mostrando una sola perspectiva de la misma, incluso esta perspectiva es deformada. Vemos presos deshumanizados, satirizados, sucios, brutos, violentos, etc. Ver la cárcel a través de una pantalla implica llevarse una imagen distorsionada de lo que ellos realmente son. Los medios de comunicación siempre afines con los sectores del poder, demonizan a los presos. Aun así, no podemos saber con certeza dónde está el placer de ver a otros estar en ese caos, en un estado constante de peligro, viviendo en estados precarios, o quizá ya nos podemos imaginar de dónde surge ese morbo. La ficción y la realidad son inseparables, entonces las ficciones realizadas por personas que no transitaron unidades carcelarias, difícilmente nos muestren una realidad cercana a los hechos.
En el medio de toda esta cuestión se encuentra otro gran problema: el acceso de los presos a determinados productos culturales. Todas las representaciones que tenemos de los presos generan que se desfavorezca el acceso a la literatura entre otras artes. Como ya dijimos, pocas veces son ellos los que representan y los representados. La literatura siempre ha sido, en gran parte, una actividad de las clases dominantes, porque necesita del ocio, de la tranquilidad, de un trabajo intelectual (que puede realizarse gracias a las necesidades básicas satisfechas). Nuestro imaginario nos lleva a pensar que un preso no reúne las aptitudes de un escritor o consumidor de literatura. Pero la realidad que vemos en Villa Urquiza es otra: en algunas oportunidades en el contexto de la clase, he realizado talleres de escritura, que demuestran la capacidad, la seriedad y la lucidez de los presos (para mi estudiantes). Uno de ellos, fuera del contexto del aula, realiza escrituras en su cuaderno. Según la lectura que se puede hacer de sus escritos: ha logrado entender el lenguaje poético, no necesita recurrir a exotismos para expresarse. Además, hay muestras de cotidianeidad y en esa cotidianeidad resurge un existencialismo:
El yerbiao
Porongo lleno de pena y tristeza
En tu vapor elevas al cielo
Un grito inmenso de libertad
Que gritan los ahogados
Que hoy encerrados están
Compartiendo en vos
Como con un amigo confidente
Que en este lugar no hay
Exigiendo una mezcla espumosa y verde
Que refleje en una sorbeteada
El lugar de donde fue extraído el yerbaderal
Humedecido que ahora en tu vientre está
Y así por un momento
Por esos lugares poder viajar/olvidar.
Mauro Martínez
La literatura en estos espacios puede ser un medio para pensar/pensarse, indagar en nuestra condición como individuo inserto en la sociedad, donde nos proyectamos. No hay que ver a la literatura con rasgos mesiánicos. Simplemente hay que trabajarla, porque el derecho al acceso a los medios culturales debe ser respetados en todos los contextos. La ley 26,206 formaliza este derecho y el de la educación en contexto de encierro, y hay que hacerlo valer.